Como todas las actividades en Colombia, ir fútbol también ha sido trágico. Esta vez recordamos la tragedia impune que tuvo lugar en El Alfonso López de Bucaramanga.
Si algo ha caracterizado al Bucaramanga en su historia es su hinchada, una de las más calientes y fervorosas del país. Esa noche del 11 de octubre del 1981 el estadio estaba a reventar (con un estimado de 20,000 asistentes).Y es que desde el 9 de septiembre los hinchas leopardos habían llenado las taquillas por toda la ciudad agotando las boletas para ver al equipo sensación del momento. Todos querían ver a ese Bucaramanga dirigido Roberto Pablo Janiot y liderado por figuras como el argentino Juan Carlos Díaz, Diego Edison Umaña y ‘Pacho’ Maturana. El Junior de Barranquilla, al que no le habían podido sacar los tres puntos desde el 75, era el toro a torear.
Dicen los que estuvieron ahí que la gente entró ebria y con botellas de trago al Alfonso López desde temprano, y que era tal el desorden en la entrada que en un momento la policía abrió las puertas del estadio para que todos entraran a la cancha, sin importar si tenían boleta o no. Servía una victoria o un empate para que el Bucaramanga asegurara el pase a la siguiente fase del torneo y faltando poco para las cuatro de la tarde, el árbitro Eduardo Peña pitó y el balón comenzó a rodar.
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La historia comenzó mal para el local, pues terminado el primer tiempo iba un gol abajo por anotación de Miguel Tutino. En el minuto cuatro del segundo tiempo vendría la alegría de la igualdad gracias a Galván Rey, pero no duró mucho y antes del minuto 60′ el Junior se puso 2-1. Los ánimos ya se empezaban a calentar en la grada hasta que la última contratación leoparda, Sergio Saturno, fue derribado en el área, y entonces la gente empezó a saltar de júbilo; el empate estaba cerca.
Para la ira de equipo, hinchada y cuerpo técnico, el árbitro Peña ignoró la pena máxima, señaló saque de arco e inmediatamente se armó. Les habían embolatado la llegada a las finales y Janiot se metió a la cancha a protestar. En cuestión de segundos se formaron trifulcas en las tribunas sur y oriental, los hinchas borrachos y emputados derrumbaron las mallas que los separaban de la grama para agarrar a Peña. A la terna arbitral le tocó esconderse junto a los jugadores de ambos equipos en los camerinos.
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Luego, recuerdan periodistas e hinchas que estuvieron ahí, comenzaron a sonar disparos de fusiles. Los policías, a los que no les bastaron sus bolillos para golpear a la gente, llamaron al Ejército para que les ayudara a controlar la situación y las cosas se terminaron de salir de control. Se rumora que los soldados pertenecían a un grupo contraguerrilla acabado de bajar del monte y que, supuestamente, todo estalló cuando un borracho intentó robarles un fusil de las manos. El desenlace: 4 muertos, más de 30 heridos y daños estimados en un millón de pesos de la época. Todo quedó en la impunidad ya que aunque el Ministerio de Defensa ordenó una investigación y el Bucaramanga solicitó la expulsión del juez sin ningún resultado, nadie se hizo responsable de los hechos y hasta el sol de hoy ni siquiera se sabe a ciencia cierta por qué comenzaron a disparar a quemarropa.
Termine con: Fútbol, aviación y muerte.
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Vanguardia.com