Tras la derrota frente a Chile en la final de la Copa América Centenario, Argentina completó más de 23 años sin ganar un título. ¿A qué se debe esta cifra tan escandalosa? Para responder a esta pregunta, Fabián Godoy le cuenta la historia de una selección inestable y llena de vaivenes.
Entre 1974 y 2004, la Selección Argentina fue dirigida por cinco entrenadores. Entre 2004 y 2016 pasaron seis cuerpos técnicos. En esos primeros treinta años, tomando como punto de partida la llegada de César Luis Menotti, alternaron en el cargo Carlos Salvador Bilardo, Alfio Basile, Daniel Passarella y Marcelo Bielsa. Las diferencias de estilos, futbolísticos y de conducción, provocaron una evidente falta de uniformidad que, por consecuencia, evitó la solidificación de un proyecto global y abarcativo.
La dirigencia respetó los ciclos, con mayor o menor éxito deportivo, pero sin un patrón lineal. Es más, siempre se buscó reemplazar a un cuerpo técnico saliente con otro de pensamiento opuesto como si se tratase de una solución inmediata que anulase todo lo realizado hasta ese momento.
La visión Menottista (campeón en 1978) le dejó su lugar a un entrenador más ocupado por la táctica que por la impronta individual. El detalle al borde de la obsesión provocó en aquellos jugadores una lenta y sinuosa adaptación que derivó finalmente en la obtención de la última Copa del Mundo para los argentinos. Ese puñado de futbolistas, muchas veces hastiados por tanta planificación, acompañó al mejor Diego Maradona de la historia dejando sus nombres por siempre en el bronce de la eternidad.
La dirigencia respetó los ciclos, con mayor o menor éxito deportivo, pero sin un patrón lineal
A Bilardo lo cambiaron por Alfio Basile, un conductor más afín a las ideas del ‘Flaco’, pero poco propenso a los límites fuera del campo de juego. Ese proceso, ganador de dos Copas Américas, lo sustituyeron por la rigurosidad de Daniel Passarella quien, más tarde, dejaría su puesto en manos de Marcelo Bielsa. El rosarino impuso un estilo bien diferente a todos sus antecesores impulsando el juego vertical por encima del juego combinativo. La salida en primera ronda del Mundial de Corea/Japón marcó a fuego un ciclo que tendría revancha, unos años más tarde, en la Copa América de 2004 aunque con otro revés en una final y ante Brasil.
Un desconocido José Pékerman, exitoso hacedor de equipos juveniles, tendría la chance de manejar los destinos de un equipo ya integrado por un tal Messi. Aunque no pudo consagrarse en Alemania 2006, su tarea fue satisfactoria ya que varios integrantes de ese plantel sirvieron como base para un futuro que contó, otra vez, con la presencia de Basile en el banco. Sin buenos resultados y con una brecha generacional difícil de resolver, el ex director técnico de Boca Juniors abandonó el cargo para darle lugar a un “prueba y error” de secuelas lógicas: ni Maradona ni Sergio Batista pudieron conseguir resultados importantes y mucho menos una idea que permitiera potenciar a una camada de buenos protagonistas, incluyendo probablemente a la versión más desequilibrante de Lionel Messi, máximo abanderado del Barcelona de Pep Guardiola.
Más cerca en el tiempo, la AFA nombraría a Alejandro Sabella, creador de un competitivo Estudiantes de La Plata que ganó Copa Libertadores y obtuvo el subcampeonato en el Mundial de Clubes. Su ciclo estuvo cerca de cortar la pesada sequía de títulos en Brasil 2014. Sin embargo, más allá de la frustrante final ante Alemania, la salida de ‘Pachorra’ fue provocada por “falta de ganas”, según sus propias palabras.
Las diferencias de estilos, futbolísticos y de conducción, provocaron una evidente falta de uniformidad que, por consecuencia, evitó la solidificación de un proyecto global y abarcativo.
Otra vez, la brújula apuntó hacia un horizonte distinto ya que la dirigencia post-Grondona se decantaría por Gerardo Martino, autor de un Newell’s vistoso y elegante y de un paso poco exitoso por el Barcelona de España. Su elección corroboraría la crónica alternancia de formas e ideas repitiendo la tendencia a “empezar de cero”, una forma de vida cimentada en la presencia del mejor jugador del mundo…
La Era Martino: Tan cerca, pero tan lejos de la gloria.
Dos Copas Américas. Dos finales. Un 4-3-3 marcado en Chile y uno muy flexible en Estados Unidos. La dependencia al juego de Messi. Los problemas defensivos solucionados, en parte por la inclusión de Ramiro Funes Mori. El liderazgo constante de Javier Mascherano. Las lesiones, también constantes, de Angel Di María en duelos claves. ‘Pocho’ Lavezzi y su amistad con la ‘Pulga’. El karma de Gonzalo Higuaín. Ever Banega, Augusto Fernández y Nicolás Gaitán, gratas apariciones durante la última Copa. Las manos seguras del “suplente” Sergio Romero. Marcadores centrales disfrazados de laterales. Un brevísimo muestrario de lo bueno y de lo malo de la era Martino.
Recientemente, en Estados Unidos, el sistema de juego, de carácter ambicioso, se basó en el control y el dominio del balón. Una producción rica en recursos ante los anfitriones e irregular ante el resto de los rivales (Venezuela, por ejemplo). Retazos de un equipo con poca duplicidad en los bordes y carente de profundidad ante las ausencias, por lesión, de los extremos. Interiores que pisaron poco el área rival y que empujaron al equipo a la famosa “dásela a Messi”, episodio bien evidente en la final ante Chile.
La defensa como soporte confiable. Otamendi y Funes Mori afianzados como dupla y, ya mencionado antes, laterales más ordenados en las coberturas defensivas que en labores ofensivas. Delante de ellos, un imperial Javier Mascherano capaz de auxiliar a cualquier compañero, en cualquier circunstancia. Liderazgo fáctico.
Dos Copas Américas. Dos finales. Un 4-3-3 marcado en Chile y uno muy flexible en Estados Unidos. La dependencia al juego de Messi…
La delantera sufrió la impericia de Gonzalo Higuaín y la pesadez física del Kun Agüero. Dos confiables goleadores que en Europa se cansan de batir porteros y que en la Selección Argentina juegan condicionados por la imposibilidad de fallar, una pesada cruz para sus hombros.
Todas partes de un ciclo que bordeó el éxito y que, sin embargo, se degradó temporalmente. El vaivén emocional de un grupo que tiene todo para ser feliz y que no puede o no sabe exteriorizarlo en los momentos decisivos, esos instantes que la memoria se encargará de repetir siempre como una película triste de domingo.
La llaga de no ganar en un país que no perdona las derrotas y descalifica desde la comodidad de un living. El hartazgo por la planificación inexistente, la estructura deficiente y caótica, la falta de interlocutores calificados. Una llama que se apagó tras el vacío dejado por la renuncia de ‘Leo’, una mueca nacida de la culpabilidad o responsabilidad de no poder parar la hemorragia de ver siempre a los demás levantar un trofeo. Al día de hoy, eso es Argentina.
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