Contra el discurso del fracaso

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Sería muy dañino para la Selección que ahora se le empiece a exigir a los jugadores llegar a la final del Mundial.

 

Mientras todavía se secan el sudor de la frente por el sufridísimo segundo tiempo en Lima, con extraordinaria ligereza, algunos le exigen a Pékerman y sus muchachos objetivos que desde un análisis serio resultan irresponsables. Pedirle a la Selección Colombia que tiene que trazarse como meta ser campeón del mundo es un absurdo. Esto soslaya toda realidad y genera falsas expectativas.

 

Los periodistas que desde un cómodo sofá inclinan su pulgar para pedir el cielo sostienen su homérica demanda con un análisis demasiado elemental: como Colombia fue quinta en el último mundial pasado, como mínimo, para no fracasar y mostrar un avance, debe ser semifinalista en Rusia. Ojalá el fútbol fuera tan sencillo como soplar y hacer botellas. El escenario es mucho más complejo.

 

Colombia fue quinta en el pasado mundial por muchas variables. La principal, por supuesto, fue que ocho de los titulares (Ospina, Yepes, Zapata, Zuñiga, Sánchez, Aguilar, Cuadrado y James) tuvieron un rendimiento espléndido durante ese mes. Esto hizo posible un rendimiento colectivo notable. En segundo lugar, durante tres años el entrenador había construido una propuesta que tocó techo en Brasil. Luego, Pékerman eligió bien la lista, gestionó con buen tino los cambios y acertó en la mayoría de las decisiones.

 

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Finalmente hay que reconocer que Colombia tuvo cierta fortuna con los rivales. No enfrentó ningún equipo de alto vuelo en el grupo. Le tocaron dos rivales bastante débiles (Grecia y Japón), y  en octavos eliminó a una Uruguay golpeada y sin su mejor jugador por la sanción de la FIFA. Esto no quiere decir bajo ningún supuesto que no haya habido méritos propios. Los hubo todos. Lo que quiero decir es que cada mundial es un universo propio. Si en Rusia el azar nos enfrenta a Alemania o España en octavos y Colombia tiene un partido extraordinario, pero termina saliendo por penaltis, ¿vamos a tener la cara para mirar a estos jugadores a los ojos y decirles que fracasaron?

 

Chile hizo un mundial espectacular en Brasil. Los chilenos tuvieron determinación y audacia para desarrollar su idea. Aplastaron y eliminaron con una autoridad notable a España en el Maracaná. Después el azar los mandó a jugar contra el local en octavos. Los de Sampaoli estuvieron a la altura en uno de los partidos memorables de aquel mundial. Un palo de Pinilla en el minuto 118 impidió la victoria. Al final salieron por penaltis. ¿Diremos que fracasaron?

 

El discurso del fracaso es muy dañino para el deporte. Las desilusiones son inversamente proporcionales a las expectativas generadas. En ese sentido, ¿por qué vamos a pedirle a una Selección que nunca jugó una semifinal en su historia que la juegue por obligación? Por una lógica de progreso muy facilista.¿Todo lo que no sea jugar seis partidos será un fracaso?

 

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Pensemos. Hoy Colombia tiene cuatro jugadores en la élite de la élites: Dávinson Sánchez, Cuadrado, James y Falcao. A Deschamps, el seleccionador de Francia, para empezar con los ejemplos, le da migraña en todas las convocatorias para elegir entre Dembelé, Mbappé, Griezmann, Giroud, Lacazette, Lemar, Pogba, Matuidi, Kanté, Bakayoko, Martial… Es más, se da el lujo de prescindir del nueve del Real Madrid.

 

En Brasil y España el caso es similar. El pobre  de Lopetegui no sabe qué hacer con tantos volantes talentosos: Silva, Isco, Iniesta, Busquets, Asensio, Koke, Saúl, Thiago Alcántar..  la lista sigue. Y ni hablar de los aviones que tiene de laterales: Carvajal, Alba, Azpilicueta, Sergi Roberto, Alberto Moreno, Monreal, Juanfran, Nacho, etcétera.

 

Incluso Argentina, si Messi llega bien y Sampaoli le da vuelo a su idea, tiene nombres para aspirar a una hipotética final.

 

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Así nos duela, Colombia sigue siendo una Selección en progreso. Un laburante clase media que debe trabajar para que sus próximas generaciones sean más que él. Pero esto no se logra de la noche a la mañana. Se requiere de años de esfuerzo, tenacidad, constancia y convicción en un método. No seamos tan irresponsables de pedirles a estos muchachos lo que no les corresponde. Hoy somos un clase media –digámoslo con orgullo–, tal vez en unos años dejemos de serlo. Alemania, que hoy se muestra invencible, con tres copas del mundo encima, después de la Eurocopa del 2000, tuvo que dar un giro de 180 grados en su modelo y encontró su premio solo quince años después. En el fútbol no hay atajos. 

 

Pékerman y los jugadores prepararán cada partido para ganarlo. Eso es una obviedad. Puede que con un camino favorable, con un excelente rendimiento y con la dosis de fortuna que se necesita en todo campeonato corto, Colombia le haga pensar a los soñadores, mientras avanza, que está para alzar la copa. Tampoco es una posibilidad en cien millones y hay muchos equipos inferiores en técnica y en juego. Pero digámoslo con claridad y contundencia: sería la sorpresa del siglo.

 

Lo peligroso del asunto es incubar en la opinión publica, en el ambiente, en la relación hinchas-periodismo-equipo, la exigencia de llegar hasta las últimas instancias. No hace falta ese baño extra de presión.

 

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Foto: goal.com


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