Miguel Suárez, un hincha azul, nos recuerda esa noche especial en la que el Millonarios de ‘Juan Ma’ Lillo paseó a Nacional.
Jugábamos de azul, totalmente azul; calcetines, cortos y remera. La nueva pinta no tenía mucha acogida entre la hinchada porque rompía con el azul y blanco que se había paseado por diferentes continentes embolsando títulos, pero a mí, personalmente, me maravillaba por su toque “clasudo” y europeo. Era el cuarto partido de Lillo en el banquillo y no convencía. Veníamos de partidos en los que se jugaba bien al futbol, con buena circulación y efectividad en los pases, pero poquísima efectividad; y claro, cualquier equipo se vuelve débil cuando no acierta al arco.
Y así llegábamos a enfrentar a un Nacional con mucho aire en la camiseta (llegaba de derrotar 0-3 al Cali) y una nómina infinitamente superior. El ‘Hipster’ del fútbol paró a Millos como pocas veces lo vi: tres centrales en el fondo, Henríquez, Román y Franco; por delante de ellos una línea de cuatro con Lewis y Díaz de carrileros, y con Robayo y Vargas en la mitad. Un poco más arriba estuvieron el mágico, el inigualable Mayer Andrés y Omar Vázquez. Dayro fue el único delantero.
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El Campín, para sorpresa de muchos, no estaba a reventar. La gente no confiaba mucho en el futbol revolucionario de ‘Juan Ma’ y tal vez nadie quería presenciar en vivo una catástrofe. A Oriental Sur llegaron unos dos mil hinchas para acompañar al ‘Verde’ con su soberbia característica. Pero desde el minuto quince no se volvieron a sentir.
Sí, Dayro, que empezaba a convertirse en ídolo, hizo el primero de puntazo. En la tribuna, incrédulos empezamos a presenciar un futbol bárbaro, asfixiante… dominábamos el medio campo como nunca antes, era armonía pura.
El ambiente estaba lleno de sorpresa. En la cancha Nacional era abarrotado por un fútbol veloz y preciso y en la tribuna había una hinchada anonadada con un equipo que jugaba como un nítido candidato al título.
El ‘Verde’ no había digerido todavía el primer gol de Millos cuando al minuto 28’ un enchufadísimo Mayer abrió la cancha con Dayro, que de primera tiró una bola cruzada que encontró a ‘Firuletes’ Vásquez. Omar se dio el lujo de enganchar, correr al arco y marcar. Una noche redonda. Y aunque sentíamos que en cualquier momento podía acabarse la alegría inmensa, aun así, no podíamos dejar de soñar con el baile que estábamos contemplando.
Así terminó el primer tiempo, con euforia y pelos de punta en la tribuna. El equipo salió aplaudido al entretiempo, confiado de que podía pasarle por encima a un rival estupefacto, pasmado, atónito. Temíamos, claro, que la charla de Osorio podía revitalizar a Nacional y cambiar la historia del partido.
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Así fue. El segundo tiempo fue a otro precio. Al minuto 60’, Cardona puso el 2-1 y enmudeció al estadio. Parecía el final de la euforia. Pero no. El arrebato verde no duró más de cinco minutos. Después de un tiro de esquina magistral de Mayer, Dayro quedó solo en el área y asistió a Román que entró confiado al área y liquidó con el 3-1.
Fiesta, carnaval, jubileo, jolgorio, el Nemesio era júbilo y alborozo. Quedaban 30 minutos de ensueño porque para entonces el escepticismo se había convertido en concordia. Estábamos ilusionados, gritábamos el “ole”.
Pitazo final. No había voz, pero sí certeza de que no sería la última vez que nos “mediríamos los huevos” con los verdolagas.
La sensación de ganarle a Nacional es inconmensurable. Recordar tanta fiesta en la tribuna hace que a cualquier hincha se le broten las venas, le suden las manos. El clavo de la eliminación hace seis meses sigue ardiendo en el alma de todo hincha embajador. Esta semifinal es la oportunidad perfecta para poner la historia en su lugar, con entereza. Con sangre en el ojo, el Nemesio es la Meca.
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