No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor y menos en el fútbol. En este texto, Martín Lleras le cuenta por qué el fútbol de hoy es mucho mejor que el que se jugó en el pasado. ¿Usted qué cree?
¿Cuál es el valor adaptativo de la nostalgia? Difícilmente le encuentro sentido biológico a esa tristeza melancólica que nos nubla la existencia cada vez que pensamos en un tiempo pasado. Me desconcierta esa extraña manía nuestra de gastarnos horas enteras añorando momentos que ya no están y a los que ya, así lo deseemos con todas nuestras fuerzas, no podemos volver. No me explico el porqué de la nostalgia, pero sí entiendo que es la causante de afirmaciones como las de Adolfo Pedernera, mítico futbolista de los años cincuenta, que alguna vez, cuando le pidieron que comparara el fútbol de ahora y el de antes, dijo: “lo que veo ahora ya lo vi antes, y lo que veía antes no lo veo ahora”. Así funcionamos, tenemos una memoria selectiva que denigra el presente y recuerda todo tiempo pasado como mejor. La memoria es caprichosa y hace que nos equivoquemos, como le pasó a Pedernera. El fútbol de hoy, el de las últimas dos décadas, es no mejor, sino mucho mejor que el que le tocó a Pedernera, a Pelé y a muchas otras viejas glorias que, esporádicamente, son titular en los diarios deportivos por declaraciones en las que sostienen que el fútbol de antes es mejor que el actual.
Aunque en los años sesenta mi existencia no estaba siquiera presupuestada y a mis cortos 25 años me es imposible hacer una comparación vívida de un fútbol y el otro, me atrevo a afirmar –sin miedo a perturbar el descanso eterno de Pedernera– que el salto de calidad que dio el fútbol en los últimos cincuenta años es inmenso y que se debe, fundamentalmente, a que abandonó su estatus de juego recreativo y se convirtió en una actividad hiperprofesionalizada que anualmente genera miles de millones de dólares alrededor del mundo.
Todo en este planeta evoluciona, lo hizo nuestra especie, evolucionan los pensamientos más simples y lo hacen también los valores morales de las diferentes sociedades, ¿cómo no lo iba a hacer el fútbol? Insistir, por la razón que sea, que el fútbol de ayer, el de los sesentas, setentas, o cualquiera anterior al del año 2016, es superior en calidad que el de hoy, más que ignorancia supina, es una incapacidad para hacer un juicio justo de lo que es la realidad actual del fútbol. Los años, el desarrollo tecnológico, la burocracia, el mercadeo y el ensayo y error –ese mecanismo que se esconde detrás de todo lo que se denomine evolutivo– han hecho del fútbol una actividad supracompleja que contiene muchas más dimensiones de las que aparenta. “Veintidós almas y un balón” es una expresión anacrónica que, hoy, ya no describe todo lo que es el fútbol.
El salto de calidad que ha dado el fútbol tiene su origen en diversos sucesos. Los más tangibles, sin embargo, son aquellas modificaciones puntuales en el reglamento que marcaron una línea gruesa entre lo qué era y lo qué es el fútbol. Al día de hoy el reglamento auspicia el juego y castiga la tacañería y la mala intención, antes no. Pasaron años antes de que, en el mundial del 70′, se introdujeran las tarjetas penales (amarilla y roja), método mediante el cual, dentro de lo posible, se castiga el juego físico malintencionado y desleal. Es increíble pero durante varias décadas la brutalidad hizo parte constitutiva del fútbol. Si hoy, cuando los partidos se tornan agresivos, decae la calidad del juego, ¿cómo sería en 1958, cuando los jugadores tenían licencia para pegar? También, otras reglas como la prohibición de la devolución al arquero, que impide que este último queme tiempo con el balón en las manos, han favorecido a la calidad del juego y al espectáculo.
Y no sólo desde el reglamento ha habido cambios, también ha cambiado la manera en la que se comprenden y se ejecutan las ideas del juego. Antes de la década de los setenta, cuando aparecieron Rinus Michels y Johan Cruyff con su idea de Fútbol Total, el juego era rígido y posicional; antes, los laterales sólo podían ser laterales, los volantes eran volantes y los delanteros eran delanteros, no había más que eso. Además, el desarrollo tecnológico y el surgimiento de paradigmas científicos adaptados al estudio del juego le han permitido a los técnicos y a los jugadores profundizar y explorar dimensiones tácticas más complejas, que han dotado al juego de variantes y alternativas. Hoy, el entendimiento del juego va más allá de la alineación conjunta y organizada de once jugadores, hoy, el juego es más amplio, los modelos de juego son infinitos y los jugadores que los interpretan están mejor preparados. Para ganar en este fútbol no basta con preparar lo propio, también es necesario estudiar al rival. En épocas de antaño, antes de las grandes revoluciones del juego, los analistas tácticos se habrían muerto, si no de hambre, de aburrimiento. Es que el fútbol de hoy es una ciencia –inexacta pero ciencia–, el de ayer era un jueguito, uno muy entretenido.
Además de la complejización táctica y metodológica, el fútbol también ha avanzado a la par de las ciencias del deporte en materia de preparación física. Antes el fútbol era de humanos, hoy le pertenece a las máquinas. Es que los futbolistas de hoy son eso, máquinas que se preparan a diario para competir. Los avances en fisiología, en nutrición y en preparación física han dotado al fútbol de una fuerza y una intensidad que antes eran impensables. En la década de los sesentas los futbolistas corrían entre tres y cinco kilómetros por partido, hoy corren entre diez y doce. El ritmo de hoy es brutal, la presión del juego es asfixiante, los espacios son menores y los jugadores tienen mucho menos tiempo para tomar decisiones. Ver a Messi y a Cristiano hacer lo que hacen en este fútbol tan intenso y competitivo parece mentira, me cuesta imaginar lo que estos dos alienígenas habrían hecho de haber nacido unas cuantas décadas atrás. Igualmente sé que Messi y Cristiano son producto este fútbol moderno y que no hubieran podido moldearse en ningún otro momento de la historia. Los grandes futbolistas que marcaron una época fueron tan grandes como su época se los permitió y estos dos tuvieron el privilegio de venir al mundo en estos tiempos modernos.
Pensar que el fútbol de antes era mejor es una locura desde donde se le mire. Nunca antes, como hoy, el fútbol había sido tan global. En la actualidad hay 209 asociaciones afiliadas a la FIFA, es decir, 209 países dándole un trato profesional al fútbol. ¿Cómo no va tener esto un impacto importante sobre la calidad de este deporte? Hoy en día, la competitividad de los equipos es sustancialmente mejor que hace cincuenta años. Me conviene, en este punto específico, decir que escribo este artículo el mismo día en que perdieron (en partidos oficiales) Brasil, Alemania y Argentina, tres grandes potencias del fútbol mundial–incluso en los inicios juguetones del deporte–, que en épocas de antaño contaban sus partidos por victorias. Y esto pasa hoy, no porque el fútbol de estos tres equipos haya decaído, sino porque el de Chile, Irlanda del Norte y Ecuador (sus verdugos) ha mejorado exponencialmente. Al día de hoy, son escasas las selecciones que no cuentan con jugadores bien preparados y altamente competitivos. En términos globales, el salto de calidad que ha dado el fútbol es monstruoso y un suceso de esta naturaleza, que hace algunos años eran inimaginable, lo pone de manifiesto.
El fútbol ya no es ese mundo fantástico que describió Fontanarrosa.
Ni la nostalgia, ni nada debería ser causante de tan torpe afirmación. El fútbol de hoy es cualitativa y cuantitativamente mejor que el de antaño. Es apenas lógico, es el curso natural de las cosas y cada vez más debería ir dejando de ser materia de discusión. El fútbol ya no es ese mundo fantástico que describió Fontanarrosa. Dejó de serlo cuando se inscribió en el mundo real. Ahora es un deporte altamente profesionalizado, ya no más un juego, y lo que ganó en calidad y desarrollo, lo perdió en romanticismo. La calidad del juego mejora cada día más, pero, paradójicamente, cada día más, eso importa menos. Ese es el precio que pagó el fútbol y todas aquellas actividades que además de ser entretenidas, por cosas de la vida y el azar, también encajaron dentro de algún modelo de negocio atractivo. Lo que importa ahora no es el juego, sino el negocio que lo rodea: las camisetas que se venden, las comisiones que se organizan, las sanciones que se imponen, los traspasos que se hacen, los dólares que se pagaron y, más importante, los que faltan por pagarse. En un tiempo, ya no habrá más relatos épicos, ni leyendas vivas, ni goles sin registrar, ni discusiones tontas. Muy pronto todo quedará registrado en Full HD y en los interminables libros de estadística y contabilidad. Es una lástima que el romanticismo este reservado únicamente para las cosas sin importancia, como el fútbol cuando apenas era un juego. También es una lástima que Pedernera estuviera hablando de calidad y no de romanticismo, cuando dijo lo que dijo. De haberse referido a lo segundo, quizás yo tendría claro para qué diablos sirve la nostalgia.
Este texto fue publicado originalmente en la Revista Al Derecho en el año 2015.
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