Cinco años después, el América volvió a ocupar su lugar. Fue un empate desabrido, pero el Ámerica, por momentos, jugó muy buen fútbol. Su regreso nos alegra a todos.
Para la primera batalla en la A el técnico Torres paró un 4-4-2. En la línea de atrás estuvieron Iván Vélez por derecha y Jarol Martínez por izquierda, los centrales fueron Juan Camilo Pérez y Eder Castañeda. De mitad para adelante el equipo fue casi el mismo que ascendió. Camilo Ayala y Arboleda se pararon en el doble cinco, por las banda arrancaron Lucumí y Angulo –ambos terminaron jugando por adentro– y arriba, en punta estuvieron Martínez Borja y el ‘Tecla’ Farías.
Por su parte, Otero paró en el primer tiempo un equipo ordenado y férreo, sin pretensiones ofensivas. Dos líneas de cuatro bien juntas para impedir que Lucumí y Ángulo pudieran recibir con espacios y conectar con los puntas.
El primer tiempo fue sonso. Porque Águilas no propuso nada en ataque y porque América a pesar de tener el balón, nunca encontró profundidad ni volumen ofensivo. En los primeros diez minutos se vio un equipo ágil y determinado a jugar y a atacar, pero con el paso de los minutos el ímpetu se fue disolviendo. La posesión se hizo insulsa y sin intención. Lucumí y Angulo abandonaron las bandas, se tiraron a la mitad, y ahí fueron presa fácil para los volantes de Águilas; los laterales nunca se soltaron al ataque; y Martínez Borja y el ‘Tecla’ tuvieron que retrasarse mucho para recibir.
La única opción clara de gol del primer tiempo fue del visitante. Faltando dos minutos para el final, en la única en la que Águilas se soltó, Paez, solo, se comió un gol clarísimo, que su equipo no merecía. El plan, hasta ahora, le salía redondo a Nestor Otero.
En el segundo tiempo la cosa cambió radicalmente. Águilas, tras ver la falta de profundidad del América, arriesgó más. Águilas adelantó sus líneas, se acercó al área de Bejarano, pero, en contraparte, se hizo un equipo más largo. Y fue ahí que el América soltó a sus laterales, encontró espacios por detrás de los volantes de marca rivales y entonces comenzó a mostrar su mejor fútbol. Los primeros 20 minutos fueron un golpe a golpe.
El partido se rompió con el ingreso de Jonathan Álvarez y Charles Monsalvo por Brayan Angulo y el ‘Tecla’ Farías. Con el ingreso de estos dos, el equipo se fue hacia delante y el partido se jugó en campo del visitante. Camilo Ayala se apropió del equilibrio y, por delante de él, América comenzó a atacar con siete hombres. William Arboleda, que había arrancado en el doble cinco, se soltó completamente y se hizo un volante ofensivo más; fue el GPS del ataque americano.
En la recta final el América fue un vendaval. Para el hincha fue lindo volver a sentir el poderío de su equipo en primera. El Pascual disfrutó, disfrutó mucho, pero se quedó esperando el gol. Fue el único que no quiso unirse a la fiesta. Álvarez la tuvo, pero la estrelló en el palo. Borja falló por unos centímetros. Y el arquero Hernández sacó una pelota de otro mundo.
El empate supo mal, feo. No fue la vuelta eufórica que los hinchas esperaban después de haber navegado cinco años en el infierno de la B. Es verdad. Los tres puntos quedaron faltando. Pero el que vio el partido, sabrá que este es un equipo grande, con un estadio hermoso, que supo jugar. El que vio el partido, sin importar el color de su camiseta, tendrá que reconocer que el América le sienta bien a nuestro fútbol.
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