Que los nuestros la rompan en Europa es pan de cada día. Pero para llegar a esto el camino fue espinoso. Esta es la historia hermosa del trío que abrió la gloria.
Recuerdo que a mediados de 2008, antes de que Facebook e Internet fueran el medio de comunicación predominante en el planeta fútbol, entrevistaron a Freddy Guarín en la radio y le preguntaron sobre el creciente interés del FC Porto en contratarlo. El de Puerto Boyacá jugaba entonces en el Saint Etienne y tenía apenas 22 años. Me acuerdo que con su voz de pelao inexperto respondió: “Porto es un club grande, pero yo en este momento tengo que irme a un equipo que me garantice minutos”. Timorato pero sobre todo humilde: así era Freddy Guarín, así era Colombia, así éramos nosotros.
Freddy superó el miedo y decidió vestirse con la camiseta de los Dragones. Aunque fue suplente, en su primer año levantó la Taça (La copa Aguila de los portegueses) y la Liga: sus primeros títulos en Europa. Nada mal.
El curso siguiente empezó con una alegría inmensa para Freddy. Después de la marcha de Lisandro López al Lyon, se confirmó que los Dragones habían escogido a Radamel Falcao García como el reemplazo del puntero argentino. Se conocían desde muchos años atrás, ambos pertenecieron a la mágica selección del Sudamericano 2005, nada mejor para seguir sintiéndose a gusto en Europa. Dato curioso: Porto pagó 4 millones de euros por el 60% del pase de Falcao (eso le pagan a Neymar por tirarse un pedo).
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A punta de trabajo, ayudado por su gran amigo, el delantero colombiano se hizo figura. 34 goles en su primera temporada en Europa fueron la escalofriante carta de presentación de Falca. Colombia se quedó –otra vez– fuera del mundial de Sudáfrica; y el Porto fue segundo en Liga por detrás del Benfica… pero nada podía empañar nuestra alegría. Guarín y Falcao lo estaban haciendo, estaban triunfando en Europa. Con ellos había esperanza: “A Brasil sí vamos”, dijimos con una ilusión intacta.
El Porto fue en el siglo XXI, lo que fue Boca en los últimos años del siglo XX: una excitante sucursal de Colombia en el mundo. En el 2011, por tercer verano consecutivo, el equipo portugués decidió apostar por nuestro talento. Pocos tenían noticia de James Rodríguez, aparte del golazo de lejísimos y al ángulo que hizo jugando para Banfield y que inundó los noticieros. Lo que sí sabíamos era que para emular al Boca de Córdoba, el Patrón y Chicho, había que completar la trinidad. Nadie como el zurdo con cara de niño para completar el trío.
Con Guarín y el Tigre afincados en la titular y James rompiéndola cada vez que entraba, el Porto le pasó por encima al Benfica en la Liga y se vengó por la decepción del primer año de Falcao. En la Taça la historia fue similar. Con la trinidad colombiana abordo, los Dragones, simplemente, no tenían rival en Portugal. Pensaban en Europa, en Dublin, como cereza del pastel: los esperaba la final de la Europa League.
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Porto llegó a la final después de noches memorables de los nuestros. Sincronizados, solidarios, jugando hambrientos, el trío obligó al mundo a mirar para este lado de la tierra. En la semifinal contra el Villarreal Radmel hizo poker y Guarín puso el quinto. “¡Quién los parió!.?¿De dónde han venido?” titulaban los tabloides europeos. El rival en Dublín, curiosamente, fue un equipo portugués. El SC Braga había quedado cuarto en la liga, sí, y el Porto le había ganado las dos veces que se habían enfrentado, también, pero Rada, Freddy y James todavía le hacían caso al consejo de sus padres: no se confiaron, decidieron jugar el partido como si fuera el último.Ganar lo era todo.
Hoy, 6 años después, porque así somos, miramos con desdén a la Europa League, como si fuera un caramelo que ha perdido su sabor. Pero, ¡ay!, ese miércoles por la tarde, para ver el gran estreno de La Trinidad colombiana II no nos tembló una ceja cuando acusamos con falsedad una “cita en el odontólogo”, una “diligencia urgente” o una “calamidad doméstica”. Faltando unos minutos para el entretiempo, Freddy interceptó un pase rival en la mitad del campo; cogió la bocha y empezó a galopar por la banda derecha con la mirada fija en su amigo Falcao. Al ver que El Tigre todavía necesitaba tiempo para hacer historia, Guarín pisó la pelota, engachó de taco y ahí sí, con Radamel señalándole el punto del penalty, tiró un centro preciso, con curva envenenada…
Usted puede completar el final. Porque lo vio en vivo. Porque estuvo ahí. Porque salto junto al Tigre. A usted también, como a ellos antes de convertirse en estrellas de rock, le costó creer lo que estaba pasando. Quién podría avisar que lo mejor estaba por venir.
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