La semana pasada la figura del árbitro sufrió un señalamiento especialmente severo. Hubo errores graves en partidos con equipos muy mediáticos. Tres errores de Deniz Aytekin que le dieron alas al Barca para completar su remontada. El gravísimo error de Mateu Lahoz en el Bernabéu al no expulsar a Keylor Navas. El increíble penalti que (en el minuto 96) le pitó a la Juventus el asistente del cuestionado Davide Massa. Al final de la semana, el creciente gremio de futboleros que gusta hablar sobre los árbitros sintió que fue una semana negra. Su indignación es proporcional a la grandeza de los clubes a los que se favoreció. Pero olvidan que la historia del fútbol es la historia de los errores arbitrales. De la cancha de barrio al Camp Nou. De la final del Mundial del 66′ al gol fantasma de Lampard en 2010.
A pesar de ser una obviedad, se pasa por alto con una ligereza preocupante que el resultado de un partido de fútbol es producto de miles de decisiones de tres equipos: los que se enfrentan y el equipo arbitral. Detrás de ese incomprendido hombre de negro hay una persona que debe lidiar con 22 jugadores que están permanentemente queriendo sacar ventaja en cualquier centímetro del campo. Agarrando, empujando, fingiendo, pegando, reclamando, provocando.
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El árbitro imparte justicia en un juego que cada día es más sofisticado y veloz, pero su ojo conserva los mismos atributos biológicos. Al aceptar el error arbitral como un elemento inherente al juego debemos aceptar que el juez es una persona con frustraciones, prejuicios, malos días y malas noches, deseos, sueños, aspiraciones, rencores. La decisión arbitral que requiere de una “necesaria” lucidez, atropellada por décimas de segundo, está sujeta a una cantidad de condicionantes. Psicológicos, técnicos, morales. El pellejo del juez es el más agraviado y el menos comprendido de este deporte.
El problema del señalamiento al árbitro es cuando no distingue entre el error y el complot. Entre el fallo humano y la conspiración. Una cosa es el error técnico y otra la prevaricación. Las excesivas y virulentas críticas, por parte de aficionados y periodistas, nos están llevando cada vez más a un estado de delirio colectivo. Un estado alimentado por un círculo vicioso en el que la furia y la indignación del aficionado encuentran solidaridad y respuesta en los medios que hacen de la polémica su modus operandi. Sin darnos cuenta, el juego pasa a un segundo plano.
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Lo peor de todo es que entre medios y futboleros estamos creando mutuamente periodistas e hinchas ávidos por hablar más del arbitraje que del juego. Estamos empobreciendo culturalmente al fútbol. Señalar a un árbitro de “ladrón” no exige mayor ejercicio analítico. Pero interpretar las nuevas desiciones y cambios tácticos de Luis Enrique, el mal estado de forma de Keylor Navas y el caudal de centros y juego ofensivo que produce la Juventus es una aproximación mucho más rica y rigurosa.
Dejando al margen el debate de la tecnología, seguirá habiendo árbitros que se equivocan de buena fe. Así como goleadores que errarán goles debajo del arco, periodistas que dirán “hubieron dos jugadas” e hinchas injustos con un excelente jugador. El fútbol es, en esencia, un juego de errores.
Foto: as.com