• Así es el Fútbol Uruguayo
7 agosto, 2016
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1987: Peñarol Campeón de América

En un relato apasionante, el escritor Juan Diego Flores nos explica por qué en su natal Uruguay el fútbol se vive como se vive. Disfrútelo, siéntalo…

 

“¿Qué es el fútbol?”, me preguntó un amigo inglés hace algunos años… ¡Qué ironía! Pensar que ellos lo inventaron y ahora preguntan por su definición. En fin. Por cosas del azar, la vida quiso que mi amigo James estuviera de paso por Uruguay esa noche fría del 2011 en la que Peñarol se jugaba sus cartas por pasar a la final de la Copa Libertadores. Y claro, el tipo no supo entender qué era lo que pasaba ese día con este país. Ningún extranjero lo hubiera hecho. Ningún europeo, por lo menos.

 

Peñarol clasificó a la final luego de un partido con tintes de hazaña contra Vélez en Argentina y por acá la celebración fue excesiva para su sensibilidad inglesa. Todo el mundo salió a la calle a pesar del frío, a cantar y abrazarse con extraños. Yo lloré como un niño y recuerdo la atenta mirada de James, que me clavaba los ojos como si yo fuera una pieza de museo. Le quise responder su sensible pregunta pero no pude…Mi mente se había transportado de repente a la final del año 87’, al partido de desempate contra el América de Cali en Santiago de Chile, al gol de Aguirre que en el último suspiro nos dio una Copa que ya estaba perdida. (Tómese tres minutos y vea el vídeo. Lo va a agradecer para siempre).

 

 

Decido entonces acudir al video de aquella quijotada. Lo miro una y otra vez. No hay caso, cada vez, una frágil lágrima amaga con caer y el alma toda se me quiebra. No muchos entienden el fútbol uruguayo, nuestra manera de sentir el juego. En el video, en los últimos segundos de la final de una Libertadores épica, se ve claramente como los nuestros juegan sus últimas cartas a los ponchazos. Es algo que sólo los uruguayos podremos entender: “Juré no morir ni aunque me maten. Y no morí”. Se trata de creer en imposibles, esa máxima nuestra de nunca darnos por vencidos a pesar de todo y de todos.

 

Y así la pelota vuela, lejos del pasto, hacia delante, a puntazos, hasta que en algún momento cae en un jugador marcado por la estrella, uno de aquellos que nacieron para no morir nunca. Aquel gol es mi primer recuerdo: la fotografía inválida de toda mi familia en llantos, abrazándose de verdad. Por un segundo no hubo guerras ni injusticias, ni crisis económicas, ni cuentas por pagar; por un instante todo en esa casa, en un año teñido de fracaso y batallas perdidas, fue gloria y éxito. Por un ratito lo imposible fue posible.

 

En Uruguay somos tres millones de personas, un número menor para los intereses inconfesables de quienes gobiernan el fútbol; nunca es negocio que ganemos. Somos pocos, es una cuestión de perfecta matemática: otros países tienen más probabilidades de juntar once tipos que jueguen bien al fútbol y venden más remeras y también más derechos de televisión. Así y todo hemos ganado dos Mundiales, dos Oros Olímpicos, quince Copas de América y ocho Libertadores (5 Peñarol y 3 Nacional). No es poco para un país con tres millones de almas. Además, nosotros no jugamos solamente contra el rival de turno. No, jugamos también contra los jueces, los líneas, la conmebol –que no merece mayúscula– y la FIFA, –que no merece respeto–. Pero en Uruguay confiamos en el “juré no morir ni aunque me maten” y en el capricho de la pelota y en la justicia, a veces injusta, del fútbol. Y hacemos bien en confiar, la historia nos abriga siempre que hace frío.

 

Juré no morir ni aunque me maten. Y no morí

 

Escribo y vuelvo al video. Relato de sinceras emociones; jugadores vestidos de rojo que se agarran la cabeza; y Diego Aguirre, corriendo para siempre entre dudas y desbordado por la gloria, festejando, sin saber cómo, un gol que ha logrado vencer al tiempo.

 

Nunca pude descifrar si el fútbol es justo o no, nunca entendí del todo si los campeones son siempre los mejores o si es necesario ser el mejor para salir campeón. En el fondo, mucho no me importa. Me ha tocado ganar, me ha tocado perder y en el recuerdo siempre queda la foto del campeón. Holanda fue mucho en los setentas, cambió la manera de entender el fútbol, marcó un antes y un después; pero no fue campeona del Mundo, perdió las finales. ¿Habrá jugado mejor Uruguay que Brasil en aquella final del 50’? ¿Habrá sido justo que el Brasil del 82’ perdiera la final contra Italia? Poco importa.Para ser campeón hay que ganar la final y quien la gana es el campeón. El resto es burocracia periodística.

 

Vuelvo al video. A segundos del final en la mitad de la cancha la revoleamos bien alto sin más plan que la esperanza. Cae con muchas dudas cerca del área del América de Cali, nadie la quiere, cae casi sin querer, como marcada a fuego por el destino, en los pies de un tal Diego Aguirre. Ahí comienza la hazaña. Sí, la palabra es hazaña; el partido y la copa estaban perdidos.

 

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“Se trata de creer en imposibles, esa máxima nuestra de nunca darnos por vencidos a pesar de todo y de todos”. Foto: Qué

 

No es fácil explicar por qué a veces es tan caprichoso el fútbol. Se hace muy difícil contarle a mi amigo inglés por qué vivimos con tanta pasión nuestros colores. Esa noche del 87’, mi primer recuerdo, me abracé con mi madre como pocas veces lo hice en mi vida. Sus lágrimas humedecieron mi cara. Hoy, su alegría no se deja explicar con palabras.

 

Luego de dominar la pelota, en el minuto 120’ de la prórroga, en un partido de desempate, Aguirre –no sé cómo– se acomodó por la izquierda del ataque y de zurda la puso contra el palo izquierdo de Falcioni. Por allí mi madre me abrazó… Yo tenía tan sólo 5 años. Ese gol de Aguirre hizo posible lo imposible. Esa noche, gracias a un gol, nos sentimos ganadores a pesar de estar atravesando un momento difícil, lleno de dificultades, de fracaso. Igual, nos sentimos ganadores.

 

La noche de 2011, la del desconcierto de mi amigo, cuando mi Peñarol clasificó a la final, mis colores me envolvieron como un manto sagrado y mi madre, que ya no está conmigo, me abrazó como detenida en el tiempo en el mismo abrazo de hace 24 años. A James no le pude responder, podría haber hablado de historia, de Maradona, Bomboneras o clásicos rioplatenses, pero apelé al silencio… Al silencio, que unas veces es lo que nadie quiere escuchar y otras, lo que alguien no puede explicar.

 

Foto:

PasiónFútbol

 


Autor: Juan Diego Flores

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