Plan Maestro

232

Compartir artículo:

Pasó la octava jornada de las Eliminatorias Suramericanas al Mundial de Rusia 2018 y Uruguay quedó como único líder. Los éxitos recientes de la ‘Celeste’ no son casualidad y el apasionado Juan Diego Flores nos cuenta por qué el ‘Maestro’ Tabárez ha sido tan importante para este proceso.

 

Octubre, 2008, Argentina-Uruguay en el Monumental. Aquella noche llovió y Argentina nos ganó sin problemas. Recuerdo que en la charla post-partido, entre amigos –los que habíamos viajado a Buenos Aires–, fui muy crítico con Tabárez. Recuerdo que no entendía la posición de Cavani; me era imposible aceptar que el ‘Maestro’ pusiera a volantear al gran proyecto de nueve “clase A” que tenía la selección uruguaya…

 

Para entonces, claro, aún no estaba del todo clara la idea futbolística de la selección y Tabárez, tras dos años al mando, era evaluado con lupa. La prensa local lo destrozaba. Nuestro fútbol estaba en crisis; habíamos clasificado a un mundial de los últimos cuatro y, a pesar de contar con algún que otro jugador reconocido, no lográbamos jugar a nada parecido a lo de antaño, seguíamos viviendo de la historia porque el presente nos aplastaba de la peor manera.

 

Aquella eliminatoria la pasamos de milagro. Sobre la hora, en un partido hazañoso, de ganar o morir en la temida altura ecuatoriana, Forlán clavó un penal que nos dio vida. A Sudáfrica llegamos tras el repechaje con Costa Rica y fue allí en donde la ‘Celeste’ le recordó al mundo entero que este pequeño país todavía estaba vivo, futbolísticamente hablando.

Nada de esto ha sido casual. Todo ha sido un proceso.

 

Fue en el Mundial de 2010, en el triunfo 1-0 frente a los mexicanos, cuando por fin logré entender la idea de Tabárez, la de ubicar a Cavani en una posición mixta entre volante, extremo y punta. La jugada arranca en el medio, Forlán habilita rápidamente a Cavani, quien se encuentra en la derecha del campo y centra de manera magnánima para que Suárez defina: la transición defensa-ataque fue vertical, rápida y letal. Se podría pensar en una casualidad, pero sería ingenuo. Nada de esto ha sido casual. Todo ha sido un proceso.

 

Peca de ingenuo quien crea que el Barcelona juega como juega de casualidad, o gracias a la impronta del técnico actual, o a sus principales figuras. Está claro que el equipo catalán ha cambiado al fútbol y todos miramos con asombro su evolución desde ya hace un tiempo. Gane o pierda, siempre es referencia ineludible. Pero su presente se debe a un proceso de muchos años de trabajo, desde las divisiones inferiores hasta el primer equipo, durante más de dos décadas. La identidad de juego seguramente se deba a la manera de sentir y vivir el juego que siempre soñó y buscó el Barcelona y, aunque es evidente que en Uruguay sentimos de manera muy distinta el ir y venir de la pelota, sirve de analogía el proceso y la paciencia de años de trabajo en busca de un objetivo. Si algo hay que reconocerle a Tabárez es eso, haber llevado un proceso.

 

Aquella selección del 2010 fue consecuencia de, para entonces, cuatro años de trabajo en los que Tabárez buscó recuperar la vieja mística uruguaya de antaño: un equipo sólido en defensa, con volantes ásperos y delanteros letales, dispuestos todos a entregar el alma por la causa de una manera ordenada, práctica, respetando siempre al rival de turno y jugando siempre de acuerdo a sus posibilidades. Holanda nos ganó la semifinal sudando y pidiendo la hora, bien pudo ser nuestro ese partido. Aun así, la prensa internacional tildó a Uruguay de suertuda y timorata.

 

Maestro Tabarez
Tábarez, antes de convertirse en entrenador, fue maestro de escuela primaria. De ahí su emblemático apodo.

 

La idea táctica de Tabárez en la selección siempre fue, más allá de la figura, la de ordenar en cancha un equipo comprometido, intenso y serio, con clara vocación defensiva y dispuesto contraatacar de manera vertical y rápida. Ya sea con cuatro o cinco en el fondo, los años de trabajo serio han generado en la selección uruguaya un amplio abanico de posibilidades tácticas hartamente conocidas por sus jugadores. En el viejo juego de propuesta-respuesta, el ‘Maestro’ nunca tuvo problema alguno en pararse en el mundo de las respuestas. Y tal vez es por eso que a Uruguay siempre le cae bien aquello de ser visitante, eso de vestirse de sorpresa.

 

Son los equipos inferiores en el papel los que suelen desnudar las carencias del equipo a la hora de proponer. Justamente ha sido ese el principal desafío en la era Tabárez. Para solucionarlo el ‘Maestro’ ha insistido, sin éxito, en alinear jugadores con vocación de número ‘10’ clásico: Ignacio González en el proceso de 2010 y Nicolás Lodeiro actualmente han sido su apuesta para agregarle pausa y cerebro a la rápida transición defensa-ataque. Todos los entrenadores del mundo deben soñar con tener en sus manos a un jugador como Andrés Iniesta o Pirlo, Uruguay no lo tiene, ni lo tuvo en estos diez años, pero su técnico lo ha buscado.

 

Pero el gran mérito del ‘Maestro’ va más allá de lo táctico y lo deportivo. Su mayor logro pasa por haber recuperado la mística y el honor de una camiseta que supo escribir su nombre en la historia grande del fútbol. Y es que por muchos años la selección uruguaya vivió una crisis de identidad. Confundimos viveza con trampa; garra, compromiso y entrega con patadas y puñetazos; nos acostumbramos a la derrota y olvidamos el honor que esconde la victoria. Tabárez fue el recuerdo del país que fuimos, del fútbol que supimos ser. Fue promotor y recuperador de una línea que arrancó en el siglo pasado y que se discontinuó por casi 20 años.

En el viejo juego de propuesta-respuesta, el ‘Maestro’ nunca tuvo problema alguno en pararse en el mundo de las respuestas.

 

En 2006, dieciséis años después de haber dirigido a Uruguay en el Mundial del 90’, Tabárez volvió al que es, fue y siempre será su lugar en el mundo para convertirse en el gestor cultural de algo que se sospechaba olvidado. Su trabajo ha sido holístico y ha invertido sus esfuerzos en inculcar valores olvidados, no sólo en la selección absoluta, sino también en las próximas generaciones. El ‘Maestro’ supervisa todas las selecciones juveniles y les transmite la mística de una camiseta con gloria y peso; hoy en día nuestros juveniles aprenden, además de fútbol, la historia de nuestros héroes futboleros. Tabárez, además, exige que los referentes de la selección mayor se comuniquen constantemente con los capitanes de los equipos juveniles.

 

Los logros de este proceso, pero sobre todo la forma en que se consiguieron le devolvió el respeto nacional a la selección. Cuentan en Uruguay que, antes de la Copa América de Argentina, le rompieron un vidrio al auto de Diego Lugano, capitán de la selección y le robaron un bolso con plata, documentos y algunos objetos personales; los ladrones, al descubrir la identidad de la víctima, no lo dudaron y devolvieron todo, casi pidiendo disculpas. Era el bolso del capitán y acá en Uruguay, para el 2011, eso se respetaba como en antaño. Dicen, además, que dentro del bolso, entre dólares y pasaportes se encontraba también la biografía de Obdulio Varela, el histórico capitán uruguayo en el ‘Maracanazo’. Diego la estaba leyendo. Nada de esto es casual, todo hace parte de un plan maestro.

 

En Uruguay, Óscar Washington Tabárez ha cruzado la línea que separa a los mortales de los inmortales. Se le siguen criticando cuestiones futbolísticas, que demora los cambios, que le cuesta confiar en jugadores nuevos… Pero se ha ganado el aplauso en restaurante o cine al que entre. Uruguay, todo, lo abrazó con el respeto y el cariño gris de un país que no suele ser cálido. Y se lo ha ganado en buena ley, nos devolvió la esperanza y la mística de confiar en esos once tipos vestidos de celeste hasta que el juez pite el final, juguemos contra quien juguemos. Gracias, ‘Maestro’.

 

Foto:

Columbia


Lo más leído