Freddie Mercury fue futbolero y nunca lo supo

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Le pedimos a Gonzalo Mallarino, un científico loco por la música y la pelota, que homenajeara desde una óptica futbolera al gran Freddie Mercury. Él aceptó el reto y el resultado es este hermosísimo texto. Disfrútenlo, amigos futboleros.

 

Cuando me pidieron que escribiera algo a propósito de los 25 años de la muerte de Freddie Mercury y que relacionara mi amor por Queen con mi amor por la pelota, supuse altas probabilidades de fracaso. Pero cuando empecé a construir el artículo, y vi como mis ideas se veían naturalmente plasmadas en tres concretos paralelismos entre goles y canciones de la banda, supe que era posible, que en el fondo, y sin proponérselo, Freddie había sido futbolero.

 

I. REACCIÓN EN CADENA
Corresponde a un fenómeno físico universal. Mercury, parado en un escenario hace resonar entre su pecho notas que le salen de la boca; estas, transmitidas como ondas de sonido comprimen moléculas de aire que pegan en el tímpano de 70 mil espectadores en Wembley y causan la sintonización de millones de neuronas y neuroquímicos al ritmo de Tie Your Mother Down. De igual manera, James Rodriguez recibe y acomoda el balón con el pecho para clavarla al ángulo en el Maracaná. Los fotones viajan a las retinas de un estadio repleto de espectadores que vibran y hacen millones de sinapsis que se traducen en euforia colombiana.

 

Ninguna de estas dos reacciones en cadena termina en los afortunados espectadores que lo ven en el estadio. La música y el fútbol trascienden en el tiempo, continúan como una serie infinita de eventos encadenados. Mi mamá, poniendo en mi cuarto la misma canción que la emocionó 20 años atrás; o los editores de Hablaelbalón mostrándole videos del gol de James a sus futuros hijos, perpetúan la reacción. Se trata de una infección imparable saltando de generación en generación, poseyendo personas, haciéndolos fieles de su iglesia y de su credo. Una reacción infinita e infinitamente más poderosa que aquella que silenció cientos de miles de inocentes en Hiroshima y Nagasaki.

 

 

II. SENCILLO Y A DOS TOQUES
Dos genios del fútbol y la música como Messi y Freddie Mercury, tienen algo en común: no necesitan de fuegos artificiales, luces láser o de coreografías complejas para embelesar al espectador. Se puede ver en imágenes de Messi driblando a los doce años o en grabaciones de Freddie en el estudio mientras calentaba la voz para cantar Shear Heart Attack en el año 74′. Tanto el uno como el otro, no hacen uso de nada diferente a su talento desbordante e incandescente para dejarnos boquiabiertos. Lo hacen ver tan sencillo y tan fluido que hasta nos sentimos capaces de hacer los mismos enganches y de alcanzar la agudeza de esos tonos.

Dos genios del fútbol y la música como Messi y Freddie Mercury, tienen otra cosa en común: no necesitan de fuegos artificiales, luces láser o de coreografías complejas para embelesar al espectador.

En el potrero o en el estadio, en un destartalado bar o en el mítico Hammersmith Odeon, ver a estos genios llevando el talento a su máxima expresión, deja absorto a cualquier público. Este hecho, aunque me emociona, no deja de sembrar en mi una molestia profunda. Así como me rompí la cabeza tratando de imaginarme al ‘Trinche’ Carlovich gambeteando, me angustia el hecho de pensar en todas esa voces prodigiosas que no oí (ni oiré), porque pasaron desapercibidas en el lobby de un hotel o no salieron a la luz pública por llegar tarde a la cita que cambiaría sus vidas.

 

III. NOS REDIMEN COMO ESPECIE
En este sumidero de sufrimiento llamado Planeta Tierra, donde tantas tripas y tanta sangre se han derramado por causas perversas, detrás de las hambrunas y de la desigualdad, de protectores de lo puro que esconden niños entre sotanas y de faros de la ética que guardan en sus bolsillos recursos de gente que puso su confianza en ellos, existen algunas cosas que no están salpicadas.

 

Maradona, en uno de sus escasos momentos de lucidez afuera de las canchas, dijo entre lágrimas que la pelota no se manchaba. No pudo ser más acertado. La remontada del Liverpool al Milan, la letra de Take My Breath Away, la chalaca de Rivaldo contra el Valencia o el deslumbrante gol que recientemente convirtió Özil, el piano en Bohemian Rhapsody o uno de los muchos equipos que han levantado la Champions al son de We Are The Champions, permanecerán intactos, limpios, suspendidos en el éter de los tiempos, inmaculados. Nunca se ensuciarán con los hinchas violentos, tampoco se contagiarán de las disqueras multimillonarias con estrellas adolescentes.

 

 

Todos ellos están flotando entre páginas de Edgar Allan Poe, el Boson de Higgs y trazos de Henry Matisse. Ahí quedarán. Cuando pasen los eones y el universo indiferente se encargue de hacer olvidar las atrocidades cometidas durante el corto tiempo en el que ignorantemente nos hicimos llamar una “especie inteligente”. Cuando estudiosos extraterrestres examinen entre los vestigios de la humanidad y encuentren el vinilo empolvado de A Night At The Opera , o un VHS con una grabación de Pelé, lo proyectarán o lo oirán en sus aparatos tecnológicos y se estremecerán hasta el tuétano. Se desencadenarán nuevamente los latidos acelerados, las pupilas dilatadas y se les harán nudos en sus gargantas saturninas. Seremos reconocidos como la especie que parió a Queen y deliraba en goles. Podremos descansar, al fin, como una especie redimida.

 

 

Foto:

josecardenas.com

 

*Gonzalo Mallarino es médico de la Universidad Javeriana. Actualmente está cursando una especialización en cirugía plástica en la Universidad el Bosque.


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