Hoy un Valencia fenomenal mira a los ojos al Barca y al Madrid. Por eso recordamos al mejor Valencia que se haya visto.
No daba señales de vida. Yacía en el fondo sur de la cancha de San Siro y nadie parecía reparar en su sufrimiento. Era la segunda final de Champions que se le escapaba en el transcurso de un año; la segunda vez en tan poco tiempo que la gloria se le derretía en las manos. Fue un 23 de mayo, uno de los días más tristes en la vida de Santi Cañizares. La leyenda dice que se le murió la mamá durante el partido, que la esposa lo dejó semanas antes; sin embargo, hasta donde sabemos, nada de esto es real. La verdad es que Cañizares lloraba, se sentía morir, tal y como cualquier hincha valencianista: lloraba de derrota.
Kahn, el portero y capitán del verdugo, se acercó para consolarlo y algo le susurró al oído. Entonces Santi se levantó, se limpió las lágrimas y se prometió hacer lo que estuviera a su alcance para poner al Valencia en lo más alto.
Hubo varios, no obstante, que decidieron abandonar un barco que parecía maldito. A final de temporada, en verano del 2001, el técnico y el capitán del equipo decidieron que era momento de irse a buscar mejor suerte: Héctor Cúper firmó con Inter y Gaizka Mendieta con la Lazio.
El elegido para sentarse en el banquillo fue un tal Rafa Benítez, que para entonces había entrenado poco más que al equipo de sus sobrinos; la banda, por otra parte, la heredó el arquero rubio platino. El equipo Che no pudo acometer grandes fichajes aquel verano por lo que el inicio de la 01/02 estuvo marcado por el escepticismo. Cuando menos lo esperaban, quién diría, la más linda los sacó a bailar.
Otro equipo eterno: El Milán del 2007.
Delante del capitán y su cabellera color agua oxigenada jugaban un par de argentinos dueños de un fútbol muy pesado. El Ratón y el Flaco, Ayala y Pellegrino, hacían que los delanteros se lo pensaran dos veces antes de invadir el área. La banda derecha fue de Curro Torres, un chaval de la cantera que se había conocido con Benítez la temporada anterior cuando estuvo en préstamo en Tenerife (vale, Benítez sí entrenó un poquito antes de llegar a Mestalla). Y por la izquierda, un histórico del Valencia, un italiano que llegó a los 32, cuando muchos creían que estaba en el ocaso de su carrera y que le regaló casi otra década de fútbol al club. Su nombre: Amadeo Carboni.
La primera línea del mediocampo era exquisita. Aunque solo compartieron el desenlace de la campaña, Albelda y Baraja quedaron grabados en la memoria Che como la pareja insignia de su primer título de liga en 31 años. El primero quitaba balón a lo loco, impasable, y el segundo tenía una llegada más peligrosa que dar la clave del Facebook; Baraja ayudó con 6 goles en las últimas 8 jornadas, tremendo.
Pablito Aimar, uno de los pretendientes más dignos que ha tenido el trono de Diego Armando Maradona, jugaba delante de Baraja y Albelda. En la tarea de creación lo acompañaban, por izquierda, el Kily González en su versión Speedy González, y por derecha, Rufete, mitad calvo y mitad pelilargo. Además, esa temporada jugó, principalmente en reemplazo del Kily, un chaval que es venerado en Mestalla hasta nuestros días: “el puñal de Benicalap”, Vicente. El de la gente.
Otro equipo eterno fascinante: el Boca de los colombianos.
La delantera, más que la cereza, era la uva pasa del pastel. Nada especial. Pero todos cumplían: ya fuera Mista, Angulo o Carew, la jirafa. Este Valencia no era un equipo de estrellas, ni mucho menos; este era un equipo forjado a punta de cojones y ganas de resurgir de las cenizas. Un equipo de todos.
Compartió la punta de la tabla durante varias fechas con el Madrid, que, como podrán suponer, le ganaba ampliamente en la diferencia de gol. Valencia recibía pocos goles, apenas 27 en toda la liga, pero también hacía pocos, muy pocos.
Todo parecía indicar que los Murciélagos iban a volver a perder el ascensor al primer puesto, hasta que en la jornada 34 le arrancaron un empate al Mallorca, un día antes de que el Madrid cayera en Pamplona contra el Osasuna. Faltaban cuatro partidos para entrar a patadas al Paraíso, pero empatar era morir. 1-0, 2-1, 2-0 y 2-0, con un Baraja intratable, sin sobrarle nada, todo a ras, fueron los resultados que consumaron la misión.
A partir de ahí todo fue diferente. De la mano de Benítez, dos años después, repitieron titulo liguero y se llevaron, además, la antigua Copa UEFA, su primer título europeo. El planeta fútbol pasó a mirarlos con respeto y sus hinchas guardaron para siempre la postal de ese equipo inolvidable.
Y pensar que todo empezó con un susurro rival. Con una charla misteriosa. Muchas gracias, Herr Kahn.
Termine con otro más: El River de los animales
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