Goles en verso: Higuita a River

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Hay goles tan mágicos que es imposible cansarse de verlos. Hablaelbalón ahora asume el reto de ponerlos en palabras. El Gol en Verso de la semana lo hizo un arquero que nadie olvida: René Higuita.

 

Arquero contra arquero (y algunos hombres que como guerreros se enfilan inútilmente). Higuita frunce la cara. Pantaloneta corta, buzo gris con amarillo. Acomoda el balón con los guantes blancos que tantas pelotas han agarrado, y que tantas otras han rozado inútilmente. Pero esta vez es distinto: por algo le dicen ‘El Loco’. La cancha está inundada de papeles: un mar blanco de tiras largas que enredan los pasos fuertes de los jugadores. Hay humo bajo la noche, entre la cancha iluminada. ‘El Loco’ se rasca la nariz. La presiona. Cierra el puño y retrocede. Sigue mirando, concentrado. Las cejas juntas, como si fuera Sansón enfrentándose a más de mil filisteos. Esperando el momento preciso para atacar.

 

Lleva una mano cerca al corazón.  Algo le dice su compañero, pero él no escucha (no hay tiempo para el lenguaje). Se viene algo grande. Más grande que todas las palabras. El Atanasio tiembla, bien adentro todos lo saben. Se nota en los ojos expectantes. En la posición de los cuerpos que de pie observan el balón estático. El pelo negro. La figura estoica del portero. Saltan y gritan en las tribunas los hinchas del Verdolaga. El Mono Burgos se agacha. Higuita empieza la carrera. Estira la mano izquierda. Mira el balón. Se joroba, se joroba y corre, corre para golpear ese que tantas veces lo ha traicionado.

 

Si le gustan los golazos, no se pierda el de Roberto Carlos a Francia

 

Tres pasos, una carrera corta. Hace una pausa, se detiene el tiempo en su cuerpo, en todos los cuerpos que miran el tiro. Y luego el balón comienza el vuelo de un pájaro. Surca la noche agitada de tambores. Casi canta en el aire. No hay nada más. Solo esa imagen. Pasa por encima de la barrera. Borde interno del Loco. Con clase. De afuera hacia adentro va la curva. El 5 y el 6 de River ven pasar el balón por encima.  Higuita se endereza. Se mueve su pelo crespo. Y va el balón. Va el balón que esta vez no lo traicionará. Gira, gira en el aire. Una figura blanca. La barrera se voltea a mirar. La hinchada levanta los brazos, lentamente. El balón revienta en el palo de arriba, explota la blancura del poste; caen pedazos de pintura en el pasto. El arco se mueve. La cancha se agita con el sonido: casi un grito del travesaño. Tiembla el piso. El Mono Burgos está inmóvil.

 

“Gol y gol y gol y gol. Gol y gol y gol. Reneeee”. Estallan los juegos pirotécnicos. “El mejor del mundo”. El otro arco, su arco, está vacío. Ahora corre, corre y celebra. Ha derrotado a más de mil hombres. Todos los espectadores ven al Loco agitar su pelo suelto, como el héroe después de la guerra en Ascalon, una guerra que ha peleado solo: que ha ganado solo.

 

No se vaya sin leerse un cuentico de fútbol: El día que volví a querer el fútbol

 

Foto:

LaNación


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