La obra maestra del ‘Profe’ Montoya

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El profesor Luis Fernando Montoya será para siempre uno de los hombres más queridos y respetados del deporte colombiano. Por eso, Hablaelbalón no podía dejar inadvertido su cumpleaños número 60. En este día especial quisimos recordar a su Once Caldas campeón de América.

 

Seis meses después del bombazo que Jhon Viáfara le metió a Abbondanzieri en el Palo Grande, -que produjo el ruido más atronador que alguna vez haya oído la dulce Manizales- el profesor Montoya fue abaleado a la altura de su tercera vértebra por defender a su esposa de un asalto. Dos miserables dejaron en silla de ruedas al ‘Profe’. Una tragedia que ni Macondo se hubiese permitido.

 

Por eso, casi trece años después de una gesta irrepetible vale la pena repasar la esencia futbolística de aquel equipo campeón. El que nos acompañe en este homenaje sabrá que el fútbol nos regala historias como esta muy de vez en cuando. La que leerá a continuación es una que le robaría una sonrisa al propio Claudio Ranieri el día que se la cuenten.

 

El contexto

El Once Caldas campeón del Torneo Apertura 2003 fue el abono que le permitió al profesor Montoya salir campeón de América en el 2004. En ese torneo se consolidó la base del equipo: Juan Carlos Henao, Vanegas, Cataño, Velázquez, Diego Arango, Valentierra, Dayro Moreno y Galván Rey. El Once hizo un magnífico torneo, quedó de primero en el todos contra todos, ganó su cuadrangular con 14 puntos y finalmente superó al Junior en la final.

 

En el siguiente semestre, el Finalización 2003, el equipo se le derrumbó al ‘Profe’. Se aburguesó con el éxito y fue difícil explicar como un grupo tan fiable terminó fuera de los ocho seis meses después.

 

A pesar de la mala campaña, el Once se había ganado un cupo para la Libertadores 2004. Y había nómina para competir. La prueba de esto es que los apellidos no cambiaron demasiado. Lo más destacado fue la llegada del lateral Miguel Rojas, Herly Alcázar y Jhonatan Fabbro, un talentosísimo enganche argentino que venía de Boca. Con esas incorporaciones el entrenador tenía herramientas para poder competir en la Copa. Sin embargo, lo cierto es que tampoco había fenómenos de otro planeta que nos hubieran permitido soñar con ganarle al Boca de Bianchi en la final. Esto, amigos, fue un cuento de hadas.

 

El campeón tuvo dos etapas, dos momentos a lo largo del torneo. Aquí los repasamos:

 

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Primera etapa

El Once Caldas quedó en el grupo 2 junto a Vélez Sarsfield, Fénix de Uruguay y Maracaibo. En la primera etapa vimos un equipo con gran artillería. Contaba con Valentierra que, si bien era media punta, fue goleador del Apertura 2003 con 13 goles y estaba también Sergio Galván, goleador histórico del fútbol colombiano, que por esos años era el mejor amigo del gol. A ellos se sumaban Jeffrey Díaz, Fabbro, Alcázar y, con 18 años, el gran Dayro Moreno estaba saliendo de su cascarón.

 

Atrás, el plan fue claro desde el primer al último partido. Una línea de cuatro con Samuel Vanegas y Edgar Cataño de centrales; dos defensores altos (1,88 y 1,93), contundentes en el juego aéreo y, sobre todo, agresivos. De laterales jugaban Miguel Rojas por derecha y Edwin García por izquierda, defensas fiables para defender que fueron importantísimos cuando el equipo tuvo que ser una muralla. En ataque, aunque Rojas tenía una gran pegada para lanzar centros al área, ninguno de los dos fue determinante.

 

En la fase de grupos, el profesor Montoya optó por jugar con tres volantes. Generalmente los elegidos fueron Jhon Viáfara, Elkin Soto y Diego Arango. Viáfara fue el eje del medio campo, para entonces era un box-to-box con un despliegue y una zancada sensacional. Sin duda, junto a Henao, fue el jugador más importante de la Copa.

 

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Foto: elheraldo.co Sergio Galván Rey fue importantísimo en fase de grupos. Pero después partió a la MLS y se perdió el resto de la Copa.

 

Arriba varió mucho el sistema en la fase de grupos. Los fijos eran Valentierra de media punta y Galván Rey de nueve. Sin embargo, en unas ocasiones Montoya jugó con doble enganche (Fabbro-Valentierra) y en otras, con dos delanteros: Galván-Alcázar o Alcázar-Díaz.

 

En términos generales, este Once jugaba con un 4-3-1-2 o 4-3-2-1. Con tantos y buenos delanteros el equipo tuvo al principio una gran vocación ofensiva que fue decreciendo a medida que avanzaron las fases. Con un Galván inspiradísimo, que atacaba muy bien los espacios, no se requería de demasiada elaboración para herir. Era un equipo directo que necesitaba de tres o cuatro pases antes de llegar al área rival. Así fueron la mayoría de los goles en fase de grupos. La pelota quieta de Valentierra también fue importantísima.

 

El equipo terminó primero de grupo con 13 puntos. Cuatro victorias, un empate y una derrota.

 

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Segunda etapa

Después de la fase de grupos Galván y Fabbro abandonaron el barco. (El goleador histórico del club partió a la MLS, una decisión que probablemente lloró unos meses después). Sin el talento del mediapunta y el gol del delantero argentino, sumado al escenario que suponen las eliminatorias a ida y vuelta, el profesor Montoya construyó un Once Caldas mucho más defensivo. Un rocoso 4-4-1-1con una idea muy clara: defender e incomodar al rival de visitante, sacar el arco en cero, para después rematarlo en la altura del Palo Grande.

 

A Barcelona, Santos, Sao Paolo y Boca les aplicó la misma fórmula. Para lograr esa solidez defensiva fue importante el rol de dos hombres: Rubén Darío Velázquez y Juan Carlos Henao. El primero entró al once titular jugando en el doble cinco con Jhon Viáfara y se convirtió en el equilibrio. Asumió un rol de destructor y fue la sombra que le permitió a Viáfara soltarse en ataque, pisar el área y usar su zancada para llevar el balón a campo rival.

 

El otro hombre clave fue Henao, su Copa merece mención especial. Fueron meses en los que el espíritu de la ‘Araña Negra’ poseyó al arquero paisa. Si bien el equipo se hizo muy defensivo, no es cierto que el Once haya sido una roca impenetrable. Por momentos tuvo grietas y se vio superado por sus rivales. Contra el Sao Paulo en el Morumbí, Boca en la Bombonera y Santos en el Vila Belmiro, salió vivo de milagro. Los palos y un sensacional Henao le pusieron candado al arco del Caldas. En la semifinal en el Morumbí, Montoya y sus muchachos frenaron una racha de 19 victorias en línea de local del Sao Paulo.

 

 

Ofensivamente el grupo se hizo fuerte atacando con velocidad por las bandas. Para salir rápido, ganando la espalda de los laterales rivales, y para llegar de atrás y terminar los contragolpes que se generaban en la banda contraria hubo tres hombres clave: Elkin Soto, que siempre fue fijo por la izquierda, y Dayro Moreno y Diego Arango que rotaron en la banda derecha. Contra el Barcelona en octavos y el Santos en cuartos, Montoya puso a Arango; pero contra el Sao Paulo en la semifinal y Boca en la final, el elegido fue el joven Dayro.

 

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Con dos buenos volantes en banda, un mediocentro destructor y uno box-to-box, solo faltaba una pieza que uniera todo el engranaje: la zurda exquisita de Valentierra. Arnulfo jugó en modo lazador y su precisión fue vital para un sistema que requería de balones largos y precisos para explotar su juego directo. Además fue el goleador del equipo en la Copa (5) y nunca nadie olvidará el proyectil de 35 metros que le metió al Sao Paulo en el Palo Grande.

 

Tras la marcha de Galván Rey el Once no tuvo ni tampoco necesitó un killer. El equipo se nutrió de las apariciones fugaces de Jeffrey Díaz, Alcázar y Agudelo. Este último, entrando desde el banco, fue el héroe que compró el pase a la final con un golazo al Sao Paulo. En la era pos-Galván ser delantero de ese Caldas se hizo una tarea ingrata. No había volumen de ataque y el punta escasamente era asistido. Su función principal era tener movilidad para incomodar, presionar, fijar y desgastar a los centrales rivales.

 

Más allá de las virtudes como equipo que el entrenador y los jugadores hayan podido construir, que un equipo de una ciudad pequeña de Colombia, haya salida campeón de la Copa Libertadores eliminando al Santos de Robinho, Elano, Diego Ribas, al Sao Paulo de Renato y Luis Fabiano, y el Boca Juniors del virrey con Tévez a la cabeza, es una de esas epopeyas que difícilmente un adulto mayor verá dos veces en su vida. La historia del profesor Montoya con el Once Caldas es una página hermosa, especial.

 

Si bien ningún gol ni ningún título, podrá devolverle algo de todo lo que dos miserables de corazón negro le quitaron, los colombianos amantes de este deporte le tendremos gratitud infinita. Todos hinchamos el primero de julio del 2004 por su Once.

 

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Foto: semana.com


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