Harold Mosquera: odiar un gol

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Aunque parece increíble, hay goles que no se gritan. El de Harold Mosquera al Tolima fue uno de ellos.

 

Harold Mosquera acaba de cumplir 22 años, nació en Buenaventura y jugó en la mítica escuela de fútbol Carlos Sarmiento Lora, de donde llegó a Millonarios cuando apenas era un niño. Anoche, Harold cumplió el sueño de la vida de muchos niños colombianos, anotó su primer gol oficial como jugador profesional. Pero curiosamente y a diferencia de lo que todo el mundo esperaría, Harold no celebró, no salió desprendido como un loco para correr hacía la tribuna, tampoco se desgarró la garganta gritando junto a sus compañeros. Al contrario. Se acercó lentamente hacia el banderín de córner, cabizbajo y cansado, para arrodillarse y cerrar sus ojos. Estaba triste.

 

Cuesta creer que un jovencito, que acaba de desvirgarse con las redes del fútbol profesional, no estalle en júbilo para celebrar aquello por lo que ha trabajado toda su vida. Nos parece imposible.

 

Craso error.

 

Ni cinco mil goles habrían sido suficientes para sacarse de la cabeza la desgracia que lo esperaba, puntual, afuera de la cancha. Para él, el partido y sus dos goles fueron cumplir con lo que le había encomendado Miguel Angel Russo. Harold cumplió con su trabajo, pero  a diferencia del Campín, él no tenía nada de que celebrar. Llevaba un nudo en la garganta.

 

Su madre es una víctima más de esa asquerosa maldición llamada cáncer y horas antes de su gol se la tuvo que ver con la quimioterapia. Su hijo no la pudo acompañar por concentración previa para jugar en la noche. Debía trabajar.

 

A veces ignoramos que son de carne y hueso. Que tienen una vida afuera del rectángulo. Después de los 90, ellos, como usted y como yo, también tienen problemas de pareja y dilemas existenciales. Ellos también viven, también se deprimen.

 

El fútbol, aunque suele ser un paréntesis, a veces no alcanza. Hay días en los que no logramos esconder las angustias detrás de un abrazo colectivo de gol. Días en los que no es suficiente, en los que la vida nos supera, en los que ese jefe insensible no sale de nuestra cabeza, en los que la ex-novia duele demasiado, en los que el cáncer nos respira en la nuca y ni siquiera un gol a estadio lleno nos devuelve la sonrisa.

 

Para Harold, su primer gol, sencillamente, no fue suficiente.

 

 


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