El Súperpoder de Ronaldinho

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En su cumpleños, recordamos su súperpoder.

 

Hay niños así. Conscientes, desde temprano, de contar con un súperpoder. Especímenes atípicos que un día, en una  calle polvorienta de Portoalegre, diminutos, flacuchos, hacen lo que se les da la gana. Sonriendo, siguiendo su instinto, contra grandes o chicos, contra gordos malhumorados, contra adolescentes envidiosos, en la noche o en la tarde o en la mañana asfixiante, brillan, brillan sobre el resto: pues el balón va a donde ellos quieren que vaya.

 

Luego esos niños, sin mucho más que hacer, pelotean, improvisan balones de cuero, piden guayos de cumpleaños, heredan los uniformes grandes, algo rotos, de sus hermanos mayores que nacieron sin súperpoder. Y se hacen mejores: al gobierno total del balón que roban o improvisan le añaden potencia, y aprenden a jugar sin él, a engañar con el cuerpo, a quebrar las cinturas de los niños del común sin siquiera tocarlo.

 

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A esos niños, que juegan por jugar, por el simple hecho de hacer uso de su súperpoder, los absorbe el mundo adulto. Zapatillas nuevas, uniformes sin rotos, lavadoras para sus mamás; y un contrato a su sonrisa: ahora debes hacer reír al mundo adulto. Bienvenido al profesionalismo. 

 

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Muchos niños, casi todos, se entregan a la seriedad del juego. Crecen. Entienden las cláusulas y las respetan. Restringen su poder, pues ahora cumplen órdenes.

 

Pero hay niños, como Ronaldinho Gaucho, que se aferran a su don, que no lo sueltan. Que rebeldes, entendieron desde chicos la responsabilidad de su poder: compartirlo con el resto, sin restricciones ni treguas. Sin cláusulas.

 

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