Fue un niño prodigio. Nos prometieron a un crack, pero el tiempo pasó y pasó… y hoy está desaparecido. Ayúdenos a encontrarlo.
Lo de Sherman es un caso especial. Aunque no llega a los 30 años, para todos ha jugado al fútbol durante una eternidad. Y es que debutó siendo un niño precoz: 16 años y menos de 170 centímetros de alto. Cuando apareció por primera vez, en 2005, con la pelota bien pegada al pie, dueño de un regate feroz y una pegada envidiable, aún estudiando para biología en el colegio, el asombro fue total.
En el 2007, ya mayor de edad, se las daba con sus amigos por llevar la número 10 de la Selección sub-20 de Juan Pablo Pino, Carlos Darwin Quintero y compañía. Esa que le ganó 2-1 a Argentina. Para muchos Sherminator era una realidad.
Se consolidó como el rockstar del Bucaramanga, y le fue cambiando la voz. Sin embargo, a los Leopardos no les bastó con el genio de Sherman y en 2008 le dijeron adiós a la primera división. La foto del niño prodigio llorando sin consuelo en el regazo del sempiterno René Higuita se convirtió en una postal.
Para no verlo sufrir en la B, y para dar un golpe sobre la mesa, en el 2009 Millonarios se hizo con sus servicios. El chiquitín prometía traer ideas y goles a un club sin imaginación ni resultados. La presión se lo tragó, El Campín se lo tragó y, además de esporádicos chispazos de ingenio, su año en Millos fue gris y frío, como Bogotá.
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Luego vino la Equidad. Con 21 años, sin presión, volvió a brillar. Otra vez vimos al Sherman desequilibrante y cerebral. Otra vez fue el hombre de las ideas. Recuperó su amistad con el gol. En el 2011, por llamado de ‘Cheche’ Hernández, dejó la fría capital para derretirse en Barranquilla. En el Junior, por primera vez en su vida, ya de grande, tuvo socios a su altura (futbolística, claro). Junto a Giovanni Hernández, Vladimir Hernández, Carlitos Bacca y un Luis Carlos Ruiz fenomenal, conformó la pandilla que se ganó el Clausura de ese año. Con 23 años, Sherman se tasaba en dólares.
Y entonces, claro, tiburón al acecho… a su vida llegó Nacional. En el verde no desentonó, pero vivió una época contradictoria. Aunque ganó 4 títulos en dos años nunca contó plenamente para Osorio. Como todos los cracks, sufrió mucho con las rotaciones sistemáticas de Juan Carlos. A Sherminator se le fue quitando la sonrisa, la vitalidad. En uno de los Nacionales más ganadores de la historia, no pudo ser tan determinante como se esperaba.
Con la llegada de Rueda a Medellín, salió cedido al Mineiro. Allí se peleó con los directivos –abogados de por medio– y desembocó otra vez en Nacional. Reinaldo sí tenía su once fijo, sin rotaciones ni experimentos, pero Sherman nunca logró consolidarse en él. No tuvo continuidad y de a poco dejamos de verlo. Se desapareció. Dicen que después, otra vez en Brasil, estuvo en el Vitoria por dos años. Ni idea. Pasó de agache y nunca más supimos de él.
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Hace poco, porque cobró un penal a lo Cruyff, asistiendo a un compañero, nos enteramos de que está jugando en Ecuador. Llegó a mitad de año a la Liga de Quito y todavía no ha logrado carburar. Ha hecho dos goles y cinco asistencias. De Sherman, todavía, seguimos esperando más.
¿Y cómo no? Si apenas tiene 28, la edad en la que los jugadores top llegan a su pico máximo de rendimiento. Después de 12 años en el profesionalismo, sentimos que algo extra tiene por dar. Mientras está a préstamo en Ecuador, perdido, acá en Colombia hay equipos que soñarían con tenerlo. Le quedan muchos años y quién quita que a sus 30 por fin sea el megacrack que nos prometieron cuando tenía 16.
Está perdido, pero, afortunadamente, todavía tiempo para encontrarse.
Foto:
El Colombia