Sobrevivió a toda clase de clubes, entrenadores, sistemas y en todos brilló. A sus 40 se resiste a que el fútbol aniquile a la estirpe de jugador que él representa. Mayer Candelo es un jugador único. Le contamos por qué.
Cuando un futbolista sigue jugando a una edad tan elevada se suele hablar del amor por un club y por la profesión, pero poco se repara en las condiciones y las características que le han permitido seguir rindiendo en la élite. Por supuesto que sin un talento especial, inherente al jugador, haber extendido tanto carreras como las de Zanetti, Totti u Omar Pérez hubiera sido imposible.
Pero hay algo más importante, algo que se le escapa al talento: la astucia para burlar el paso de los años, para adaptar su aporte al juego, transformando y matizando los hábitos y comportamientos dentro de la cancha. Por eso Mayer Candelo es especial, porque se ha adaptado y hoy, a sus 40 años, sigue siendo relevante para sus equipos; sigue dando cátedra cada vez que se viste de corto.
Si hay dos clubes –de los once en los que jugó– que se beneficiaron de su talento y su sapiencia, esos han sido Millonarios y Cortuluá. Mayer supo guardar hasta los 35 y 39 años algunos de sus mejores trucos.
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Millos campeón: todos para uno y uno para todos
El Millonarios que volvió a ganar después de 24 años tuvo dos nombres fundamentales: Hernán Torres y Mayer Candelo. Sin el segundo hubiera sido muy difícil que el equipo expresara lo que el primero pretendía.
Aquel Millonarios era un equipo con muchas herramientas. Contó con el mejor Pedro Franco que se ha visto, con un Román Torres intratable, con el ida y vuelta de Lewis Ochoa, con la aspiradora en la mitad que era Jhony Ramírez, la capacidad para pivotear de Wason, las diagonales de Cosme y la magia de Otálvaro. Sin embargo, en el centro de todo estaba Mayer. El sistema lograba su mejor expresión en la medida en la que el ‘10’ lograra engranar al resto de las piezas. El equipo era pausado o veloz, según Mayer interpretaba el partido.
De azul, Mayer fue el típico volante de creación que baja hasta donde los centrales a quitarles el balón para mover al equipo. Si bien es un rol casi en desuso, los pases horizontales y aparentemente intrascendentes de Mayer fueron vitales. El equipo se juntaba, se organizaba y atacaba alrededor de su figura, de su criterio.
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Su juego potenció tremendamente el juego de Harrison Otálvaro (el otro volante de creación en el 4-2-2-2 de Hernán Torres). Mayer fue el foco que le prendió las luces a Harrison, un jugador talentoso pero intermitente. Entre los dos generaban juego interior entre líneas para desordenar al rival y abrirle espacios a Cosme, Wason y Lewis.
Lideraro por Candelo, el Milllonarios campéon fue una representación futbolística del “todos para uno y uno para todos” de los tres mosqueteros.
Un Cortuluá histórico
El momento que mejor permite comprender la dimensión de Mayer fue su tercera etapa en el Cortulúa. En 2016 muchos pensaron que la salida de Millos supondría el final de su carrera. Pero a sus 39 años, Candelo tenía mejores planes para el Cortuluá.
De la Pava eligió un sistema ideal para sacarle todo el jugo a su nueva contratación. Era un 4-3-1-2. Mayer era el enlace, y jugaba arropado por tres volantes de buena dinámica y muy buen pie: Luis Caicedo, Jown Cardona y Juan Camilo Roa. Candelo, como siempre, era el pegamento entre las líneas. El peaje del juego. Arriba, de media punta, Daniel Buitrago, un zurdo muy hábil, rápido, de muy buena pegada fuera del área. Un gran complemento para Mayer y un gran canal de conexión entre él y Miguel Ángel Borja. (Con el tiempo deberíamos empezar a preguntarnos cuánto tuvo que ver Mayer Candelo en la explosión del ahora delantero del Palmeiras).
Ese Cortuluá se distinguió por rehuir del juego de transiciones rápidas. El equipo crecía con la posesión y buscaba triangular permanentemente. El gran nivel técnico de sus jugadores se lo permitía. Las circulaciones precisas y dinámicas le permitían a Candelo jugar descolgado y recibir sin marca. Con él y con un Borja literalmente imparable, el Cortuluá llegó a semifinales y perdió en la lotería de los penales.
En su momento, De la Pava explicó el papel de Mayer en su equipo: “su experiencia y liderazgo han sido claves en el plantel, que es muy joven pero tiene grandes sueños y ambiciones. En la parte futbolística es un jugador con una riqueza técnica envidiable y una inteligencia de juego poco común. Le hemos dado continuidad y él ha rendido”.
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Ante todo, un jugador de equipo
Su capacidad para recibir perfilado, su inteligencia para encontrar espacios por detrás de la línea de presión, la sensibilidad en su pierna izquierda, su técnica extraordinaria, su visión de juego y su velocidad mental, que es la más veloz en este deporte, lo hacen un jugador diferente. Un superdotado.
Pero su mayor virtud ha sido la de hacer mejores a los demás. Lo que hace maravilloso a Mayer (una de las muchas cosas) es que siempre se ha distinguido por ser un jugador de equipo. No solo por el magnetismo de su liderazgo como capitán y bandera, sino porque su juego, en esencia, es un juego de equipo. Siempre pensado en potenciar las otra piezas. Sus lujos, más que lujos, han sido recursos para potenciar el colectivo, para llevar a mejor puerto el desarrollo de una jugada.
No es casualidad que tantos entrenadores, y de diferentes estilos, lo hayan halagado y valorado al nivel que lo han hecho. Hernán Torres, Jaime De la Pava, Juan Manuel Lillo, Yepes, Juan Carlos Sánchez, ‘Cheché’ Hernández, ‘Chusco’ Sierra, todos tienen palabras de elogio. Tampoco es casualidad que haya dejado huella en tantos equipos. Mayer es patrimonio del fútbol colombiano. Es inmune a las rivalidades entre hinchas y ha puesto de pie a todos los estadios de este país.
El día de su cumpleaños número 40, cuando le preguntaron hasta cuándo iba a jugar. El ‘10’ dijo: “Voy a jugar toda la vida”. ¡Qué así sea! Gracias por tanto, maestro.
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