Hay momentos futboleros que no se pueden olvidar. Momentos que tenemos que llevar en el pecho. Siempre.
¿Se acuerda de este gol? Después de intentar un pase filtrado, frustrado por una cabeza uruguaya, el balón vuelve a dirigirse, curvo, hacia Abel Aguilar. El volante decide rápido y, sin dejarla caer, con la cabeza, como jugando fútbol tenis, le cede el balón a James. Aguilar toca y va, sugiriendo la pared, pero El 10, de espaldas, esta vez solo piensa en él; en vez de devolver el pase, fulmina el balón con el pecho, en un gesto técnico perfecto y arrogante.
Atento y perceptivo, como con ojos en la espalda, James sabe que está completamente rodeado: 5 perros de caza vestidos de celeste, entre ellos Godín, el capitán, le muestran los dientes. Con los ojos rojos, sangrantes, lo amenazan de muerte. Rodríguez inclina el cuerpo hacia adelante y hacia la izquierda, levemente, ordenándole al balón domesticado buscar la pierna que lo ha traído hasta aquí. Antes de que el balón rebote en el césped, de la zurda del 10 se desprende un latigazo –es más bien un rayo– que silencia el Maracaná.
El Balón viaja en una línea recta feroz, consistente, hasta hacer temblar el palo horizontal que amaga caer encima de Muslera. Del palo sale disparado hacia la tierra y desemboca en la red. Un grito de gol desaforado, anárquico, se devora el silencio del Maracaná. Es el grito roto con el que se anuncia el mejor gol del campeonato del mundo en la tierra de Pelé.
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Futbolete