Colombia tiene un solo título: la Copa América 2001. A decir verdad, de no ser por el conflicto armado, Colombia aún tendría un palmarés vacío.
El día que se realizó la inauguración de la Copa América 2001, Saúl Martínez recibió la llamada de Ramón Maradiaga para ser convocado a su selección. A raíz de la cancelación de la selección Argentina el día anterior, Honduras sería invitado y Saúl Martínez haría un gol en el cuarto minuto de adición del segundo tiempo para eliminar a Brasil en los cuartos de final. La victoria histórica que se erige hoy como símbolo patrio de la nación hondureña fue solo uno de los múltiples eventos insólitos que sucedieron en la Copa América con sede en Colombia. Sin embargo, aunque lo lindo del fútbol es su capacidad inagotable de sorprendernos, hay sorpresas que no hacen parte de ese espectro deportivo. El certamen de aquel año fue uno donde la inseguridad y violencia pusieron obstáculos al rodar libre de la pelota. El conflicto colombiano con la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) alcanzó un clímax con el secuestro del vicepresidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Hernán Mejía Campuzano, a pocos días de la realización del torneo. El acto terrorista convirtió al continente en un erial de incertidumbre que terminó por poner un asterisco sobre el torneo donde Colombia ganó su único título internacional. “A nadie le quitan lo bailado” dicen: el título dice Colombia, firmado con tinta indeleble. Hubo discusiones en su momento y hasta el día de hoy todavía se desentierran argumentos para decir que Colombia ganó el certamen por culpa del terrorismo.
Para muchos, de no haber sucedido el atentado terrorista, la Copa no hubiese sido la misma y quién sabe, quizás Colombia aún tendría un palmarés virgen.
Un país en guerra luchando por su dignidad
Colombia vivía un momento álgido y se le venía encima su primer torneo internacional como anfitrión. Desde 1998, el gobierno de Andres Pastrana había entrado en diálogos de negociación con las FARC que no parecían llevar a ningún lado. Se estableció una zona de distención en San Vicente del Caguán que, sin un cese al fuego en el país, parecía ser un resort de descanso para los altos mandos de las FARC. Las decisiones del Estado eran criticadas y la violencia crecía. Se estimaba que la guerrilla contaba con más de 25.000 hombres armados y era evidente que los esfuerzos militares del gobierno eran fallidos. Llegó el 2001 y el gobierno desprestigiado buscaba asilo político en la fiesta del fútbol. La Copa América se acercaba trayendo ánimos distintos, pero el terrorismo se manifestó en contra y, después de años de una guerra periférica, los atentados volvían a la ciudad cómo en épocas del narcoterrorismo. Primero fue un carro bomba el 11 de enero en el centro comercial El Tesoro de Medellín, luego el 4 de mayo estalló otro en el Hotel Torre de Cali. Lo siguió otro carro bomba en el Parque Lleras de Medellín y así otros dos incidentes en el mismo mes. Fue cuando la administración de Pastrana estaba más presionada por la CONMEBOL para garantizar la seguridad que las FARC dieron su golpe fulminante: el lunes 25 de junio fue secuestrado el vicepresidente de la Federación de Fútbol Colombiana, Hernán Mejía Campuzano.
Los medios se encargaron de echarle leña al fuego y la sede de Colombia se vio en la cuerda floja. Al enterarse del secuestro, la CONMEBOL le retiró a Colombia el privilegio y empezó a considerar propuestas de dónde llevar a cabo el torneo. La vergüenza cayó sobre el país y Colombia se hundió en un pozo séptico de desilusión y rabia. Pastrana, tratando de salvar los muebles, llamó personalmente a los mandatarios de cada país pidiendo solidaridad. En declaraciones oficiales el presidente señaló: “llevarse la Copa es negarnos la solidaridad de los países hermanos, es quitarnos el apoyo internacional a nuestros esfuerzos y lucha por alcanzar la paz.” El mandatario afirmó con severidad que quitarle la sede era “no sólo una decisión muy injusta con nuestro país, sino una bofetada a nuestra hospitalidad, dignidad”. Se repetía la humillación del ’86 cuando Colombia tuvo que renunciar a ser la sede del Mundial. Está vez las repercusiones políticas y sociales eran más desgarradoras. Ser anfitrión era el único analgésico para un país abatido por la violencia.
Mejía Campuzano fue liberado a las 72 horas y con su liberación se desató una algarabía y rezos de incertidumbre. Reunión tras reunión los directivos y delegados de las Federaciones tomaban decisiones que los periódicos publicaban un día y desmentían al otro. Se habló de Brasil como la competencia de Colombia y la pugna exigió la polarización de los países. Sin embargo, parecía que la mayor parte del continente apoyaba a Colombia. El presidente de la Federación Argentina, Julio Grondona, en entrevista con Radio Mitre, ratificó su apoyo arguyendo que si no se jugaba la Copa América en Colombia eso “llevaría a que ningún equipo quiera ir más a jugar allá.” Finalmente, el 1 de julio se ratificó al país cafetero como sede, considerándose la opción de postergarla hasta el 2002. Al ver que interferiría con el Mundial de Corea y Japón, el 5 de julio se habló de correr la Copa hasta agosto. Se acercaba la fecha prevista para la inauguración –el 11 de julio– y todo lo que podía decirse era que las Federaciones improvisaban en salas de conferencia y los medios ventilaban todo lo que se discutía a puertas cerradas.
La Federación Colombiana hacía malabares y lograba mantener con vida el espectáculo. Canadá, país invitado, canceló su asistencia y la federación cafetera consiguió a Costa Rica como reemplazo. Lograron convencer a Brasil de asistir y se sintió una corta brisa de tranquilidad cuando Scolari publicó la lista de convocados. Faltaban 24 horas para la inauguración y parecía apaciguarse el fuego, cuando Argentina envió un comunicado incendiario: por razones de seguridad, la Albiceleste decidió no participar. Los diarios colombianos inmediatamente condenaron la actuación bipolar de los argentinos, tachándolos de traidores. Mientras tanto, los delegados colombianos buscaban quién salvara patria. Asumiendo un tremendo reto, Ramón Maradiaga se pegó al teléfono y convocó un equipo de hondureños para viajar al día siguiente hacia Colombia. La selección de Honduras, con el uniforme de ángel guardián, llegó a tiempo para disputar el primer partido que le correspondía a Argentina y salvaron el certamen.
Un campeonato sin precedentes
La Copa América esquivó balas y bombas y logró sobrevivir otra edición. En el grupo A, Colombia pasó primero ganando todos sus partidos sin recibir goles y Chile fue segundo tras golear a Ecuador y derrotar a Venezuela por la mínima. Las cosas comenzaron picantes en el B. En un partido hermético donde ningún equipo cedía espacios, Perú y Paraguay empataron 3 a 3 gracias a un gol del paraguayo Silvio Garay en el minuto 94. Brasil cayó ante México con un gol tempranero de Jared Borghetti. El favorito caía pero de alguna manera podía esperarse. En una decisión tomada con miedo por la inseguridad a flor de piel, las estrellas de la verdeamarelha no fueron convocadas.
No viajaron al país vecino ni Ronaldo, Roberto Carlos, Cafú, Lucio, Ronaldinho, Gilberto Silva, Robinho, Kaká y otros que un año después le arrebatarían a la Alemania de Oliver Kahn la Copa del Mundo en tierras niponas.
La derrota en el debut sembró dudas acerca de si Brasil era en realidad un contendiente a la Copa.Sin embargo, ganó los próximos dos encuentros, mientras Perú derrotó a México después de que los mexicanos hubieran empatado con Paraguay. El resultado fue un grupo apretado con 4 puntos para México y Perú, donde los peruanos pasaron como uno de los mejores terceros con una diferencia de gol de menos 1.
En el Grupo C la presión estaba sobre Bolivia, pues competía por un cupo para la siguiente fase con los dos invitados de urgencia. Lo inesperado seguía reinando en la tierra del café y fue Uruguay el que sufrió la presión de los medios al pasar como mejor tercero. Bolivia quedó último sin ganar un partido, sin marcar un gol y llevándose 7 en contra. Honduras dio visos de que quería la Copa con su nómina de 48 horas cuando le ganó a Uruguay, y Costa Rica no se quedó atrás goleando a Bolivia. Los invitados sacaron la cara por el grupo pasando primero y segundo. Se sentía en el aire que este no era un torneo cualquiera.
Llegaron los cuartos de final y las lógicas futbolísticas parecían cumplirse. México le ganó a Chile y aunque Uruguay empezó perdiendo con una Costa Rica aguerrida liderada por Paulo Cesar Wanchope, luego se armó de experiencia copera y remontó faltando tres minutos para el final. Por su lado, el país anfitrión vivía su sueño. Después de quebrar a un Perú férreo con un tanto al principio del segundo tiempo, el marcador se abrió y terminó por hacerle tres. Se especulaba que la goleada llenaría de ánimos a Colombia para enfrentar lo que se venía: Brasil. Los brasileños se enfrentaban a Honduras y la lógica ya daba por sentado que Colombia jugaría con la verdeamarelha en semifinales. Sin embargo, aquí se dio la gran sorpresa del torneo.
En una noche para guardar en ese lado del corazón que se alimenta de recuerdos, Saúl Martínez hizo un gol y generó un autogol. A los 12 minutos del segundo tiempo, tras recuperar un rebote, “Rambo” de León tira un amague que desparrama a Emerson y lanza un centro al que Martínez le mete un frentazo. La pelota golpea en el palo y le rebota a Belleti para el autogol. No había acabado el partido en el Estadio Palogrande de Manizales y ya la gente acompañaba la derrota de Goliat con cantos de “Ole”. Un par de minutos después vino otro gol hondureño pero fue anulado y finalmente en el cuarto minuto de adición, tras una espectacular corrida de Limbert Pérez, Martínez la empuja para liquidar el partido.
Honduras fue más que Brasil y el continente veía como el último invitado parecía ser el más bonito de la fiesta.
Esa primera y única victoria en la historia sobre Brasil llenó a Honduras de vigor, pero no fue suficiente. Colombia se aferró a su “Copa de la Paz” y acabó con el sueño hondureño con dos goles. Los invitados le sacaron a Uruguay el tercer puesto y, liderados por su capitán Amado Guevara, que fue elegido como el mejor jugador del torneo, se fueron bañados de aplausos y elogios. El protagonismo fue compartido, por supuesto. La selección anfitriona derrotó a México con un gol de cabeza del capitán Iván Ramiro Córdoba que dejó plantado al portero Oswaldo Sánchez. El torneo de principio a fin estuvo lleno de anomalías tanto políticas como deportivas. Colombia logró sentar un precedente que nadie ha repetido: ganar la Copa sin perder un partido y sin recibir un gol. La tan anhelada Copa América se levantó y los esfuerzos de 23 jugadores de fútbol unificaron, por un corto pero necesario momento, a una nación fraccionada por la violencia. El país disfrutó la brevedad que acompaña a la celebración deportiva y entró nuevamente a una realidad difícil que aún hoy no acaba. Frente a lo futbolístico siempre hay mucho que decir. Se discutió entonces –y se discute todavía– si Colombia le hubiese ganado a un Brasil completo o la Argentina de Batistuta, Verón, Crespo y Zanetti. Lo cierto es que el único título que le pertenece a la selección de Colombia lleva el asterisco que remite a esa duda.
Este texto fue originalmente publicado en la Revista De Cabeza, edición 3.
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