Memorias de un bombardero alemán

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Volvió ‘La No Historia del Fútbol’Esta vez va sobre la sobre la soledad y la solemnidad del Alzheimer de Gerd Müller.

 

Las cortinas estaban abiertas a la mitad para que el sol no le pegara directamente en la cara. Ningún hombre, sobre todos los viejos, llega a estar preparado para el sol blanco de invierno que ilumina a Múnich más de la mitad del año. El brillo es tan fuerte que irrita los ojos y quema los cachetes. Y él, aunque había vivido casi toda su vida en esa ciudad, nunca se logró acostumbrar al resplandor.

 

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–¿Quieres que te cuente otra vez la historia del bombardero? –le pregunta su hija, que estaba sentada en una silla al lado de la cama.

–Qué es el bombardero –respondió.

–No es qué, es quién. Ya vas a ver que te gusta.

 

Entonces se acomodó en su silla y sacó sus dotes de artista, de cuentera. Necesitaba contarle como si le picara la lengua.

 

–El bombardero es el mejor jugador que ha pasado por el Bayern Múnich, es una leyenda del fútbol alemán. Cuando yo era una niña iba al estadio para verlo jugar. No había quién lo parara: aguantaba patadas, puños, hasta bombas diría yo. Fue la bandera del equipo por más de quince años. Marcó 542 goles, aunque, según dicen, si se cuentan los no oficiales fueron más de mil.

 

–¡Más de mil goles! –la interrumpió–. No lo creo. Es imposible, a nadie le alcanzaría la vida para hacer tantos goles.

–Es, porque aún sigue vivo.

–¿Y quién es ese tal bombardero?

–Es Gerd Müller, el campeón del mundo con Alemania Occidental. ¿Te acuerdas, en el setenta y cuatro?

 

La hija se quedó mirándolo mientras él se esforzaba por recordar. Cuando se concentraba apretaba los ojos y las arrugas en las comisuras lo hacían ver más viejo de lo que estaba. Cada vez que le preguntaba a su papá por Müller esperaba que la respuesta cambiara, pero con el tiempo había ido perdiendo la esperanza. Le seguía preguntando más por costumbre que por recibir la respuesta. Una que ya se sabía de memoria.

 

–Pues no me acuerdo. ¿Quién es ese tal Müller?

 

Esta vez fue ella la que se quedó en silencio. Pensó en decirle si en verdad no lo recordaba pero era como hablarle a un sordo, la terquedad fue algo que nunca perdió. Incluso, como decían algunos de sus amigos más cercanos, esa terquedad que transformó en perseverancia fue la que lo llevó a ser por muchos años el goleador histórico de su selección.

–Eres tú, papá. Tú eres Gerd Müller. Tú eres el bombardero alemán. El mejor jugador que yo he visto.

 

Gerd le clavó los ojos e investigó sus facciones. La mujer sí se parecía a él, tenía un aire similar, pero la incertidumbre fue más fuerte. ¿Acaso había tenido hijos? No lo recordaba, así como no recordaba nada de la historia del bombardero. Quizá sí había sido futbolista. Incluso le nació la duda si fue joven alguna vez porque solo se conocía de viejo. Él se limitaba a vivir en el presente, en el aquí y el ahora. Y no lo hacía por una convicción filosófica ni mucho menos, esas eran las reglas de juego que a sus setenta años le había impuesto la vida.

 

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Mientras que su hija Nicole creció cobijada con las glorias de su padre, él al envejecer las fue olvidando. Todo empezó con pequeños detalles que se le escapaban de la memoria. Él, riéndose de sí mismo, se lo atribuía a la edad, a que con tantos goles almacenados en su cabeza se le había saturado el cerebro. Ese se volvió su chiste de cabecera, hasta que lo olvidó también.

 

Después empezó a olvidar conversaciones que acababa de tener. De un momento a otro sentía que aparecía en un lugar sin saber cómo había llegado hasta ahí, y todo sin moverse de la silla. Luego dejó de tener claro cuándo había almorzado y cuándo no. Algo en su cabeza empezó a fallarle y no era un alzhéimer feliz en el que olvidaba lo malo y guardaba lo bueno. De a poco fue olvidando hasta de cómo abotonarse la camisa.

 

Así como borró de su cabeza la tensión entre las dos Alemanias que estuvo a punto de causar la tercera guerra mundial, borró la caída del muro de Berlín y la reunificación del país; que después de eso hubo una sola selección alemana. Olvidó por completo la alegría que sintió cuando levantó la copa del mundo en el setenta y cuarto, y la amargura cuatro años antes cuando quedó eliminado en la semifinal.

 

De lo único que tenía certeza era que estaba sentado en una cama con una mujer al lado, eso no lo podía negar porque era lo que veía. Pero en ese momento su cerebro se reinició y no lograba recordar quién era ella y mucho menos de qué venían hablando.

 

–¿Papá, te acuerdas cuando me llevabas los domingos a ver tus partidos y después íbamos a comer juntos?

–¿Perdón, me podría repetir cómo se llama?

–Nicole Müller, mucho gusto –le alargó la mano–. ¿Y usted?

 

Gerd se quedó en silencio y a Nicole la invadió el miedo de que a su papá en algún momento se le olvidara respirar. Le preocupaba que a los viejos lo que los mantiene vivos es la memoria y los recuerdos, y ahora que su papa había perdido ambos, ¿qué lo mantendría vivo a él?

 

Gerd se escurrió del espaldar de la cama hasta que quedó completamente acostado, por lo que el sol blanco de invierno que antes le pegaba en la cintura ahora le había quedado en la cara.

 

–Disculpe, Nicole, ¿es Nicole, verdad? ¿Podría cerrar la cortina por completo? Es que nunca me había tocado un sol tan fuerte y por eso me están molestando los ojos.

 

 

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Foto:

LaTercera


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