Equipos eternos: El Cali del 99

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 Recuerde al primer Cali en plantársele de frente a la historia. El hermoso Cali de Mario Alberto Yepes. 

 

Uno no escoge de qué equipo ser hincha. Es cuestión de suerte. La ciudad, los papás y abuelos influyen, pero al final es el destino el que lo deja a uno pringado con el amor por un escudo. A veces se tiene suerte. A veces no.

 

Los hinchas del Cali pasaron muchos años pensando que eran de aquellos a los que la suerte no les había tocado; mientras que el rival de patio levantaba títulos, los azucareros vivían, paradójicamente, en el infierno. El único remedio era recordar aquél equipo de los 60s y 70s, brillante dominador del fútbol colombiano de aquella época. Pasaron más de veinte años para que los del superdépor volvieran a gritar ¡Campeón!, en 1996. Pero el título del 96, aunque excitante, todavía no equilibraba la balanza.

 

La recordada séptima estrella, en 1998, sirvió para que los hinchas del Cali inflaran un poco más el pecho. Sin embargo, no fue hasta 1999 que pudieron sentirse en igualdad de condiciones con sus vecinos los diablos. El equipo subcampeón de la Liberadores de ese año fue un equipo enorme. Esta es la leyenda de un subcampeonato trágico, que grabó, finalmente, el nombre del Deportivo Cali en la eternidad. 

 

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El equipo era, en esencia, el mismo que había ganado el campeonato colombiano el año anterior. Dirigido por “Cheché” Hernández y capitaneado por Martín “el Gallo” Zapata, después de avanzar en grupos dejó a Colo Colo, al Bellavista uruguayo y Cerro Porteño en el camino. El rival en la final fue el Palmeiras de Luiz Felipe Scolari, ni más ni menos. La final se jugó, como ahora, a dos partidos; la ida fue en el Pascual Guerrero y terminó 1-0 a favor de los caleños. Fue por culpa del arquero Marcos, campeón de la Copa del Mundo con Brasil en 2002, que el Cali no viajó a Sao Paulo con una ventaja más amplia.

 

Esa noche fatídica en Sao Paulo los verdiblancos formaron con el venezolano Rafael Dudamel en el arco. El hoy técnico de la Vinotinto, con su pegada infernal, más celebre que su posterior paso por los micrófonos, la rompía. Era, créanlo, Faryd antes de Faryd. “La Pelusa” Pérez jugaba de lateral derecho y Gerardo Bedoya, que por entonces no tenía el anti-record de ser el jugador más expulsado de toda la historia del fútbol, cumplía la función de lateral zurdo. Andrés Mosquera compartía el centro de la defensa con nada más ni nada menos que Mario Alberto Yepes.

 

En el mediocampo, el talento de Mayer Andrés Candelo (también fue joven y tuvo pelo) en dupla con Arley Betancourth, otra promesa incumplida del fútbol de nuestro país. ‘El Gallo’ Zápata, fiero, bravo, y Alexander Viveros, que también tuvo su cuarto de hora en la selección, completaban el dibujo en la mitad. Adelante, de 9, el que para muchos fue el mejor delantero colombiano de finales de los 90: Víctor Bonilla. Junto al goleador estuvo Giovanni Córdoba, que moriría después, junto a “Carepa” Gaviria, fulminado por un rayo. La banca la calentaban, además de “Carepa”,  Carlos “Telembí” Castillo y el defensa Freddy Hurtado, viejas insignias del club.

 

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El primer tiempo acabó en ceros y el segundo empezó con un gol de penal para cada lado. A 15 minutos del pitazo final, Palmeiras puso el 2-1 y selló su billete para la definición desde el punto maldito. Las cosas pintaban bien al principio, cuando Zinho, el primero en cobrar por los brasileños, estrelló la pelota contra el horizontal. Además, Dudamel, “Carepa” (que había entrado para los cobros) y Yepes hicieron los deberes. Cali estaba a cuatro lanzamientos de levantar la Libertadores, dos por cada lado: para que Palmeiras pudiera arrebatarle el título tenía que cambiar sus dos cobros por gol y que el Cali marrara los suyos. Parecía imposible, carajo, pero así fue. La suerte se equivocó de verde. Bedoya estrelló su zurdazo en uno de los verticales y Zapata, que ya había convertido un penal en los 90 reglamentarios, le erró completamente al arco. Los jugadores lloraron desconsolados, admitiendo que del segundo nadie se acuerda.

 

Sin embargo, pasan los años y a este subcampeón no parece tocarlo el olvido. Lo contrario: los hinchas lo recuerdan con mucho cariño, con añoranza, a pesar de que la Copa no hubiera conocido Santiago de Cali. Las voces de todo el continente alabaron al equipo revelación del torneo, reconocieron que los de “Cheche” habían sido los mejores y que no merecían esa injusta medalla de plata, llenando de tranquilidad a los hinchas azucareros. Los diablos al infierno, pensaban. No hay nada que envidiarles, ni siquiera sus gestas trágicas. Acababan de forjar la suya.

 

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