Cuando Wilder mató a Santa Fe

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NOTA: La opinión de sus columnistas no refleja necesariamente la opinión de Hablaelbalón.

 

Es extraño acordarse de ese equipo. No sé por qué, aunque el final fue una puñalada fría, una patada en la boca del estómago, pensar en el Santa Fe del 2010 es traer a la mente un recuerdo dulce.

 

Quizá tenga que ver con que era todo un poco más humilde. Más precario. Más frágil. Los viajes internacionales, las transmisiones por Fox Sports, el respeto continental y la jerarquía copera que hoy revisten al equipo no se podían ni pensar. Éramos más bien un colectivo de optimistas (acaso de resignados) que no pedían mucho a cambio. Nos bastaba, al menos a mí me bastaba, con tener en nuestras filas a Omar.

 

Aunque Omar no estaba solo, claro que no. La banda del matemático Otero empezaba en Agustín Julio en modo San Agustín. En la pareja de centrales, Andrés Felipe González ponía la serenidad, el sentido, y Jhonier González la velocidad y el nervio. El lateral derecho, Otálvaro, se dio a conocer al mundo con su gambeta barrial, siempre hacia adelante. Por la izquierda, recuerdo con nostalgia los centros enroscados y venenosos de Félix Noguera. La defensa toda –ay Urrego, ay López– jugaba cortico y al pie…

 

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Omar y Seijas, nostalgia en pasta. Foto: pbs.twimg.

 

Luego, la mejor mitad de la cancha que le he visto a Santa Fe: Daniel Torres con 20 años desafiando a la ciencia y a la capacidad pulmonar; Mario González en su versión más mágica, con un regate corto que hacía temblar; Seijas siendo Seijas, tirado a la izquierda, ligero y eficaz; en la derecha, el mejor Yulián Anchico, en pacto de microfútbol con Otálvaro. De 10, Omar… Omar el guía, Omar el genio… Omar de principio a fin.

 

En punta, solo pero acompañado, convencido de poderlo todo y dueño de un misil que después nunca más vi: Christian ‘El Grone’ Nazarith.

 

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Ese 12 de diciembre, 7 años atrás, un empate nos ponía en la final. Durante el semestre, en casa solo habíamos perdido una vez contra La Equidad. Las cuentas daban y El Campín estaba lleno, atípicamente lleno… pero también nervioso, típicamente nervioso. En frente, el Tolima de Anthony Silva, Chará, Marangoni, Wilder, Gustavo Bolívar y Perlaza. ¡Qué partido lindo para ver!

 

Y lo fue, la verdad es que lo fue: por un lado, palo de Andrés Felipe González, cabezazo a bocajarro de Seijas, chilena de Nazarith, misil de Nazarith, cabezazo de Bernal… ¡Silva!;  y por el otro, mano a mano de Wilder, cabezazo de Perlaza, bombazo de Bolívar… ¡Julio! Fue lindo, hasta el minuto 88 juro que lo fue.

 

Hasta ese balón cruzado de Vallejo para Wilder y su media vuelta perfecta seguida de ese latigazo zurdo, de ese trueno paralelo que dejó plantado a Julio, estático, marchito y huérfano. Hasta ese silencio frío, esa muerte por dentro, colectiva y contagiosa de la que solo el fútbol es capaz.

 

Eran otros tiempos, de fracasos repetidos y finales esquivas. De vitrinas polvorientas y optimismo resignado. Años de pura y dura Santa Fe. 

 

Termine con: Recordando a Leider Preciado. 

 

Foto:

El Colombiano


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