Inspirado en fútbol de barrio…
Un ojo de vidrio: cristalino, azul. El otro ojo negro, oscuro. Parece un lobo siberiano. Fuerte. Rápido. Con las medias subidas y los tenis de correr. John no hace mucho. Se la pasa en la casa o por el barrio. Vive con su madre y con su abuela. Tienen un negocio de tamales. Receta tolimense, la original. Ha trabajado un poco en todo: mesero, mano de obra, domiciliario, hasta proxeneta en una época dura. Trató de montar su propio negocio pero fracasó, una tienda de cerveza y empanadas. Odia el trabajo y el trabajo lo odia a él. Le gusta el micro y las peleas. Caliente, no lo piensa dos veces.
Siempre ha vivido en la misma calle, en la misma casa de dos pisos y un cuadro de Jesucristo de dos metros por metro cincuenta en el comedor. Creció ahí, entre las matas de ortiga, los vidrios en la punta de los muros para que no se metieran los ladrones, y una gran alberca en la que de niño jugaba al tiburón con sus dos primos mayores.
Su primo Cacho fue el que le enseñó a jugar. Lo llevaba desde pelado a que lo viera. También calidoso. Más flaco que John. Tenía una tromba buena. Diez amigos del colegio que se la pasaban apostando en una cancha de los Alcázares. Alto y moreno. Siempre con su cachucha roja. Cacho le enseñó las mañas, el jalón de camiseta, a defender el balón y enganchar. Hace rato no lo ve. Se fue de la ciudad. Tuvo que irse, más bien.
John es creyente. Antes de cada partido se da la bendición. Lleva un rosario en el pecho, tatuado, y en la espalda el rostro de Jesús, y en las costillas derechas el escudo de Millonarios, el equipo al que alienta desde chinche. Adora a Di Stéfano, tiene cinco afiches del argentino en su cuarto. No va mucho a la iglesia, pero tiene su forma de pedir perdón y arreglar las cosas directamente con Dios.
Ya casi solo juega por pasar el rato. Atrás quedaron los días del uniforme patrocinado por Argos, los torneos nacionales, las medallas y los trofeos. Ojo loco, le dicen, y él mira a todos lados. Se raya, y antes de ponerse a pelear lanza un par de caños, y en la mitad, cuando el balón está atravesando las piernas, y la pelea ya se va a desatar, hace un socarrón “¡ish! ¡Cucota, papá!” y comienzan los puños.
Es un provocador y le gusta serlo. Y a la gente que lo ve jugar le gusta que lo sea. Y a veces solo juega para humillar y para hacer cucas. “¿Y quién no se molesta con un man que le lanza un caño y se lo canta? Así es John, y le sabe a mierda.” Pero él solo se ríe. Cuando está de buen humor, claro. Y cuando tira el túnel también se ríe y luego lo canta. En eso parece haberse convertido el fútbol para él. Y aunque es competidor, prefiere hacer un buen túnel que ganar. Qué se le puede hacer, siempre le salen.
Fotos por: José Fernando Bueno.