Las opiniones de los columnistas no reflejan necesariamente las de Hablaelbalón.
Los hinchas de Santa Fe sabemos que el funcionamiento del club ha sido y seguirá siendo un asunto de “puertas para adentro”. Nadie puede afirmar que conoce con claridad sus estados financieros, los acuerdos económicos internos o las metas a mediano y largo plazo.
Sabemos, y eso por los laditos, que un tal César Pastrana es el gran jerarca y que en Santa Fe no se mueve un dedo sin su beneplácito. Que el ‘Presi’ lo controla todo: desde el proveedor de la hidratación hasta cada uno de los fichajes.
Como las cosas han ido tan bien, felices en nuestra década de gloria, nos resignamos a mirar para otro lado. El Presi ha sido coreado tan fuerte como Omar Pérez y el pacto es más que claro: aceptamos la falta de claridad con tal de que nos sigan llegando los títulos y sigamos contando, año tras año, con planteles competitivos.
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Y entonces pasa que César, sospechoso zorro viejo, está metido en problemas. Los estándares de su gestión nos acostumbraron a pedir siempre un poco más y a no conformarnos, resignados, con equipos a medio armar. Los apellidos en mayúsculas se han hecho costumbre. Costumbre y obligación; ya no se valen las migajas.
Pasa, Don César, que ni un segundo lugar nos consuela cuando usted, como el semestre pasado, incumpliéndonos el pacto, tacaño, nos pone a alentar a un equipo chueco, sin variantes ni imaginación. Seguimos cobrándole todas esas tardes frías y espesas en las que el fútbol se río de nosotros cada vez que la tocó Plata. No olvidamos todavía el fraude que fue Kevin Salazar, ni la salida cautelosa (como si nadie se fuera a dar cuenta) del errático Stracqualursi. Todas las tardes en las que López y Urrego fueron la pareja de centrales siguen como cheques sin cobrar. (Las patadas criminales del FPC)
Así que la casa está en llamas, Don César, y en este semestre de Libertadores, con el insoportable vecino estrenando estrella, no estamos para chistes. El central que debía llegar nunca llegó. Ni el lateral izquierdo. Tampoco el extremo derecho.
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¿Qué hacer? Sencillo, César. Desempolvar el mejor traje (puede ser el blanco, no importa) y pagarle a Macnelly y a Seijas lo que pidan. Si es cuestión de plata, no se preocupe: a los casi dos millones de dólares que entraron por la transferencia de Mina se le deben sumar las ventas de Dayron Mosquera, de Pico y de Pablo Rojas. Ahí está la plata y queremos se vea. Que no sigan los murmuros incómodos, los putazos de más, las preguntas indecentes. Ya que su decisión es no hablarle con transparencia al hincha, al menos sea generoso. Síganos haciendo creer que la plata está donde debe estar: en la cancha.
Ese es el pacto.
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ElTiempo