El partido que ocultó la Toma del Palacio de Justicia

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Aunque usted no lo crea, el fútbol, como muchas otras veces, fue utilizado para ocultar la Toma del Palacio de Justicia.

 

En Colombia, ahí donde cae un cartucho de bala, también rueda un balón (que suele esconder al primero). La relación violencia-fútbol ha hecho parte de nuestra idiosincrasia desde que recuerdo. Ejemplos sobran. Más gente recuerda el gol de Rincón (o el pase del Pibe) en Italia 90 que la masacre que el Ejército y los paramilitares llevaron a cabo en Trujillo ese mismo negro año 1990. Cuando la selección quedó eliminada de USA 94, Andrés Escobar recibió seis balazos calibre .38 que el escolta de unos hermanos narcotraficantes le metió por responderle sin achicarse a un chiste sobre su autogol. En el 2001, unas FARC de 20.000 hombres secuestraron nada más y nada menos que al Vice-Presidente de la Federación Colombiana de Fútbol Hernán Mejía Campuzano antes del inicio del torneo y el Presidente de la República Andrés Pastrana recurrió al slogan de “Copa de la Paz” (y el lobby internacional) para permanecer como sede. Esas las viví (sin recordarlas todas). Sin embargo, derrotado nuevamente cual niño cuando se le pincha la pelota, descubrí hace unos años que también en la Toma del Palacio de Justicia el fútbol estuvo presente.

En Colombia, ahí donde cae un cartucho de bala, también rueda un balón

No lo viví. Pero cuando cumplió su trigésimo aniversario, el fétido olor del dolor ajeno pesó en mí y decidí ponerme a investigar. Lo que yo conocía era una triste versión abreviada: el M-19 entró, el Ejercitó respondió con tanques, ignoraron el llamado al cese del fuego de Reyes Echandía y murieron magistrados y desaparecieron inocentes. Me llené de detalles, pero además descubrí algo que nadie me había contado: el fútbol se usó para ocultar la Toma del Palacio. Y es que para la tristeza de los futboleros, cada vez que uno indaga sobre la violencia en el país se encuentra una pelota por ahí. Y si no está por ahí, alguien la trae: el 6 de noviembre de 1985 la dueña de la pelota fue la entonces Ministra de Comunicaciones, Noemí Sanin, que la usó para censurar a los medios obligándolos a transmitir un partido entre Millonarios y la Unión Magdalena mientras en la Plaza de Bolívar le llovían balas y rockets a un Palacio lleno de personas.

 

Los relatos todos coinciden que fue alrededor de las 11:30 a.m. cuando el Operativo Antonio Nariño por los Derechos del Hombre dio inicio con la entrada de 25 hombres y 10 mujeres armadas al Palacio de Justicia. La radiodifusión, fiel a su tarea informativa, cubrió esos primeros hechos sin aún entender la situación del todo. La noticia se regó por el país y no tardó en recorrer las tres cuadras de distancia que separaban al Presidente Belisario Betancúr de los hechos. En cuestión de minutos el presidente fue avisado. Sin embargo, atendía la presentación de cartas credenciales de los embajadores de México, Uruguay y Argelia -compromiso que priorizó- y no fue sino hasta la 1:00 p.m., cuando acabó la cita diplomática, que tomó riendas del asunto. Las tropas del Ejército llegaron a la cita a las 12:30 p.m. con la instrucción de “no permitir por ninguna razón que se diera el espectáculo ante el país” como le afirmó después el Ministro de Defensa el general Vega a la Comisión de la Verdad. Lo digo con cinismo (porque la rabia no me alcanza), espectáculo fue lo que hubo. Espectáculo macabro y desabrido de pura receta colombiana.

 

Atrincherados desde las 2:00 p.m. en el cuarto piso del Palacio en la oficina del magistrado Pedro Elías Serrano Abadía, los guerrilleros del M-19 pedían una solución dialogada. El asedio desproporcionado del Ejército, con 18 tanques cascabel (con cañon de 90 milímetros) y 6 Urutus (con ametralladoras .50), tenía a los insurgentes arrinconados como ratas en naufragio. Todo colombiano que conozca superficialmente el hecho ha escuchado a alguien repetir el desgarrador “¡que cese el fuego!” del Presidente de la Corte de Justicia Alfonso Reyes Echandía. Y aunque todas las grabaciones de esos días erizan la piel de cualquiera, la siguiente frase es la que más sacude las fibras íntimas de mi colombianidad: “cuando entren en este piso nos morimos todos, sépalo”.

 

La dijo Alfonso Jacquin, segundo al mando, después de Luis Otero. Jacquin le pide el teléfono a Reyes Echandía y luego, peleándo por hacerse oír a pesar del sonido de la balacera, hace un último llamado desesperado al diálogo. Le es inconcebible (con toda la razón) que el Presidente de la República no le haya pasado al teléfono al Presidente de la Corte Suprema. Se escucha en su voz el tono de alguien que más que desesperado está sumergido en la incredulidad. Reivindicando su operativo, afirma que es el Ejército con sus tanques, y no el M-19, quien se ha tomado el Palacio. Y luego, antes de colgar, advierte el destino fatal: “cuando entren en este piso nos morimos todos, sépalo”.

 

 

No tengo ánimos de apologizar a Jacquin, pero lo cierto es que el único que no jugó al teléfono roto ese día fue el Presidente Betancúr. Yesid Reyes, hijo del magistrado, salió de hablar con su papá y se comunicó con el periodista Juan Guillermo Ríos, quién se comunicó con el Procurador, quién seguramente se comunicó con alguien más hasta que García Márquez contestó en París e intercedió también. Por ese auricular pasó también Noemí Sanin para advertir que no interfirieran pues no se trataba de asuntos personales, sino de Estado, dijo. También pasó el Presidente del Congreso Álvaro Villegas quién le insistió tres veces a Betancúr que hablara con Reyes Echandía, hasta que a Villegas le dejaron de contestar. Pasaron todos, menos el Presidente de la República.

 

Fue por esta tajante negligencia de la cabeza del país que los medios de comunicación fueron una pieza clave. La trascendencia de las cadenas de radiodifusión Caracol y RCN (y los periodistas Yamid Amat y Juan Gossaín) es inestimable. No solo eran para el país la única forma mantenerse enterados, eran para las víctimas la única esperanza de salir vida. Eran la única forma de ejercer presión al gobierno para que detuviera la masacre que estaba cometiendo. Y sin embargo, el llamado a la cordura fue callado. Fue silenciado por Noemí Sanin. Asfixió los gritos de auxilio y como contentillo al país le puso fútbol. A Gossaín lo llamó a las 5:00 p.m. a pedirle que saliera del aire porque le estaba haciendo daño al país. Le dijo además que si se negaba a hacerlo estaría violando una ley. Gossaín le contestó: “¿Cuál ley estoy violando?”. A Amat lo llamó entre las 6:00 p.m. y 7:00 p.m. para ordenarle que interrumpiera la transmisión. Le comentó que en caso de negarse el Ejército se tomaría la emisora y apagaría los transmisores. Fue entonces una obligación transmitir Millonarios vs Unión Magdalena.

Fue por esta tajante negligencia de la cabeza del país que los medios de comunicación fueron una pieza clave.

Era la primera fecha del octagonal, que en esa época era un todos-contra-todos. Millonarios, dirigido ese año por Eduardo Luján estaba armado con un plantel de primera categoría compuesto de: Alberto Pedro Vivalda; Germán Gutiérrez de Piñeres, Miguel Augusto Prince, Luis Norberto Gil, Hernando ‘El Mico’ García; Germán Morales, Norberto Peluffo, Juan Carlos Díaz; Arnoldo Iguarán, Juan Gilberto Funes y Marcelo Trobbiani. Por su lado, los samarios solían alinear a Carlos Valencia, Eugenes Cuadrado, Alfredo González, Radamel García, Omar Alfredo Galván, Alberto Gamero, Víctor González Scott, Héctor Ramón Sosa, Edgardo Teglia y César Calero. El partido, completamente fútil en la coyuntura del país, quedó 2 – 0. Cerveleón Cuesta, jugador de Millonarios en el 85, comentó hace en una entrevista a Señal Colombia el asombro que sintió el equipo cuando Luján les comentó que el partido lo iban a transmitir. Desde la concentración ya los jugadores estaban nerviosos. Cuesta cuenta que se reunían alrededor de un radiecito que cargaba Norberto Peluffo a escuchar los avances de la balacera. Para las 8:30 p.m., hora del pitazo inicial, ya el Palacio cumplía más de cuatro horas de estar ardiendo. Y sin embargo, la pelota rodó.

 

 

 

Eran otras épocas, la transmisión de los partidos no era algo habitual. Se creía que si se transmitían todos los partidos se afectaría la asistencia de los hinchas a los estadios. Sin embargo, todo aquel que estuvo pendiente de las noticias y quiso estar enterado esa noche tuvo que someterse a un Millonarios vs. Unión que se jugó en terror. El fútbol fue reducido a un instrumento de censura. Un arma más del Estado; el Estadio fue otro Cascabel, la pelota una granada de mano más. Amat diría luego a la Comisión de la Verdad: “la censura tuvo como efecto la muerte de la Corte”. Frase con la que no puedo estar más de acuerdo. Se cambiaron las denuncias por goles. Y con una pelota de distracción se trató de disimular la retaliación excesiva del Estado. Con dos goles, el gobierno groseramente trató de disimular lo que resultó en 17 magistrados y 46 civiles muertos, más cientos de desaparecidos.

 

De la manera más cínica, la ahora ex Ministra Sanin se jactó de haber “evitado otro Bogotazo” al haber dado la orden de silenciar los medios cuando no hizo nada distinto a tejer una cortina con grama, uniformes y -sobre todo- pasión. El 6 de noviembre de 1985, el Estado colombiano sacó humo de una pelota para cegar a su pueblo. Quiero pensar que fueron ingenuos y que nadie se dejó engañar sabiendo que el humo no venía del Campín. Sin embargo, me derrota pensar que, así como en la Toma del Palacio de Justicia y tantas otras veces en nuestra historia violenta, nos pueden seguir pinchando la pelota a su antojo.

 

 

Foto: Revista Semana


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