Ganarle a Venezuela nos deja con un pie y tres cuartos en Rusia. Por eso decidimos recordar aquel gol hermoso de Wilmer Cabrera que hace 20 años nos puso en Francia 98.
Venezuela era el último en la tabla, tres puntos y cero victorias. El Metropolitano se alistaba para el partido. Diez de septiembre del 97. Colombia necesitaba la victoria para clasificar. “Vamos a Francia, vamos al mundial, Colombia clasificará”, repetía la propaganda de Comcel. Faltaba un partido difícil contra Argentina. En Barranquilla era ganar o ganar, y Rincón y el Tino la tocaban, pases cortos, y luego un cambio de frente. Aparecían el Pibe, el Pitufo, pero no se concretaba nada. En el arco estaba Calero, sin su cachucha blanca, atajando los tiros chamos.
“Ahora sí el Pitufo, el primero para el mundial”, gritaba ahogado William Vinasco Che, pero atajaba el gran Dudamel, que ya conocía bien el fútbol colombiano. El calor se hacía insoportable y otra vez tapaba el venezolano, en este caso un tiro cruzado de Rincón. Cabezazo cerca al palo. El Pitufo, de nuevo, al palo izquierdo. Y Colombia cerca del área chica. Y el Pibe antes de la 50 con 50 repartiendo el balón por las bandas. Todos los tiros por fuera o en las manos del nacido en Merida.
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Se agotaba el tiempo y Colombia desde atrás. Segundo tiempo. Tres toques cortos. Cuatro. Un quinto más largo, y la pecosa cruzaba el medio campo. Aparecía de nuevo el Pibe, entre un triángulo venezolano, en el borde del círculo central. Varios toques de derecha y mientras se daba una vuelta, y se acomodaba frente al arco rival. Tranquilo, con la calma de un hombre que piensa antes de jugar, pasaba el balón al Tino que se movía desparpajado frente a una defensa de tres. Se movía de lado a lado el vallecaucano, estiraba las piernas largas al ritmo del coro fatigado de los espectadores y finalmente dejaba botado al primer defensa, desbordando por derecha, desacomodando caderas.
Wilmer Cabrera, el pequeño número 13, ya se movía por esa misma banda; y mientras Asprilla amagaba, desbordada y dejaba al segundo defensa con un amague de tiro, él se iba acercando a la bomba. Desordenado, como desubicado. Detrás venía el Pitufo de Ávila, el 7, acompañando, estorbando a los defensas. Luego de varias gambetas, de besar la raya y levantar la cabeza para ver al 7 y al 13 , Asprilla la centra con pinche. Una pelota bajita se fue elevando, y con un salto corto como él, no muy vistoso y a la sombra gigante del Pitufo que lo acompañaba, Wilmer coló el cabezazo final en el arco de Dudamel, que terminó en el piso mientras el petiso celebraba silenciosamente, casi pasmado y con las manos extendidas, corriendo al banco para abrazar a su querido Mondragón. Una palomita eterna, y mientras tanto un estallido en Barranquilla, y mientras tanto ya podíamos soñar con Francia, con Footix.
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Foto: Vavel