El hincha de Millos que se hizo pasar por holandés para ir al Atanasio

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Un hincha loco se disfrazó de extranjero para ir a ver a Millonarios en el Atanasio Girardot. Así le fue.

 

Junio 11 del 2017, 4:30 p.m., hostal Casa Kiwi, Medellín.

 

No suelo empezar los textos con datos como la fecha o la hora o el lugar, pero esta historia tenía uno de sus clímax ahí: en las 4:30 de la tarde de un domingo 11 de junio, cuando en mi propio país me tocó hacerme pasar por holandés para presenciar una semifinal entre mi amado Millonarios y Nacional en el Atanasio Girardot, acompañado de un grupo de extranjeros en un tour que me aseguraba “seguridad y adrenalina en la mejor paisan football experience”.

 

Para mí fue una mera coincidencia del destino poder asistir al partido, pues todo se dio de manera muy extraña. Muchos días antes del partido, como en la antepenúltima fecha del todos contra todos, con unos amigos armamos parche para ir a Medallo al concierto de Kase en el teatro Pedro Pablo Tobón.

 

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Compramos pasajes y boletas para ese fin de semana, el del 11, y en mi cabeza pasó primero la posibilidad de perderme una posible vuelta en El Campín que ir al ‘Satanasio’ a cerrar de visitante contra los verdes. El azar nos sembró del mismo lado de la llave y ambos avanzamos en la serie, nosotros contra el Bucaramanga y ellos contra Jaguares.

 

“Y ¿qué?, ¿cómo va a hacer con la boleta, caleto en occidental, camuflado, o qué?”, preguntaban algunos, mientras que otros recordaban la última excursión masiva de la hinchada millonaria a Medellín, el popularmente Lomazo del segundo semestre del 2012. Ese día unos cuatro mil azules entramos al Atanasio y, como siempre, hubo desorden, pelea, malas gestiones y pésimas logísticas que se tradujeron en agresiones policivas tan simples que parecen imperceptibles; pero carajo, la boleta me costó veinte mil pesos, no sé, eso significan 90 minutos de fútbol no 75, no me saquen antes de tiempo de mi sitio… ¿no? Tengo derechos, hay un contrato. Es una cuestión de negligencia, inoperancia y falta de voluntad.

 

En fin, volvamos…

 

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Junio 11 del 2017, 4:30 p.m., hostal Casa Kiwi, Medellín.

 

“Marica, róteme unos ploncitos, ya a las 4:30 llega el guía y me toca bajar. Si me pueden vender la boleta (del concierto), bacano. Y bueno… que pena no acompañarlos”, les dije a mis amigos. Inhalé, exhalé, sonreí y temblé. Había llegado la hora.

 

Recuerdo que lo primero que hice después del empate a cero en Bogotá fue llegar a mi casa a googlear para buscar la boleta. Ahí fue cuando di con una agencia que prometía una inigualable football paisan experience en la capital antioqueña. Desde ese mismo momento cambié mi nombre en Whatsapp por el de M. Rödher, nada especial, la inicial de mi nombre y la mezcla de mis dos apellidos con una diéresis en la ö para darle un toque extranjero. Sin pensarlo llamé, y con mi inglés menos gringo, porque sentía que era algo que podía delatarme, coticé la que parecía la opción más viable y menos riesgosa para asegurar mi entrada a la semi. 350 000 pesos nos cobraban a mí y a mis dos amigos, pero al final ellos se bajaron del bus y me cobraron 130 por un abono de la tribuna norte. ¿Ciento treinta mil pesos por una tribuna popular…? “Malditos rateros”.

 

Llegué al lobby a reunirme con el guía y los demás extranjeros que asistiríamos al encuentro que desde la década de los 80 casi se ha convertido en una rivalidad a muerte. Borré la aplicación de Millos que tenía en mi teléfono, así como la gran mayoría de fotos que pudiesen revelar mi verdadera identidad. Me senté frente a otro extranjero que también esperaba en el lobby del hostal y le escribí a mis contactos que si algo, todo en inglés.

 

Mientras el guía llegaba, mi cabeza daba vueltas pensando en las nacionalidades que supuestamente yo, blanquito, monito y ojiverde, podía aparentar. “Será mejor decir un país así como Latvia o Lituania o del que nadie tenga idea o de dónde carajos digo que soy”. “Where are you from?”, preguntó el guía cuando llegó. Los nervios me jugaron una mala pasada y en piloto automático me dejé llevar por la situación. Ante mi no respuesta, el extranjero que esperaba frente a mí en la recepción respondió: “from Holland”, a lo que acto seguido, casi que balbuceando, salió de mi boca un tímido “Holland, too”. “Y a qué equipo apoyan en Holanda”, preguntó en inglés el guía. “Ajax”, respondió el extranjero. “Ajax, too”, dije torpemente.

 

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El verdadero holandés me miró con desconfianza y volví a la terraza en donde mis amigos lo estaban pegando para fumarme otro par de plones, a ver si lograba calmarme un tanto. Volví a bajar antes de las 5, que era la hora de salida, no sin antes pasar por el baño y decirme a mí mismo: “nada malo podrá pasarme si nada malo hago”.

 

De nuestro hostal éramos más o menos unos diez. Caminamos por unas cuadras del Poblado hasta llegar a otro hostal donde nos esperaban un bus y otra decena de extranjeros. De ahí nos llevaron a una tienda en las inmediaciones del Atanasio. “How much cerveza?”, preguntaba yo como hablando pausado para seguir con el video del extranjero en el que estaba metido, bien sabiendo que no era buena idea tomar más de una o dos polas que pudieran caldear mi ánimo antes de entrar. El guía que nos había insistido en comprar camisetas, finalmente se rindió conmigo. Luego se vino la lluvia y todos empezamos a comprar plásticos impermeables para mantenernos secos: ¡tres mil hijuemadres pesos cada plástico!, ni que fuera extranjero…

 

Pasadas las 6:30, el guía hizo el primer e inocente anuncio: “time to go to the bathroom, we come back here, few advices, and we leave to the stadium… y que no vuelvan los de Millonarios que están cagados”, dijo riéndose el cabrón y mezclando el inglés con el español en una sola frase. Fui al baño, en verdad cagado del susto, le escribí a mis padres y a mis amigos en qué punto estaba y me repetí a mí mismo que aunque ganáramos o perdiéramos, no podía ser tan bruto de arriesgar mi vida por un partido de fútbol.

 

Con su voz en inglés paisa mañé nos pidió que prestáramos atención: “Ey, chicos, chicos, hoy es la semifinal, juegan los dos equipos más grandes del país, nosotros los hemos vencido seis veces de siete en los últimos años, así que el juego de hoy realmente será uno muy bueno. El estadio estará lleno, la gente estará cantando todo el tiempo porque en verdad los odiamos”. Aquí el guía hizo una pausa mientras los extranjeros se reían y yo temblaba, luego continuó: “honestamente, ¡los odiamos… y ustedes también! ¿cierto?”.

 

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Vea el video original del guía:

Pensé entonces en todas las posibilidades. “Bueno, si hacemos gol, nada, callado, te pellizcas o te muerdes los labios o algo. Si nos hacen gol, pues nada, vida hijueputa, no nos van a hacer gol, vamos a ganarlo, carajo. Si nos vamos a penales pido un Úber o salto a la cancha y abrazo al Káiser o a Pedrito y les digo que soy periodista y que me quieren matar, que de ninguno me suelto hasta que se me garantice seguridad”.

 

El partido estuvo bueno. Millos atacó. Armani atajó todo y Vikonis respondió. Cada ataque nuestro me dolía más que los de ellos pues el sufrimiento de no poder expresar el profundo amor hacia mi equipo me revolvía el estómago. Decidí entonces aplaudir cualquier buena jugada, azul o verde, como un espectador de fútbol cualquiera, ajeno al contexto, celebrando el deporte.

 

Quizá al mismo tiempo en que Russo pensó en los penaltis, llegó el gol verde. Dayro Moreno lo anotó en los últimos minutos  y este se sintió como un baldado de agua helada seguido de un quemón en un pecho que –sobre todo en el tiempo que Vikonis tapó en el arco norte– se sentía como un blanco expuesto y vulnerable. El corazón quedó hecho añicos.

 

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El partido alcanzó a tener dos o tres minutos más, creo, donde no solo alcancé a ilusionarme con las jugadas vagas en las que Mosquera desbordó, sino que también tuve tiempo para grabarme a mí mismo, un yo inexpresivo que invadido por la tristeza del momento no pudo decir en vivo y en directo lo que ahorita siente y piensa.

 

Cuando me bajé del bus, el holandés se bajó conmigo, me prendí el porrito que no había fumado dentro del estadio, y le confesé que era un hincha de Millos infiltrado. “Pues mucha suerte tuviste, y mucha suerte también tuvieron ellos”, me dijo amable. Se me escurrieron algunas lágrimas azules mientras inhalaba el humo. No podía entonces pensar en otra cosa sino en la frase célebre y hasta cliché del gran maestro Charly García, la cual reflejaba a la perfección mi sentir en dicho momento: “si ellos son la patria ¡yo soy extranjero!”.

 

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“¿Cómo es posible que a mí, que a un hincha cualquiera del fútbol, le toque andarse con este tipo de artimañas para asistir a un partido en condición de visitante? Yo porque tengo cara de extranjero, pero los que entraron caletos a occidental o a oriental ¿Cuándo carajos será que podremos volver a los estadios en paz, o a ver un clásico mitad y mitad? ¿Cuándo será que la policía se comporte a la altura de la institución que debe ser y pueda garantizar los derechos humanos de los asistentes en los estadios? ¿Cuándo será la próxima vez que se pueda volver al Atanasio?”.

 

Por ahora, primero entra un extranjero que un compatriota hincha de Millos.

 

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Foto:

Radio Santa Fe

 


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