Este escrito nace con el apremio del tiempo, que inexorable, nos recuerda cada tanto que los ciclos terminan. Nace del ingenuo deseo de hacer más largo y perdurable el recuerdo del mejor jugador que ha tenido mi equipo. Como el tiempo no se para y los homenajes deben hacerse en vida, hice lo mejor que pude para recordarlo al ’10’, al mejor que vi, al que más feliz me ha hecho: Omar Sebastián Pérez.
El nacido en Santiago del Estero llegó a Santa Fe en 2009. Los tiempos eran distintos, secos, tristes. El semestre anterior a su llegada, el equipo había hecho, con 13 puntos, la peor campaña de su historia. El cabeza rapada argentino llegó a Santa Fe como el faro que se le aparece, como un milagro, a un barco que con el agua adentro se sabe hundido.
Para contar la historia del ’10’ es preciso parafrasear al filósofo y futbolista Gerard Pique: “Con Omar Pérez comenzó todo”. En su primer año en el club, el 18 de noviembre de 2009, Santa Fe pudo romper su sempiterna maldición de 34 años sin saber qué era eso tan extraño, tan lejano y tan esquivo, de salir campeón. Aunque el Deportivo Pasto ganó el partido de ida, para la revancha, El Campín se llenó hasta los baños. Había ilusión, claro, pero sobre todo había miedo e impaciencia. El mensaje era claro: esta vez no nos pueden fallar. ¿Respondió “El Bocha” Pérez?
Los títulos lo pueden todo, y hoy al hincha poco le importa cómo jugaba ese equipo campeón de 2009. Pero la memoria me lo exige, no puedo continuar sin antes dejarlo claro: ni el potente tándem por la derecha que formaron Anchico y Otálvaro, ni la seguridad de Andrés Felipe González y de Carlos Valdés, ni la inagotable entrega de Luis Manuel Seijas, ni el buen momento de Cristian Nazarith, ni el veneno del chileno Gutiérrez hubieran alcanzado sin el ’10’. Gracias a Pérez, ese año se me quedó grabado para siempre que el fútbol se juega con la cabeza y no con los pies. También así lo entendió el club, que desde esa fría noche de penaltis insufribles supo que el argentino estaba destinado a ser el ideólogo, el eje, el jefe máximo del club.
Con Pérez como ombligo, Santa Fe se creyó el cuento de apostar por un proyecto deportivo a mediano y largo plazo.
Anchico, Seijas, Daniel Torres, Agustín Julio y Sergio Otálvaro le acompañaron y fueron la base de un equipo que no dejó de viajar. Desde el 2010, Santa Fe participó siempre en copas continentales. De a poco se sacó los complejos y se sintió grande.
También vinieron los tiempos grises, austeros, tiempos en los que el club se desprendió de sus jugadores estampa…De todos menos de Omar, que cuando peor estaban las cosas, sabiéndose fundamental, se bajó el sueldo a la mitad hasta que los tiempos mejoraran. Ya me había enseñado que el fútbol se juega con la cabeza y no con lo pies; ahora daba una lección de ética y gratitud, nos confirmaba a los soñadores que los colores sí se pegan al cuerpo, que con el sentido de pertenencia no se tranza.
Si no viviéramos en esta época, en la que todo se registra, la tendría muy difícil para lograr que este recuerdo siguiera pareciendo veraz. Cómo hacer creer que ese mismo argentino genial, que se bajó el sueldo a la mitad y le devolvió la vida a Santa Fe, el 10 de noviembre de 2011, decidió jugar a pesar de que su abuelo, mientras viajaba para verlo jugar, murió cuando un árbol cayó encima del carro que lo transportaba. Y que además, quebrado por dentro, hizo un gol inmortal, que bien sirve para explicar por qué el fútbol nos hace adictos, por qué es una fuente de inspiración inagotable.
Cómo parecer veraz, si no es porque los videos lo confirman, al contar que en julio de 2012 el fútbol volvió a poner a Santa Fe y al Deportivo Pasto en una final. Aunque este era un Santa Fe distinto, acostumbrado a ganar, a salir por Fox Sports, el hincha no lo podía disimular más: quería salir campeón en mayúsculas, necesitaba ganar el torneo local. 36 años de sequía eran demasiados. Recuerdo que aquella noche el miedo y la incredulidad se paseaban como fantasmas, recordándome tantos tropiezos, tantas finales frustradas. La misma sensación que en 2009 –es hoy o es nunca– se mezclaba con el viento y se metía en los pulmones. Otra vez el mensaje era claro: Esta vez, sí que no pueden fallar. ¿Estuvo a la altura el ’10’?
El fútbol es un juego de equipo. Y hoy más que nunca la destreza individual sirve poco o nada sin el respaldo colectivo. Pero no hay remedio, debo volverlo a decir: ni las puñaladas de Copete pegado a las bandas, ni el sobresaliente Luis Carlos Arias, ni la solidez de Torres y de Roa en la mitad, ni el inolvidable semestre de Quiñones y de Meza, ni el repetido y exitoso tándem Anchico-Otálvaro y la pólvora encendida del boliviano Cabrera se recordarían hoy sin la presencia de Omar. Esta vez, con tres años más y con menos despliegue, decidió convertirse en el mejor centrador del país. Centro de Pérez y gol. Centro de Pérez y gol. Centro de Pérez…Gol. La fórmula se repitió una y otra vez, y otra, hasta salir campeón.
Si el mundo del fútbol estuviera regido por leyes diferentes a las de la realidad, este recuerdo terminaría con Omar Pérez como protagonista de la Copa Sudamericana que Santa Fe ganó en 2015. Sería lo justo, lo correspondiente: el número 10 argentino que llegó a un club en decadencia, en desespero, se enamoró de él y se propuso llevarlo hasta la cima. Primero lo guió a conseguir una copa menor, luego le trazó la ruta para la la liga local –dos veces–, para por último hacerlo campeón del continente. Con la tarea cumplida, se retiraría a placer: tendría un poema, un Picasso. Pero no.
El tiempo avanza, avanza y deteriora, mancha. En la cumbre, su rodilla –ay, su bendita rodilla– le marginó y le obligó a ser personaje secundario del momento más dulce en la historia del club. Es preciso señalar que el Santa Fe campeón de Sudamericana fue un Santa Fe feroz, pragmático, sustentado en cuatro volantes mixtos y sin espacio para un clásico número 10. Esta vez, en la cima, el apellido Pérez no sólo no fue indispensable, sino que sobró. Durante años, Omar construyó el barco, convocó a la tripulación, la convenció de creer en imposibles, pero no pudo estar para capitanear la embarcación en su noche más gloriosa. Paradojas de la vida y de un deporte que sabe ser canalla. Paradojas que engrandecen aún más la leyenda de este pelado argentino que partió en dos la historia de Santa Fe.
Se acerca mi final en Independiente Santa Fe
Omar Sebastián Pérez
Los homenajes se hacen en vida, cuando los futbolistas siguen en activo, antes de los insípidos y aburridos partidos de despedida. Omar todavía está, pero pronto dará el paso al costado. Él y todos nosotros, que lo hemos visto tanto, sabemos que esta historia está llegando a su fin. También tenemos la tranquilidad de que cuando se acabe, nada se habrá acabado. Porque el ’10’, nuestro ’10’, se hizo un espacio en el grupo de los inmortales, de los inolvidables, de los que cambiaron la historia y vivirán para siempre en el ADN de Santa Fe. Gracias Omar, muchas gracias.
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