París de blanco y rojo

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Perú goleó a 1-4 a Paraguay en Asunción por eliminatorias y mantiene pitando su signo vital. ¿Será que clasifica a un mundial después de 35 años? Nuestro amigo peruano Gianfranco Hereña no puede esperarse, entonces decidió torcer la historia en este maravilloso cuento donde Perú sí clasificó a Francia 98.

 

Cientos de televisores esperan el desenlace. Yo también. Me veo ajustando la antena de conejo para creer que es cierto. Han pasado noventa minutos en todos los relojes, menos en el de Rezende. Dieciséis años después, la selección peruana está por volver a un Mundial y Juan Carlos Oblitas abraza a todo su comando técnico. Pide la hora haciendo señas. Chile aprovecha la expulsión de Jayo y se va con todo al ataque. El “Coto” Sierra toca en primera para Musrri, que dibuja sobre el césped un tajo violento de impotencia. Llueven las botellas y algunos espectadores abandonan el estadio resignados. Esa es la imagen que recuerdo cuando me hablan de “La hazaña de Santiago”. Todos en mi casa reunidos en la sala, con la expectativa y los chilenos desde su banco también de pie, comandados por Nelson Acosta que ordenaba el contragolpe masivo.

 

¡Qué drama señores, qué drama este partido!, repetía el buen Micky Rospigliosi. Y su voz era entrecortada por una publicidad de Charcot, mientras abajo, como subtítulos, se anunciaba el programa deportivo del domingo con imágenes exclusivas del partido. Suspendida en el aire, la pelota era una esfera a la que todos le pedíamos ir al mundial y una vez que cayó, supimos que el deseo se había cumplido.

 

Nadie escuchó a Rezende ni a su silbato. Las bocinas de los autos chillaron, dando a luz un nuevo grito, uno que nunca había escuchado en mis ocho años de vida pero que se haría común, luego, cada vez que la selección tuviese una actuación memorable. Perú campeón, Perú campeón, es el grito que repite la afición. Y nosotros no habíamos campeonado en nada, pero a esas alturas toda celebración era válida. Mis tíos cantaban, mi viejo también, con la mano en el pecho y los bigotes con restos de papas fritas.

Perú campeón, Perú campeón, es el grito que repite la afición.

Ahora pienso que fue imprudente subirme al auto con él en ese estado. Pero igual lo hice, feliz, viendo como el Parque Kennedy era una caravana de autos y borrachos pintados de blanco y rojo que invadían la Avenida Pardo. En simultáneo, desde Santiago, solo se oía el cántico de los jugadores peruanos en el centro de la cancha. Algunos rezaban. Otros, como los hermanos Soto, elevaban la mirada al cielo buscando respuestas. Estábamos en Francia 98.

 

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Fujimori anunciaba feriado no laborable al día siguiente. Lo decía mecánicamente, con cierto aire a resignación. Tiempo después aparecería el detrás de cámaras, con Montesinos sonriéndole desde las tinieblas y haciendo gestos para que repita el discurso sin errores.

 

Había que verlo al “Chino”, elegante él, con un terno parecido al de su nefasto asesor, poniendo él mismo algunos de los cables del enorme televisor que en unas semanas se colocaría en la Plaza de Armas, con la cuenta regresiva de los días que faltaban para el inicio del Mundial.

 

En casa, tras volver del Óvalo de Miraflores, mi papá terminó por acabar con nuestras reservas de alcohol. La sala quedó hecha un asco, con todos mis tíos completamente borrachos y babeando en el sillón. Me dediqué a jugar Super Nintendo por el resto de la noche. Hasta ahora recuerdo ese juego donde Julinho era la portada y elegía siempre al Cristal, enfrentándolo a equipos de mayor nivel como el Real Madrid o La Juventus.

 

Y es que no había sido, por supuesto, el único logro del fútbol peruano en ese memorable año noventa y siete. Meses antes del partido contra Chile, Cristal derrotó a Cruzeiro, alzó la Copa Libertadores y de paso, el precio de sus jugadores, que no tardaron en emigrar (Martín Hidalgo y Jorge Soto se fueron a Vélez, Nolberto Solano al Manchester United y Miguel Rebosio, joven todavía, al Atlético de Madrid). Julinho fue nacionalizado peruano antes de marcar el único tanto de esa final en Belo Horizonte. Y Oblitas a veces lo alineaba como titular. Esa vez en Santiago lo mandó a la cancha en reemplazo de Palacios, que había tenido una noche para el olvido. Apodado de manera poco creativa por la prensa (“El garoto”), inició un baile desde el extremo izquierdo del área chica, descontando primero a Rojas y luego a Ponce, para luego cederla en toque corto a Maestri, que marcó el empate y silenció, por el resto de la noche, todo Ñuñoa. Tiempo después vendría una sanción de la FIFA a la Selección Chilena por pifiar el himno peruano y colocar micrófonos en las tribunas para hacer aún más grave el escándalo. El siguiente partido contra Paraguay fue un mero trámite: uno a cero en Lima con gol de Jorge Soto y la algarabía posterior. Pero esa noche solo quería jugar, imaginando que Julinho era mejor que Ronaldo, Vieri y Chapuisat, el suizo del Dortmund al que enfrentaríamos en diciembre por la Intercontinental.

 

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Ese verano del 98 fue una larga agonía. Tras el sorteo nos designaron el Grupo B junto a Italia, Austria y Camerún. La prensa catalogó al grupo como “accesible” y el colegio fue invadido por loncheras que traían el rostro de los “Nuevos héroes del Pacífico”. Todos tenían una, menos yo.  La que más me llamaba la atención era la de Memo Quispe, un niño extremadamente gordo que guardaba ahí sus tesoros. Destacaba un inmenso sticker pegado en la parte frontal, con el tridente ofensivo de moda “Palacios, Julinho y Maestri”. Esos seis ojos me espiaban con burla todos los días, especialmente en los recreos, cuando Quispe aprovechaba para sacarme “Cachita”.

 

AÑO 1997 COPA AMERICA 1997. JULINHO, PARTICIPA EN LA SELECCION PERUANA DE FUTBOL FOTO: ENRIQUE CUNEO / EL COMERCIO
Qué decir de una sociedad imparable. Foto: Enrique Cuneo/ElComercio

 

Había mucha expectativa en torno a ese equipo. Flavio Maestri se había ido al Valencia, Juan Jayo fue fichado por Atlético Nacional y José Pereda se consolidó como titular en Boca, arrebatándole el puesto a un argentino que no llegó a trascender, un tal Guillermo Barros Schelotto. El resto siguió jugando en la liga local y preparándose en la llamada “Gira Continental” frente a Holanda (perdimos dos a cero con goles de Stam y Kluivert); Japón (ganamos dos a cero con goles de Maestri y Jorge Soto) y Nigeria (Empate a uno con gol de tiro libre de Solano al final). También se recuerda la victoria en casa frente Uruguay, que le decía adiós a Enzo Francescoli en partidos oficiales. Se ganó por dos a uno, siendo “El príncipe” quien descontaría de penal.

 

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Antes del debut, la prensa pasó por alto un detalle. Días antes del partido ante Italia, un grupo de jugadores peruanos fue captado en un bar parisino. Iban rodeados de conocidas vedettes del ámbito local que habían sido contratadas como periodistas para distintos medios. Nadie dijo nada hasta después, luego de la estrepitosa caída por tres a cero. La zaga estuvo lenta y Roberto Baggio entró a la historia de los mundiales después de hacer una jugada “maradoniana” que inició en el mediocampo y definió, luego, de zurda al segundo palo. Su celebración con los brazos abiertos, como pidiendo redención por el penal errado en la final pasada, quedará en la retina de cientos de espectadores hasta el día de hoy. Culparon a Oblitas por la derrota y pidieron de inmediato la cabeza de Rebosio y Carlos “Kukin” Flores, los únicos que llegaron a ser fotografiados por la prensa, ya que se especula que algunos periodistas también participaron de la juerga.

 

El equipo se partió. Un empate sin goles ante Austria y otra caída ante Camerún, esta vez por uno a cero, sentenciaron lo que fue un oasis en medio de la crisis posterior. Después del Mundial se anunció que Rebosio volvía a Cristal tras no haber sumado minutos como titular. “Kukin” Flores siguió en el Boys, acumulando campañas irregulares, expulsiones absurdas y uno que otro escándalo. La misma suerte corrieron todos los demás a excepción de Solano que, tras no haber sido tomado en cuenta por Fergusson, fue cedido al Newcastle en reemplazo de Palacios, que se fue de préstamo al fútbol mexicano.

 

El día siguiente a la eliminación, encontré a Memo Quispe sentado sobre una de las bancas del estadio del colegio. Estaba arrancando el sticker de su lonchera. Algunas frutas rodaron por sus pies y fueron rápidamente cubiertas de polvo. No volveríamos a clasificar hasta ahora.

 

 

*Como el lector informado comprenderá, este texto es de ficción. El memorable partido del que hablo al inicio fue todo lo contrario a la felicidad; Perú cayó goleado ante Chile en Santiago por 4-0, poniendo fin al sueño de Francia 98. Nunca más estuvimos tan cerca de clasificar. En contraparte, Salas y Zamorano fueron los goleadores de aquellas eliminatorias. El mundo gozó de su categoría mientras que el proceso de Oblitas fue interrumpido al año siguiente, iniciando así una larga fila de fracasos que se han venido acumulando (hasta el día de hoy).

 

Foto:

Andina


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