Equipos eternos: el Millos de la Suramericana 2007

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El Millonarios semifinalista de Suramericana es uno de esos equipos que hizo valer la pena tantas decepciones y sufrimientos.

 

En enero del 2007 Millonarios acumuló 19 años sin dar una vuelta olímpica. Las historias de padres y abuelos comenzaban a transformarse en fábulas. La grandeza de antaño no era creíble.

 

El apertura 2007 lo dirigió el estudioso Juan Carlos Osorio. Su equipo hizo un torneo más que decente. Quedó de cuarto en el todos contra todos y quedó a dos puntos del Huila que fue finalista del cuadrangular B. El desempeño del equipo alcanzó para ganar un cupo en la segunda ronda de la Copa Suramericana.

 

En ese momento –y todavía— jugar la Suramericana era una oportunidad de oro. Había que hacer un buen papel, y sin duda había herramientas para hacerlo.

 

Osorio no quiso seguir y firmó por el Chicago Fire. Su reemplazo fue el uruguayo Martín Lasarte (sí, sé que a más de uno le tembló una ceja al recordar ese nombre). Es imposible haberlo hecho peor que este señor. Su puesta en escena fue vulgar. En liga hizo cuatro puntos en mes y medio y en el debut en Copa perdió 0-1 contra el Coronel Bolognesi de Perú (?).

 

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En el partido de vuelta el equipo jugó tan mal como en la ida, pero al minuto 86′ un gol de Ciciliano, tras un gran pase de Carlos Villagra, llevó la serie a los penaltis. Millos marcó los cinco y un atajadón de Cuadrado le dio la clasificación a un equipo mediocre.

 

Foto: elespectador.com Jhonatan Estrada y Carlos Villagra, eran dos piezas fundamentales en el ataque.

 

La agónica clasificación maquilló por tres días la realidad deportiva. Pero en el fútbol y en la vida, las cosas, biches o maduras, tarde que temprano, se terminan cayendo por su propio peso. La siguiente semana fue catastrófica. Millos perdió en Armenia 6-1 contra el Quindío.

 

Hinchas y prensa entraron en cólera. Hubo campañas para no ir al estadio, para sacarlos a todos, desde el presidente hasta el utilero. El siguiente partido en el Campín, Millos perdió 0-3 y todo se fue al diablo. En un estadio casi vacío, los jugadores tuvieron que salir en tanqueta. Con cuatro puntos el equipo era el último de la tabla y a Lasarte lo sacaron a las patadas. El club estaba destrozado por todas partes. Era el hazmereír del país. Fue como si el huracán bíblico que arrasó Macondo hubiera hecho lo mismo con Millonarios.

 

La pesadilla se hizo más grande cuando anunciaron al que sería el rival en la tercera ronda de la Suramericana: Atlético Nacional. Los verdes podrían tener piedad con cualquiera menos con Millonarios. El colero de la Mustang era una vaca herida que caminaba cabizbaja al matadero.

 

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Pero cuando La Guardia y Los del Sur ya componían canciones que hablaban del descenso apareció Mario Vanemerak, bicampeón como jugador y de corazón más ‘embajador’ que Alfonso Senior. El club tendrá que estar eternamente agradecido con él. Agarró la papa caliente que nadie quería coger. Cogió a un moribundo a tres días de enfrentar a Nacional en Medellín e hizo algo heroico. Los siguientes dos meses fueron un idilio entre equipo y afición, algo único en la historia moderna del club.

 

Foto: futbolete.com Mario Vanemerack asumió un equipo destruido, y en una semana lo revivió.

 

El 5 de septiembre se jugó el partido de ida en el Atanasio. Millos hizo un partido extraordinario de principio a fin. Se fue perdiendo al descanso 1-0, pero en el segundo, de la mano de dos calvos divinos, Jonathan Estrada y Ciciliano, el equipo remontó y ganó 3-2.

 

En la vuelta, cinco minutos antes de salir, Mario arengó a sus muchachos: “hace 18 años, en esta cancha, ellos nos robaron… Cuando vayan a calentar vean las caras de los hinchas, ellos están esperando revancha… Hoy no lo hagan por sus familias, hoy háganlo por mí, porque yo antes de ser su técnico soy hincha de Millonarios”. El partido terminó 0-0. Millos dio los primeros signos de vida.

 

En la misma semana se jugaba el clásico contra Santa Fe. Millos lo ganó 1-0 con gol de Bedoya y esa fue su victoria número 100 en un clásico capitalino. En 10 días Vanemerack se metió la hinchada al bolsillo. Todas las tribunas estaban entregadas a su causa.

 

Después llegaron los octavos de final de Suramericana contra el Colo Colo de Giovanni Hernández. Una prueba durísima. El partido de ida se jugó en el Campín. Fue un juego muy cerrado que quedó 1-1 con gol de Ciciliano. La vuelta también terminó 1-1 y en los penales cobraron 12 veces. Seis y seis, y todos lo metieron. Efectividad total. El séptimo cobro de los chilenos se fue fuera. Estrada pateó cruzado y Millos se fue a cuartos de final.

 

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El siguiente paso era todavía más duro: el Sao Paulo de Rogerio Ceni. En Morumbi, Millos jugó con doce. Ese día el Altísimo se puso la azul. Blandón y la defensa sufrieron verdadero vendaval ofensivo. Palos, atajadas y rebotes. Millos no pasó la mitad de la cancha en 85 minutos, hasta que Luis Zapata, el anti-héroe, entró para poner otro ladrillo más en la pared. Ciciliano después de un rechace lo vio con el rabillo del ojo, lo habilitó de primera y, después de la cabalgata de su vida, Zapata definió de zurda al primer palo de Ceni. Fue un gol que puso a Millonarios a soñar despierto y que rebautizó para siempre a este zurdo velocista. Desde ese día, para todos, Luis es ‘Morumbi’ Zapata.

 

En la vuelta las cosas fueron a otro precio. Esa noche, el ‘General’ Bedoya, Robayo y Ciciliano inflaron el pecho y jugaron un partido de la puta madre. Millos jugó con autoridad y ganó 2-0 con goles de Ciciliano. Ricardo era el Messi de este equipo.

 

En las semifinales Millos debió enfrentar a un poderosísimo América de México. Ochoa iba al arco, Salvador Cabañas en su mejor momento era el goleador del equipo. Millos hizo una muy mala primera parte y se fue al descanso 0-2 abajo. Para el segundo, un golazo de Bedoya de tiro libre y una pilleria de Estrada hicieron explotar el Campín con el 2-2. Bedoya se lesionó, y sobre el final el América se llevó un 2-3 muy favorable para casa.

 

En el partido de vuelta Millos perdió 2-0. Durante el partido nunca transmitió la sensación de poder remontar la eliminatoria. Fiel a su estilo de los últimos años, a este Millos también le faltó cinco para el peso. Otra vez, el pan se quemó en la puerta del horno. Pero no se equivoquen, este Millos durante ese semestre fue distinto a casi todos. Jugó con un fuego especial, con el escudo cocido en la piel. Se les notaba. Vanemerack con su locura, logró transmitirle a los jugadores una pasión que pocas veces vimos en Millonarios en el siglo XXI.

 

Este Millos mereció todos los Campínes que se llenaron para verlo, mereció todas las boletas de hinchas que se quedaron sin poder comprar una, y merece ser eterno. Porque mientras este club se acuerda que algún día fue gigante, debemos recordar a aquellos que permitieron traer en el tiempo, un pedacito de los ochenta, al octubre del 2007.

 

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