Nacional cerró un año espectacular de la peor forma. El fútbol es impredecible. Pero esta madrugada, fue su culpa.
Nacional salió con la de siempre: su habitual 4-2-3-1. Rueda no cambió en todo el año, en Japón, en el momento cúspide, tampoco lo iba a hacer. Bocanegra por derecha, Farid Díaz por izquierda, Aguilar y Henríquez por adentro; Uribe y Arias en el doble cinco; Berrio y Mosquera de extremos, en punta Borja y detrás de él, el ‘10’, Macnelly Torres. El mejor once posible para intentar hacerse un hueco en la gran final.
Los japoneses, conscientes de que individualmente, hombre a hombre, no tenían para competir contra una de las mejores nóminas de Suramérica, pararon un equipo combativo. Dos líneas de cuatro bien juntas para defender. Orden y disciplina oriental.
El nerviosismo inicial fue evidente. Los japoneses arrancaron revolucionados, adelantaron sus líneas y presionaron arriba la salida de Nacional, que tuvo problemas para imponer su juego. Después, tras los primeros diez minutos, la presión alta japonesa cesó, el partido se abrió y los de verde pudieron hacerse con el control del balón.
Con el balón en los pies, Nacional se volcó sobre el arco del arquero Sogohata. Especialmente activo se mostró Mateus Uribe que aprovechó que los japoneses estaban replegados para soltarse y pisar el área. El volante de primera línea fue el motor de Nacional en el primer tiempo. Defendió, se asoció, construyó y tuvo cuatro opciones claras de gol.
Pero aunque Nacional era el dueño del balón y de las opciones, los japoneses, con poco y sin elaborar, comprobaron la fragilidad de la defensa paisa. Pelotazo largo a la espalda de los laterales y centro a la mitad, esa fue la fórmula con la que el técnico Ishii quebró el sueño mundialista de Rueda. En el primer tiempo, Armani sostuvo a su equipo con dos intervenciones milagrosas.
Pasada la media hora, con 0-0 en el marcador, llegó la polémica. El húngaro Kassai se convirtió en el primer árbitro en sancionar un penalti por video. En un tiro libre de costado, Berrio derribó a Nishi en el área y Kassai, tras consultarlo en la pantalla, lo decretó. Gol del Kashima. Bueno o malo, el fútbol oficialmente entró en la nueva era.
El gol en contra activó a Nacional. Berrio salió del caparazón y desde la derecha comenzó a nutrir el ataque verde. En los últimos diez minutos Nacional fue un vendaval. Pero ni Mateus, ni Mosquera, ni Borja fueron capaces de sentenciar. El delantero, aunque pivoteó con claridad y fue incomodísimo para los centrales japoneses, estuvo muy desacertado en la definición. La ultima jugada del primer tiempo fue un palo de Mosquera. Fue festival del desperdicio…Sin embargo, por como terminó el primer tiempo, y a pesar de ir abajo Nacional, era imposible imaginarse lo que sería el desenlace del partido.
En el planteamiento del segundo no hubo sorpresas. Nacional salió ambicioso y el Kashima quiso aguantar, fue cauto y ordenado, evitó cualquier riesgo. Lo que no cambió fue el desacierto en la definición de los atacantes colombianos. Rueda fue ambicioso y arriesgó: sacó a Arias, el volante encargado del equilibrio defensivo, y metió a Guerra. Toda la carne en el asador. Pero el equipo no supo manejar la ansiedad del gol en contra y aunque hubo ímpetu, las opciones de gol se hicieron escasas. El ‘Lobo’ Guerra no marcó diferencia y Macnelly fue un fantasma en el segundo tiempo. Borja y Dájome –que entró por Mosquera– perdieron dos clarísimas.
Las manecillas del reloj, de a poco, comenzaron a enterrar el sueño. Lo que pasó en los últimos diez minutos no requiere de un análisis profundo. Nacional, jugado, dejó espacios que el Kashima sí supo aprovechar. Dos opciones, dos goles. 0-3. Adiós, Mundial de Clubes. Adiós, Real Madrid.
Se podría decir que el fútbol es cruel e injusto, pero decirlo sería desestimar el trabajo digno de los japoneses. El Kashima ganó bien y Nacional no perdió por el video, ni por el árbitro, perdió porque no supo hacer los goles. ¿Mereció más? Tal vez, pero el fútbol no se trata de eso.
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