Lo que en un comienzo dio para burlas, para memes, para cargadas en la red, es hoy un asunto serio. Aunque la Asociación Chilena de Fútbol se mantuvo en su postura inicial de no emprender ningún pleito jurídico, un grupo de abogados independientes chilenos logró que la FIFA aceptara revisar la demanda del partido entre Perú y Colombia. Esta, basada en 43 evidencias, denuncia que ambas selecciones atentaron en contra del Fair Play y la sana competencia estipulada por la FIFA. El caso ya está en el Tribunal Disciplinario y en los próximos días sabremos si la denuncia se traduce en investigación oficial o no.
Más allá de lo que decidan Infantino y sus secuaces, lo primero es aterrizar la situación: ni Falcao es un corrupto, ni Pékerman un conspirador del mal, ni las selecciones de Colombia y Perú cometieron un crimen de lesa humanidad. No fue la primera vez ni será la última en que dos equipos en una situación extrema le apuesten al resultado que más les conviene. En el fútbol, como en la guerra, se precisa de estrategias, de ataques inteligentes y de retiradas oportunas. Jugar al empate tendría que ser siempre una movida válida, una interpretación legítima de lo que es competir. Para no ir muy lejos, en la eliminatoria pasada, cuando el empate a tres entre Colombia y Chile nos clasificaba a ambos, los últimos minutos en Barranquilla se consumieron con la misma parsimonia que en Lima. Ahí nadie dijo nada.
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En caliente podemos decir que los chilenos “tienen güevo” y que se les va a incendiar el rabo de paja. Y en parte sí porque es patético que otra vez quieran ganar en el escritorio lo que su soberbia les quitó en la cancha. También es irrisorio que por conveniencia pongan en duda que Colombia y Perú jugaron un partido a muerte en Lima cuando antes del pitazo inicial el empate no le convenía a ninguno de los dos. Todo eso es verdad, la cosa es que aquí el problema es otro.
Digamos lo que digamos y así no haya habido ni una pisca de mala intención en la actitud de Radamel Falcao, el pacto explícito que lideró el Tigre y que secundaron Paolo Guerrero y sus hombres, mirado desde el reglamento, es ilegítimo y sancionable. Los susurros al oído, el contrato verbal, va en contra de la sana competencia. Punto. Una cosa es apostarle al empate y que tú rival por cuestiones estratégicas también le apueste y que de este modo se de un pacto sobreentendido de no agresión. Otra muy distinta es convenir un resultado. De esto último se le acusa a Colombia y a Perú.
En su Código Disciplinario la FIFA se refiere a esto como “Influir ilícitamente en el resultado de un partido” y dice lo siguiente:
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1. El que intente influir en el resultado de un partido contraviniendo los principios de la ética deportiva será sancionado con la suspensión por partidos o la prohibición de ejercer cualquier actividad relacionada con el fútbol y una multa en cuantía no inferior a 15,000 francos suizos. En los casos graves se impondrá la prohibición de ejercer de por vida cualquier actividad relacionada con el fútbol.
2. En caso de influir ilícitamente en el resultado de un partido a través de un jugador o un oficial, tal como se menciona en el apartado 1, se podrá imponer una multa al club o a la asociación a la que pertenezca el jugador o el oficial. En los casos graves se podrá sancionar al infractor con la exclusión de una competición, el descenso a una categoría inferior, la sustracción de puntos y la devolución de premios.
Así las cosas, y duélanos lo que nos duela, si la FIFA decide tomar cartas en el asunto es probable que haya sanciones para los involucrados. Estúpido sería que las selecciones de Colombia y Perú, que merecen ir al Mundial por lo que hicieron durante toda la Eliminatoria, fueran excluidas por los últimos tres minutos de un partido que fue a muerte. Menos estúpido y más probable es que hombres como Falcao y Paolo Guerrero, que fraguaron el pacto, sean sancionados. Aunque probarlo será difícil, la falta de antecedentes similares, el peso de los nombres involucrados y el puritanismo hipócrita de la FIFA en los últimos meses son elementos que juegan en contra de ellos. En Zúrich están haciendo todo para acabar con el fantasma de la corrupción y qué mejor para eso que una sanción ejemplarizante.
Con la mano en el corazón, deseamos que nada de esto prospere. Más que nadie, Radamel Falcao merece estar en Rusia.
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