La melena del Pibe

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Lea este elogio del más romántico y lindo símbolo de la identidad colombiana. 

 

Nunca pasó desapercibido. Entonces, como ahora, resultaba más fácil tapar el sol con la mano que ignorarlo. Si se hacía atrás, incomodaba a sus vecinos. Si se ponía adelante, había que acomodarse para ver con claridad y mantener la concentración. De ahí que de vez en cuando las maestras del Liceo Celedón lo mandaran a motilar.

 

El Ejército nunca fue una opción. Por un lado, hacer lo encomendado, y nada más que eso, atentaba contra su creatividad; de otra parte, la uniformidad castrense violentaba su instinto. Y no es que la espontaneidad de su origen caribe lo hiciera incompatible con la doctrina marcial, pero ir a la milicia implicaba deshacerse de su figura a merced de la máquina rasuradora.

 

 

Sin su pelo sería simplemente Carlos. Me perdonarán los homónimos, pero nada tan común como aquel nombre que hay que acompañar con otro para darle color. En el caso del Pibe, no solo el color, sino también la textura, la sabrosura, el ritmo, la cadencia y todos los demás conceptos semejantes que para entender es preciso una profunda inmersión cultural los puso siempre su cabellera.

 

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No es esta la comprobación criolla de la historia de Sansón, ni mucho menos. Los rizos dorados de ‘El Mono’ pudieron cortarse sin afectar su talento. Pero entonces el deleite a la vista hubiera carecido de la estética necesaria para trascender.

 

Él no ha sido el único. En la industria del espectáculo, por ejemplo, Axel Rose, Freddy Mercury o Jimmy Hendrix son evidencia de que no hay símbolo sin silueta, y de que la silueta se forja de la mano con una gran cabellera, un bigote frondoso o una permanente bien mantenida.

 

Si nos limitamos al oficio de pateador, bastaría con mencionar a Ruud Gullit, que para homenajear al samario, durante la ceremonia del Balón de Oro 2013 echó mano de un conjunto de finos dreadlocks artificiales, pues para lamento de los románticos, los suyos habían desaparecido; o Alexis Lalas, el gringo cuyo semblante, producto de la ausencia de un estilista a quién consultar, le valió incluso más fama que su destreza.

 

El gran Alexis Lalas intentó imitarlo. Juzgue usted si lo logró.

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El consenso es universal: al Pibe podrán imitarlo, pero igualarlo jamás. Algunos, con éxito relativo, lo han mimetizado. David Luiz, por ejemplo, siguió de manera consecuente sus anhelos de infancia al calcar el aspecto del ídolo. No obstante, si bien la imagen puede confundir, es su mezcla con el trato del balón lo que hace al de Pescaito especial e irrepetible.

 

El Pibe sin su melena es una danza tropical sin música de tambor; es una receta caribeña que omite el condimento o una bebida de cebada en la playa al clima de la playa. El Pibe sin su melena es un 10 de la escala cardinal sin artículo determinado: “El 10”.

 

No es posible imaginar a Colombia sin el Pibe, como al Pibe sin su melena, aquel pequeño gran detalle que le dio forma al símbolo, presencia al capitán, identidad al genio e inmortalidad a la figura.

 

Termine con: La gran mentira del fútbol moderno. 


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