Goles en verso: Falcao a Bolivia

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Hay goles tan mágicos que es imposible cansarse de verlos. Hablaelbalón asume el reto de ponerlos en palabras. Nicolás Peña hizo poema aquel gol agónico de Falcao a Bolivia en La Paz.

 

El Tigre anda por el borde de la cancha, sigilosamente, merodeando. 78 minutos lleva esperando para entrar al Hernando Siles, allá, arriba, más cerca al cielo, en la altura de La Paz, con la poca respiración que le queda, con pocos minutos restantes en el reloj. Abre los ojos, se acomoda la balaca negra. Teo trota a la línea, exhausto, lo abraza. “Vamo Tigre”, le dice al oído. Radamel se da la bendición, reza, mira de nuevo al cielo, entra corriendo, gritando, inquieto.

 

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Minuto 92. No queda mucho tiempo. 1-1. Los hinchas casi no gritan, el ambiente es de extenuación, de fatiga y nervios: algunos se comen las uñas en las tribunas, en las casas frente al televisor. Carlitos Sánchez recupera el balón, lentamente se deshace de este, sin muchas ganas. Le queda a Abel que descarga el pase en James. El 5 acelera hasta la mitad de la cancha, los pulmones no parecen responder. James cruza el balón a la banda izquierda, con la calidad de un zurdo que conoce la pelota, que sabe dónde acariciarla para que no se desvanezca, para que todavía pueda suspirar. El aire apenas llega. El árbitro hace unos minutos tiene el silbato en la boca. Piensa en el final. En la última descarga de aire para que termine el partido. Sin embargo, todavía hay tiempo para una corrida más de Dayro que alarga sus piernas como una gacela. Tiene que contener el aíre un poco más.

 

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El Tigre avanza entre dos jugadores. Como siempre, acompaña al balón. Faltan pocos segundos.  Falcao, que casi no podía respirar en la banca, ahora tiene un poco más de tanque que los otros jugadores, porque está ahí, en el campo, en su hábitat natural. El nueve llega al círculo del área chica, cada vez más se acerca al punto penal. Va con el ritmo del balón. Finalmente, Dayro filtra un pase que se cuela entre las piernas de un defensa boliviano. Falcao queda solo, frente a frente con su víctima favorita, el arquero. Pero no se acelera, espera el momento justo, con la calma y el silencio de un depredador. Acomoda el pie derecho con sutileza. La pelota rueda y se dirige a su cuerpo. A la gente también le falta el aire, ahora más que nunca. Falcao mira por un instante el balón y anticipa el rugido final. Con un derechazo sereno al palo izquierdo del arquero, después de una larga espera sentado en el banco, allá donde la derrota se trepa por el cuerpo, el Tigre vuelve a ser el gran rey.

 

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Foto:

as.com


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