La opinión de los columnistas no refleja necesariamente la de Hablaelbalón.
El análisis del desempeño de una selección en un Mundial tiene el reto periodístico e intelectual de conciliar lo inmediato con lo estructural. Son cuatro años de trabajo condensados en cuatro partidos y por eso lo más honesto es diseccionar el partido contra Inglaterra —analizar la dirección de campo, la alineación, los cambios y el rendimiento de los futbolistas—, pero sin ignorar el trabajo que se hizo antes y las condiciones en las que llegó el equipo a Rusia.
Serán muchos los factores a nivel dirigencial y deportivo que expliquen el salto de una etapa a otra, pero en la primera Era Pékerman (2011-2014) hubo una plataforma estable y coherente que permitió potenciar el talento de futbolistas excepcionales. En la segunda (2014-2018), por otro lado, nunca hubo un piso firme y dependimos siempre de los arrebatos individuales de esos futbolistas que, cuatro años después, pasaron a ser todavía más excepcionales. La evidencia es contundente: en Rusia 2018 jugamos cuatro partidos y vimos cuatro planteamientos diferentes. Terminamos sin ruta porque desde hace cuatro años la perdimos y nunca más la encontramos. En Colombia nunca hubo un plan de juego; desde Brasil fuimos un pollo sin cabeza, tapando agujeros sobre la marcha, respondiendo a la necesidad del día a día y siendo incapaces de imponer la agenda de los partidos.
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Contra Inglaterra, ante la ausencia de James, Pékerman apostó por un sistema ultradefensivo. Lo importante ahora no es discutir si acertó o no, y para siempre quedará la duda de lo que habría podido pasar si Colombia hubiera jugado con otra disposición. Lo que sí va a lugar es preguntarnos por qué fue ese el planteamiento del entrenador. Sin poder contar con James y consciente de la diferencia apabullante de talento que hay entre el mediocampo inglés y el colombiano, Pékerman entendió que no había posibilidades de avanzar si jugaba de otra manera. Ni siquiera mostró la más mínima intención de robar y atacar. Puso a los tres volantes más físicos del plantel para contener a Henderson, Alli, Lingard y Sterling. Así, Quintero, Cuadrado y Falcao quedaron condenados, de antemano, a ganarse la vida solos. En favor del entrenador podemos decir que a priori Argentina no aceptó su inferioridad en el medio contra Francia y se llevó cuatro que pudieron ser seis.
La anterior es una lectura inmediata del partido. Del hoy. De una historia de 120 minutos. Pero lo que hay de fondo es que Colombia no tiene volantes interiores de alto nivel. Entre grandes centrales (Mina-Davinson), buenos recuperadores (Sánchez-Barrios) y buenos creativos (James-Quintero), hace falta un eslabón fundamental que rompe la cadena. En el fútbol de hoy la parada la mandan los interiores de toda la cancha: Kroos, Modric, Paulinho, Vidal, Forsberg, Thiago… Jugadores que permiten controlar los partidos, jugar en campo contrario, articular las líneas y darle sentido a la idea de juego. Colombia no los tiene, no los fabrica. Soñar con ganar un Mundial sin volantes interiores de alto vuelo no es más que una quimera.
De cara al futuro vienen algunos nombres, pero no son muchos: Jorman Campuzano, Andrés Ricaurte, Mateus Uribe, Víctor Cantillo… no alcanza. Si la idea y la expectativa es ser protagonistas de los Mundiales y seguir ascendiendo en la pirámide del fútbol de selecciones, es necesario trabajar duro y en serio para fabricar este tipo de jugadores. Sin ellos el violín de James y Quintero desafina, es una melodía incompleta.
Los enormes delanteros de Argentina y Colombia se murieron de hambre en el Mundial por culpa de un déficit de talento en la mitad. De poco sirve tener 1200 goles en la plantilla si se es incapaz de controlar los partidos e imponer condiciones. Eso nos pasó. Messi y Falcao se murieron de hambre (la única clara que tuvo el ‘Tigre’ fue para adentro). El reto —si queremos pensar en grande—, será llegar a Qatar 2022 con dos o tres interiores de alto vuelo que le den opciones al entrenador. Trabajemos para eso.
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