El ídolo de esta semana es un jugador que supo enseñarnos lo que era jugar para divertirse. Este es Faustino Asprilla en Nacional, el joven crack que jugaba mejor enguayabado.
En el Atlético Nacional post Libertadores 89’, un pelado de Tuluá dominó la liga Colombiana. Tanto en los estadios, como afuera de ellos, Faustino Asprilla era Rey. Basta devolverse a un sábado de 1990 para darse cuenta de ello. Era un sábado, Nacional ganó 2-0 el clásico de la montaña con dos golazos de Fausto. Al final del partido, poco le importaba al Tino su majestuosa actuación, estaba preocupado por ducharse rápido y salir en busca de su segundo partido del día: la rumba.
Asprilla voló a toda velocidad por las avenidas de Medellín en su Mercedes Benz último modelo. Junto a él estaba su pareja en la delantera del verde, su fiel compañero de juerga, Victor Aristizábal. Se dirigieron a la discoteca, donde inició la noche. Fausto era rey y señor en la ciudad. Lo sabía y lo aprovechaba. Lo disfrutaba con la misma intensidad con la que vivía, segundo a segundo, cada regate y cada gol en la cancha.
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El Tino llegó a la discoteca y el lugar entero lo notó. “Ahora sí comenzó la rumba”. Como jugador era un delantero que no perdonaba una: si el central pensaba, perdía. Y afuera del rectángulo, igual, nadie podía pensar; era como esos amigos a los que no se les puede perder la vista un segundo, porque en cualquier canción desaparecen, coronan.
Aquella tarde, Faustino había vacunado al portero del Medellín: Dos veces lo dejó regado con su sprint de gacela. Después de algunos minutos de sondeo en la discoteca se aproximaba con la misma gracia, pero ahora su caminar era de pantera: ya había elegido a su próxima víctima. Fausto estaba convencido de que no había otro como él en el planeta, ni con sus cualidades técnicas con la pelota, ni tampoco con sus infalibles habilidades de seducción con las mujeres. En Medellín, Asprilla generó tantos suspiros orgásmicos como aullidos de gol cada domingo. Todos sabemos que un día se cansó de hacer goles y colgó los guayos; ¿será que dar orgasmos era su verdadera vocación? Quizás por eso sacó su propia marca de condones.
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Casi las tres de la mañana y la fiesta en la mayoría de discotecas y bares aledaños al Parque Lleras llegaba a su fin. Asprilla y su conquista de la noche, junto con Aristi y varios jugadores más de Nacional, decidieron rematar la noche en el apartamento de Fausto. Más que un hogar, aquel lugar era lo más parecido a uno de los tantos antros que Faustino frecuentaba. En su nevera sólo había cerveza y aguardiente (suena exagerado, suena a cliché, lo sé, pero él mismo lo dijo en una entrevista, así es nuestro fútbol). Dicen que el ‘Tino’ jugaba como bailaba, quién sabe, lo que sí es sabiduría popular es que sus fiestas eran siempre bien ambientadas gracias a su inmensa colección de discos del Grupo Niche. Dicen también que esos conciertos all night long le quitó el sueño a más de un mortal en la ciudad de la eterna primavera.
La del Tino y Nacional fue una historia de goles y fiestas. Tanto en el día con la pelota y en la noche con la música, las mujeres y el trago, el destino final fue siempre el mismo: la gloria. Imposible no añorarlo. “Faustino no quiso ser el mejor”, dijo alguna vez el ‘Pibe’. Sí, no quiso, pero nos divirtió y se divirtió. ¿Quién somos para juzgar a un hombre que vivió su vida plena?
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