Goles en verso: Zidane al Leverkusen

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Hay goles tan mágicos que es imposible cansarse de verlos. Hablaelbalón ahora asume el reto de ponerlos en palabras. Este primer Gol en Verso lo escribe el poeta Nicolás Peña que todavía no supera ESE gol de Zidane.

 

El balón se eleva en el Hampden Park. Gira mientras Roberto Carlos, casi involuntariamente, se da la vuelta para ver a dónde va a llegar su pase elevado. Solari, el ‘Indiecito’, quedó atrás, en la mitad del campo, después de haber filtrado el balón por la banda izquierda. Treinta y dos minutos sin gritar un gol desde el empate 1-1 del Leverkusen en el minuto trece. Lucio, el defensa brasilero, es ahora otro espectador más. Ve bajar la pelota. Cuarenta y cinco minutos marca el reloj del árbitro, que ve de espaldas la camisa blanca del 5. La mayoría ya está pensando en el vestuario, la charla de entretiempo, el ánimo para salir a definir el partido, las correcciones en marca y los errores en definición.

 

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El gran 7 del Madrid, el goleador, el astuto Raúl, se mueve con insignificancia en el área tratando de incomodar al defensa. El balón desciende mientras el francés, Zizú, que antes jugaba en las calles de Marsella e imitaba a su ídolo Francescoli, se acomoda, se alista: prepara el ángulo exacto de su cuerpo para la patada. Uno, dos segundos antes de que caiga el balón, ya está levantando su pierna izquierda; luego, apoya la derecha con fuerza, para balancearse, mientras mira el movimiento del balón en el aire. Una pirueta coordinada entre mente y cuerpo. Un golpe preciso en el cuero, con el empeine. Ocho jugadores se encuentran en el área, nueve con Ballack que trata de llegar a la espalda del francés (nunca llegará). Glasgow ve cómo el balón baja del cielo al pie iluminado del mediocampista.

 

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Butt, el arquero alemán, intenta alargar su cuerpo, desmembrarse, pero el balón ya está detrás, entre las cuerdas blancas que ondulan frente a los aficionados que saltan alegres y lloran. No hay nada más. “That’s why he is the best player in the world…that’s why he is Zinedine Zidane”, repiten los locutores. Los blancos alzan las manos, los de rayas rojas y negras las bajan, agachan la cabeza. La afición canta. Figo, el 10 de los galácticos, corre a abrazar a Zidane, el mismo que de pequeño jugaba con sus amigos en la calles de La Castellane. Hay un límite imposible de reconocer entre el ruido y el silencio. Y aunque falten otros cuarenta y cinco minutos, esa acrobacia será la última, la definitiva. Zizú grita, corre por el estadio escocés sin saber muy bien qué hacer, porque ya lo hizo, definitivamente, ya lo hizo todo.

 

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