En un partido donde costó la mala definición, un Atlético Bucaramanga que terminó jugando con el corazón se trajo la clasificación de Palmaseca.
El Deportivo Cali sabía –con un Palmaseca soldout– que debía ser un huracán. Que el querido Atlético Bucaramanga, aun con la ventaja a cuestas, visitaba Cali con la etiqueta del equipo a vencer. Yepes y sus muchachos sabían de su obligación.
Como en Bucaramanga, Yepes salió con su ya habitual 4-2-2-2, con Mayer y Sambueza como socios para hacer jugar al equipo, con Lloreda y Preciado en punta y con el lateral Palacios volcado al ataque. Desde el vamos, los locales avasallaron al Bucaramanga. Al minuto y treinta segundos de juego el argentino Sambueza ya había probado dos veces al arco. Era una realidad: el Cali sería un torbellino.
Flavio Torres, por su parte, como si no hubiera visto cómo el fútbol le cobró cara la cobardía a Millonarios contra Nacional, plantó un equipo ensimismado, pensado exclusivamente para defender. La fórmula fue la misma que el partido de ida, tres centrales, dos volantes carrileros, dos volantes de recuperación, Cataño como enlace y en punta el goleador Rodríguez acompañado del exótico Guevgeozián. La única variante, obligada, fue Pablito Rojas como carrilero derecho, en reemplazo del sancionado Palacios.
El frenetismo y la intensidad con las que el Cali buscó el partido se conjugó con la cautela exacerbada del Bucaramanga, y entonces el primer tiempo fue un monólogo. Con la banda derecha como la banda feliz, con un Sambueza prendido en fuego, el Cali se dedicó a buscarle la espalda a Mafla. Andrés Pérez, el equilibrio en la mitad, le permitió a Giraldo romper líneas y aumentar el volumen ofensivo del Cali. Mayer Candelo contó con tiempo para pensar. El Cali atacó con cinco y seis hombres.
El Bucaramanga, además, hacía faltas cerca del arco. Lloreda y Preciado disfrutaban el partido; el gol se mostraba como una consecuencia más que lógica… Que llegó en un córner a cargo de Mayer que Aquivaldo Mosquera, a pura jerarquía, cambió por gol. El primer tiempo se despidió con el Cali cumpliendo la tarea y con un Bucaramanga sometido, cobarde, indigno de cuartos de final.
Por el bien del partido, Flavio Torres pateó el pizarrón para el segundo tiempo y cambió su equipo, en esquema y en espíritu. Con un 4-4-2, con el picante Pablo Rojas ahora de volante derecho, quiso robarle metros al Cali, disputarle la posesión. Quiso competir.
Y entonces el partido se hizo lindo. El Cali siguió siendo el mandamás, Orejuela –interesante lateral izquierdo– se sumó al ataque, Mayer se hizo el socio de todos y se metió al centro para ser lo que es: el último 10. Y aunque Palacios y Orejuela siguieron con su show de goles desperdiciados, la gente en Palmaseca visualizaba la semifinal.
Sin embargo, el Bucaramanga se acentuó en el partido. Pasó de ser ese equipo inútil ofensivamente, enemistado con el balón, a ser un equipo compacto, al que se le vio viajando junto también para atacar. Es cierto que siguió bajo la premisa de defiendo luego existo, pero ahora se sabía capaz de empatar el partido. Además, en estas instancias, cuando el arquero tapa como tapó hoy el uruguayo Bava todo es posible. Se vale soñar.
Metido en el partido, Flavio Torres se comió el cuento e hizo otro cambio inteligente. Sacó al central Payares, bajó de lateral a Pablo Rojas e ingresó, de volante izquierdo, a Jhon ‘Chapulín’ Pérez. Como si el fútbol fuera justo, por querer buscar el partido, el uruguayo Guevgeozián pescó un rebote en el área y empató el partido. Diez remates a puerta acumulaba el Deportivo Cali, dos el Atlético Bucamaranga, 1 a . El fútbol es del que mete los goles.
Los últimos minutos, con cinco de adición, tuvieron todo el vértigo de los partidos de la verdad. Harto de la e la falta de definición, Yepes terminó con Benedetti y con el chileno Fernández en punta, en modo atacar, atacar, atacar. Pero ni el genio de Mayer Candelo (ojalá juegue diez años más) pudo romper el empate. Un Bava en modo dopping y un Bucaramanga que terminó jugando con el corazón consiguieron el milagro. Jugando como el segundo tiempo, se vale soñar.
Foto: