La promesa incumplida del fútbol inglés

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Esta es la historia del Pelé que no pudo ser. Del jugador que con 21 años prometió ser mejor que Di Stéfano. Del más grande mito del fútbol. Uno que no fue. 

 

¿Le gusta Julio Cortázar? Ahora imagine que después de escribir su novela Los Premios la muerte lo hubiera alcanzado en un accidente de tren. No tendría usted en su mesa de noche Rayuela, no sabría usted qué es eso de los Cronopios y las Famas. ¿Le gusta Tarantino? Ahora imagine que después de sacar Reservoir dogs en 1992 una muerte violenta, llena de sangre, se lo hubiera llevado para siempre. Ni Pulp Fiction. ni Kill Bill, ni Inglorious Bastards habrían llenado sus noches.

 

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“Esto, simplemente, no pasa”, piensa uno. Creemos que a las leyendas las protege el destino hasta que dejan su legado. Su obra maestra. Cortázar, antes de su último suspiro, tenía que escribir Rayuela. Tarantino debe mantenerse en pie hasta exprimir la última de sus perversiones. El mundo necesita de héroes. Por eso los protege. Falso. Con Duncan Edwards el mundo no tuvo compasión.

 

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Duncan nació en Dudley, Inglaterra. Fue un niño prodigio, un Cortázar, un Tarantino. A los 11 años jugaba con los niños de 15. A los 16 debutó en primera división. Con 17 años firmó un contrato profesional (¡en 1953!). A los 18 se convirtió en el debutante más joven de la Selección Inglesa y con 20 ya había ganado dos ligas inglesas. Duncan se estaba comiendo el mundo.

 

De niño tuvo que decidir entre la pelota y el folk dancing:  ¿recorrer el país bailando o probarse en las selecciones escolares de Inglaterra? Le gustaba mover el cuerpo, pero amaba la pelota. Escogió al fútbol y el fútbol lo escogió a él. El Wolverhampton le quiso y fue a por él. Pero Matt Busby, mítico entrenador del Manchester United, ya le seguía de cerca. Duncan escogió al United y el United lo escogió a él…

 

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Vestido de diablo consumó su leyenda. En la temporada 1956-57 jugando para el ejército, para la selección y para el Manchester completó 95 partidos. Dicen de él que, de poder, hubiera competido todos los días del año. Como volante interior izquierdo, pero también como back-central, se hizo el gran jefe del que, dicen, fue el mejor United de la historia: Los Busby Babes. 

 

Durante un partido de inferiores, cuando aún no hacia parte del plantel profesional, el entrenador Jimmy Murphy, harto de que su equipo dependiera de Duncan, le prohibió a sus dirigidos abusar de él, debían buscarse entre sí y evitar dársela. En el entretiempo, perdiendo, lo mandó todo al carajo: “¡Fuck!, siempre a Edwards, dénsela a Edwards, a nadie más que a Edwards”.

 

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Años después, el mismo Murphy, esta vez dirigiendo a la Selección de Gales, en un partido contra Inglaterra, aconsejó a sus jugadores ir sobre cada uno de los ingleses para anularlos. Los nombró a todos menos uno. “¿Por qué se olvida de Edwards?”, le preguntaron. “No me olvido de él, pero nada de lo que diga les va servir para pararlo. No es de este mundo”, respondió serenamente.

 

Es verdad que Edwards no jugó solo. Junto a él, en las fotografías, aparecen el respetado defensor central Roger Byrne (aclamado capitán de la selección), y  Eddie Colman, y el impredecible dublinés Liam Whelan, y los internacionales Tommy Taylor y David Pegg. Un generación dorada de futbolistas. Solo Maradona fue capaz de llevar, él solo, un equipo a la eternidad, pero Duncan fue el diferente que sobresalió entre los diferentes. El mejor de una generación dorada de futbolistas

 

Estatua de Edward en su ciudad natal. Dudley.
Estatua de Edwards en su ciudad natal.

 

Bobby Charlton, aún hoy, habiendo visto a Messi, a Di Stéfano, a Pelé, a Rooney y a Maradona se mantiene firme cuando dice que Duncan Edwards es el mejor jugador que sus ojos han visto. Que con ningún otro llegó a sentirse tan minúsculo, tan convencional. También, con los ojos hundidos en pena y culpa, lo dijo Matt Busby: “Duncan, simplemente, no tiene fallas como futbolista”. Su historia fue la de un futbolista total, infalible, que a los 21 años ya era tratado de caballero.

 

Su única falla, en este mundo que se traga a sus héroes, fue no poder seguir viviendo con el riñón roto y las heridas mortales que le dejó el siniestro aéreo de Munich en 1958. Por 15 días prolongó la muerte. Por quince días se negó con las tripas a no volver a vestirse de rojo. Al final, tuvo que partir y con él todos los goles que nunca hizo y los trofeos que nunca levantó. Con él se fueron su Rayuela, su Pulp Fiction.

 

Ahora descansa en la nada, junto a Cortázar. Donde descansará Tarantino. Donde descansaremos usted y yo. Mientras, cada tanto, merece la pena preguntarse qué habría sido de este mito si hubiera podido ser. ¡Fuck!

 

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