Millos se va para la B

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En un pasado no tan lejano, Millos estuvo cerca de irse a la B. Muchos dijeron que era el fin, pero el club sobrevivió. Déjese sumergir en la ficción de este cuento y recuerde que lo que no mata, fortalece.  

 

13 de diciembre de 2017. Antes de salir de casa, necesito fuerza. Hoy pueden pasar dos cosas. Tengo que estar preparado para ambas. Entonces, Millonarios, me devuelvo a ese momento donde me enseñaste que el dolor fortalece.

 

***

Me acuerdo que quería empujar a esos hijueputas cada vez que los veía con esa sonrisa de mierda. Odiaba los lunes. Siempre que me bajaba del bus estaban esperándome. La comisura de sus labios los delataba. Ya sabía lo que vendría. Se venía el canto: “Millos no tiene dinero / no tiene con qué comer / solo come arroz con huevo / y se va para la B”. Eran épocas difíciles, de compañerismo entre pocos. Mis amigos ya no eran mis amigos. Eran esos hijueputas de rojo.

No sé por qué me molestaba tanto ese canto pero me daba gastritis. Siempre pensaba en un arroz duro y granulado con un huevo medio crudo pero con la yema pálida y dura. Le encimaba unos cubiertos sucios, el tenedor como torcido, un plato de una vajilla horrible y desportillada que había donde mi tía y al lado una servilletica de esas que no sirven para un culo. Todo eso a una temperatura tibia servido encima de una mesa Rimax. Ese plato era Millos. Nos íbamos para la B.

 

***

Todo era culpa mía. A mi papá nunca le llamó la atención el fútbol. Algún partido de la selección se le colaba pero su apatía hacia el  deporte me mantuvo lejos del fútbol durante mucho tiempo. Fue hasta los 8 años que me interesé por patear la pelota. Un día simplemente me cansé de jugar a las escondidas y bajé hasta la cancha central del colegio. El partido ya había comenzado.

 

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Solté un ¿puedo jugar? Y no recibí respuesta. Fue muy tímido. Esperé unos 3 minutos. La pelota nunca paraba de rodar, no había sales, no había corners, no había faltas, solo saques rápidos después de cada gol. Entonces me acerqué al arquero del arco derecho y le pregunté: ¿Puedo jugar?

 

-No es mi pelota – me respondió frío y sin mirarme. En ese entonces no conocía las dinámicas del juego, el que trae la pelota dice quién juega.

 

Mis ganas de jugar no eran tantas pero ya no quería fracasar, no quería irme derrotado sin siquiera haber hecho parte de algún equipo. Entonces grité: ¿Puedo jugar?

 

Toda la cancha se detuvo. Varios jugadores empezaron a gritar “párela, párela, párela” y uno de ellos recogió la pelota y se la entregó a Carlos, un tipo del curso C. Recuerdo que todos me miraban. Me miraron la camiseta, me miraron los zapatos. Entonces Carlos se acercó a mí y me dijo con urgencia: “Millos o Santa Fe”. Su respiración era fuerte.

 

Yo no entendí la pregunta y me quedé en silencio. Mis amigos jugaban a las escondidas y a la ‘Lleva’ y yo los acababa de abandonar. Estaba solo. Miré a ambos costados a ver si conocía a alguien en la cancha. “Millos o Santa Fe, rápido”, insistió Carlos. Movió su mano derecha y señaló un grupo de gente “Esos son Millos”, luego señaló a otro grupo y dijo “Ellos son Santa Fe. Escoja”.

 

Yo miré a la derecha y vi a Matamoros, vi a González, vi al hijo de la directora. Unos cretinos. Miré a la izquierda y vi a Miguel, vi a Ballesteros y a Castro y recordé que Miguel era primo de un amigo mío.

 

“De Millos”. Pobre, no sabía en lo que me estaba metiendo.

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***

No se podía estar más con ellos. Creo que ellos no entendían el daño que me hacían. Y es que tuve mala suerte.

 

Desde ese juramento que hice en la cancha muchas cosas habían pasado. Miguel se había ido a estudiar a un internado en Canada, Ballesteros repitió año y al Gordo Castro ya ni le gustaba el fútbol. En cambio, yo había mejorado mucho y ya jugaba en la selección del colegio. Ahí, de a pocos, entrenando con ese uniforme gris que me raspaba los pezones, fue donde me hice amigo de Matamoros, de González, de Fabián y ese parche de santafereños.

 

¿Cómo iba yo a saber el daño que me podrían hacer? Claro, siempre hubo la rivalidad con ellos. Lo natural. Pero era un toma y dame. Ambos compartíamos ese historial perverso de décadas sin títulos y perder un clásico era aguantárselos un rato hasta el siguiente cuando ganaba Millos.

 

Ahora las cosas se salían de las manos. Se me eriza la piel cuando recuerdo la fría pregunta de Matamoros:

-¿Y qué va a hacer?

-¿Cómo así?

-Sí, ¿qué va a hacer ahora?

-Nada, tengo que estar en mi casa a las…

-No idiota, que va a hacer ahora que Millos se va a acabar.

 

Recuerdo que lo miré inmediatamente. Matamoros estaba golpeando los guayos contra el piso sacudiéndole la tierra.

 

-¿No sabe? Mi papá dice que Millonarios está quebrado. Si se van para la B se acaba.

 

Sus palabras me sentaron de inmediato. Aún era joven y solo veía los partidos por TV. No veía noticias y mi papá solo me hablaba de Millonarios para burlarse y decirme “usté si es muy de malas escoger semejante equipo.” Matamoros sembró un miedo en mí que nunca olvidaré. Me iba a quedar sin equipo.

 

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***

Fueron semanas difíciles. En las tardes de sol en la cara, en pleno recreo, haciendo fila para comprarme una empanada, pensaba: ¿y qué hago si me quedo sin equipo? Aparte de llorar y no volver al colegio durante un año. ¿Qué carajos voy a hacer para ver fútbol? No puedo escoger otro equipo. No funciona así.

 

Recuerdo que aún creía en Dios y rezaba para que Millonarios sobreviviera. Le rezaba como rezan los parientes de los pacientes con cáncer. Ya para ese entonces la B no me daba miedo, me daba miedo morirme sin volver a ver a mi equipo. Peor aún, me daba miedo vivir 100 años largos sin ver otra vez a mi equipo. Viendo a otros levantar copas y saber que yo ya nunca más tendría la oportunidad. Sería virgen toda mi vida.

 

Era un susto que no entendía del todo. Era el susto de quedar huérfano. El susto que hoy me da quedarme viudo y no poder volverme a enamorar. No se puede tener dos equipos de fútbol, todo el mundo lo sabe, pero ¿habrá excepciones? Yo me devanaba la cabeza y pensaba qué haría. En mi miseria pensaba además “me tocaría escoger un equipo chico” y me dolían todos los músculos donde corría mi sangre azul.

 

***

Aprendí a estar solo. Aprendí a concentrarme en los entrenamientos y dejar que las palabras siguieran su camino al olvido. No aprendí a vencer el miedo. Creo que eso no se puede. El miedo es humano. Entonces, aprendí a vivir con el miedo. Se terminaba el campeonato y Millonarios peleaba el descenso con el Real Cartagena.

 

La suerte no estaba de nuestro lado y yo había rezado. Me negaba a hacer rituales tontos. Poco o nada quedaba. Millos se iba para la B.

 

En un último acto desesperado le rogué a mi papá que me acompañara al Campín. Teníamos que ganarle al Deportivo Pereira. Quizás estando allá cambiarían las cosas. La cara del santo hace el milagro.

 

***

No me quedé sin equipo. Y hoy frente a Santa Fé nos jugamos más que nunca. Me preparé un arroz con huevo, me voy para el Estadio lleno. Que sea lo que tenga que ser. A Millonarios no lo suelto.

 

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Foto:

ElEspectador

 


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