El formato del FPC premia la mediocridad

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Nota: Las opinión de los columnistas no refleja necesariamente la de Habalelbalón.

 

Independientemente de quién se quedé con la segunda estrella del año, y sobre todo tras la debacle del Junior, este semestre volvió a dejar claro que nuestra liga no la gana el equipo que mejor se armó ni el que más dinero invirtió ni el que mejor jugó a lo largo del semestre. Aunque ha pasado —en más de una ocasión ha sido el caso de Nacional—, desde que se juegan torneos cortos con llaves directas (antes dos cuadrangulares finales) casos así parecen ser la excepción que confirma la regla.

 

Sabido y mentado por todos es el caso reciente del Junior de Barranquilla. Más de 10 millones de dólares invertidos, buenos jugadores y una plantilla equilibrada para quedarse tan solo con el premio de consolación: la pequeña Copa Postobón. Más pequeña todavía para un equipo que tenía herramientas suficientes para, mínimo, conseguir su octava estrella.

 

Así es este torneo: emocionante siempre e injusto la mayoría de veces. Un mal partido —menos, un mal tiempo— es suficiente para echar por la borda todo un semestre, con los despidos y los reinicios de proceso que eso conlleva. Una mala tarde, un descuido, un error en marca y te encuentras con una serie empatada y la subsiguiente lotería de los penales.

 

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No pasa esto en los campeonatos regulares que funcionan con el formato clásico del “todos contra todos”, donde al final de la temporada quien más puntos tiene es el que alza el trofeo. Bajo este modelo una apuesta como la del Junior tiene mayores posibilidades de terminar en estrella. En el transcurso de las fechas, los equipos que se armaron bien, con base en el talento de sus hombres, logran alcanzar un buen y prolongado funcionamiento colectivo: los buenos jugadores se terminan entendiendo entre sí y hacen jugar a los otros. Una idea puede demorarse más que otra en carburar pero, a la larga, si hay una buena gestión, el equipo encuentra regularidad. Puede haber tropezones a lo largo del campeonato, incluso al final, pero si la campaña ha sido sólida, habrá un ahorro de puntos que le permitirá al equipo hacerse con el título. Así, al final son premiados los clubes que supieron armar un gran colectivo y mantenerlo a lo largo del año.

 

En nuestra liga, diseñada más de acuerdo a móviles económicos que estrictamente deportivos y de justa competencia, no se premia la regularidad. Qué mala suerte la del Junior; tanto esfuerzo, tantos dólares y expectativas para tener que conformarse con tan poquito. Todos los partidos buenos a lo largo del semestre y el primer puesto en los ocho no aparecen en la cuenta. Así es este campeonato y todos —incluso los que hacen la inversión— lo sabemos desde el comienzo. ¿Bueno o malo? No sé, depende del ángulo desde el que se le mire. Es un formato tan entretenido como injusto.

 

Lo que sí se puede decir es que, al no premiar al más regular, no siempre lleva al mejor exponente a los torneos internacionales y esto perjudica el nivel y la proyección de nuestro fútbol. Ha pasado (suele pasar) que el mejor de la temporada no remata bien, se queda sin título, entra a la Libertadores por reclasificación y se tiene que despedir temprano del torneo en las llaves preliminares; mientras que otro, que no tuvo un buen torneo, remata bien, se gana la estrella y se asegura, al menos, la fase de grupos.

 

Ahora, esto no quiere decir que, ante la impredecibilidad de nuestro torneo, no valga la pena armarse, y armarse bien. Claro que sí, y claro que aumentan las posibilidades. Simplemente quiere decir que armar un equipazo no es garantía de nada. El formato de nuestra liga castiga a los proyectos ambiciosos y hace posible que equipos muy desestructurados en todos los aspectos tengan grandes posibilidades de éxito.

 

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Foto:

El Heraldo

 


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