Estados Unidos, junto a Canadá y México, presentó candidatura para organizar el Mundial 2026. La propuesta en conjunto es interesante pero tiene intereses ocultos.
Estados Unidos, Canadá y México ya han oficializado su propuesta para organizar, en conjunto, el Mundial del 2026. No es una sorpresa pues los estadounidenses han soñado con tenerlo de vuelta en sus tierras desde el día en el que Al Gore le entregó la copa a Dunga en Los Ángeles. El plan, ahora, es sumar a sus vecinos para organizar la primera edición de 48 equipos y, de paso, albergar el mundial geográficamente más grande de la historia, récord que impondrá Rusia en 2018.
La propuesta ha sido celebrada por ser sostenible y responsable económicamente. Estos tres países, que por separado suman la experiencia de haber organizado doce competencias de la FIFA, respaldan su proyecto en la estrategia innovadora de ampliar y adecuar estadios ya existentes para abstenerse de construir nuevos. Esto contrasta con lo que se ha venido haciendo en materia de infraestructura desde Corea y Japón 2002. Desde entonces, para ser sede de un mundial los países deben estar dispuestos a gastar millonadas de dólares en escenarios que corren un gran riesgo de quedar en el olvido tras el certamen.
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Caso puntual es el de la Arena da Amazônia en Manaus. Este estadio fue construido para el mundial de Brasil y costó 270 millones de dólares. Después del evento, lo heredó el Nacional FC, un club que juega regularmente en el Campeonato Amazonense y en la 4ª División Brasilera, y cuya hinchada no está ni cerca de llenarlo. Además, ni siquiera juega todos sus partidos de local allí. En un intento desesperado por amortizar la inversión se decidió utilizarlo para algunos partidos de Rio 2016 y partidos de la selección, pero ni siquiera así han logrado llenar sus 44.500 sillas.
Este tipo de megaproyectos en países con altos índices de pobreza y desigualdad como Brasil y Sudáfrica (las últimas dos sedes) terminan siendo hipercostosos por la falta de infraestructura. En los países donde se llevarán a cabo los próximos dos mundiales, Rusia y Catar, han surgido críticas similares, sumadas a las alegaciones de corrupción y abusos de derechos humanos por parte de gobiernos autocráticos y despóticos. El caso de Catar es particular ya que su federación ha proyectado gastar más de 10 mil millones de dólares en estadios y 190 mil millones en infraestructura en general. Una cifra ridículamente alta si se considera que su PIB se estima en 181 mil millones de dólares para el 2016. Lo que pasa es que en un país en el que los ciudadanos no pagan impuestos al consumo ni a la ganancia y la mano de obra se importa a un precio tan bajo, todavía no han salido a hablar los indignados.
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Muy distinto fue el caso de Sudáfrica en 2010 que a pesar de haber estimado que el 54% de su población vivía por debajo de la línea de pobreza, pagó la mitad de las obras de infraestructura con dineros de origen público. En Brasil la situación también fue escandalosa. Para el 2014 se estimó que el 18,1% de la población (sobre)vivía con 4 dólares al día y el solo costo de los estadios ascendió a los 9 mil millones de dólares. Mientras adentro se respiraba el glamour de un mundial, afuera las protestas y los gritos de las multitudes indignadas inundaban las calles. Brasil y Sudáfrica ejemplificaron cómo en el siglo XXI el sueño puede mundialista puede volverse una pesadilla.
En países desarrollados, en cambio, la contribución estatal no tiende a superar el 50% del gasto total. Estados Unidos en el 94 ya dio una clase magistral de cómo organizar un mundial. La inversión fue mínima pero suficiente para romper un récord de asistencia que sigue vigente hasta hoy (3,6 millones). En construcción de estadios se invirtieron únicamente 5 millones de dólares (8,3 millones de hoy) que representaron un 10% del expendio total entre recursos públicos y privados. Es decir, si el costo del mundial se hubiera pagado exclusivamente con dineros públicos a cada ciudadano le habría costado 3 centavos de dólar. Así las cosas, y a simple vista, el proyecto parecería no tener obstáculos en el camino.
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Sin embargo, el tema no está libre de controversia. ¿Cuál es el motivo por el que Estados Unidos quisiera compartir el preciado mundial? Podría ser de orden político, pues se especula que sería una manera de evitar problemas con los bloqueos migratorios a ciudadanos de naciones predominantemente musulmanas que ha intentado implementar el presidente Donald Trump. La FIFA, para la organización de un mundial, exige que haya garantía de acceso a todos los aficionados y la participación de México y Canadá haría posible el cumplimiento de este requisito. Además, en tiempos de discordia y muros fronterizos, sería una oportunidad ideal para mostrar al mundo una imagen de fraternidad y unión cultural con sus vecinos.
Los ‘gringos’ confían en que la FIFA les otorgue “su” mundial, saben que ningún país puede proponer un certamen de igual o mejor calidad y que además sea tan rentable. Nadie quisiera organizar una fiesta de un mes que traiga consigo un guayabo de años. Ellos saben cómo hacerlo.
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Publimetro