Estamos buscando a Michael Ortega, el último volante de la Selección Colombia que le robó las miradas a James Rodríguez.¿Sabe dónde está? Ayúdenos a encontrarlo.
De Palmar de Varela para el mundo, a los quince llegó a las inferiores del verde de Cali. Bajo de estatura, un poco regordete, moreno y con un inmenso parecido al ‘Nene’ Mackenzie. En el juvenil del Cali armó dupla inseparable con Muriel y el que lo veía sabía que el gordito clarividente iba a llegar lejos.
El debut de Michael estaba prescrito, tenía que ser contra el equipo de sus amores. El 7 de marzo de 2009, el ilustre José Eugenio Hernández lo puso ante el Junior. Y, claro, la rompió. “El gordito va a llegar lejos, lejos de verdad”: Los mexicanos lo supieron antes que cualquier otro…
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A mitad de 2010, Atlas lo recibió con los brazos abiertos. Allí jugó diecisiete partidos y tan sólo marcó un gol, pero su capacidad para adivinar el lugar de sus compañeros antes de que ellos mismos lo supieran volvió a ser evidente.
Luego tuvo la suerte de que el Mundial Sub-20 de 2011 se jugó en Colombia. Sí, porque al lado de James, Arias, Jeison Murillo Duvan Zapata, Muriel y todos ellos, brilló un tal Michael Ortega. El gordo del que venimos hablando fue titular en todos los partidos y hasta lo pusimos en el mismo piso que a James. En la libretas de los ojeadores se anotó con cuidado: “Colombia, #8, OR-TE-GA”.
En Alemania no se aguantaron más y lo pidieron. “Michael Ballack und Michael Ohhrchtega jhuuntos”, gritaba emocionado el director deportivo del Bayern Leverkusen cuando lo recogió en el aeropuerto. La euforia tristemente duró lo que un estornudo. En el primer entreno su menisco hizo crack y ocho meses out. Cuando se recuperó no pudo más que deambular por la tercera división alemana.
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A los 22 años, con toda la carrera por delante, llegó al Junior. La hinchada siempre lo pidió y Char se los entregó. Michael, sin embargo, ya no era el mismo. No solo el menisco, algo más se había roto. A medida que pasaron los partidos, la emoción de la tribuna cogió cara de impaciencia. Al final, los que habían rogado por su llegada, lo hacían por su salida. Tres años después, del Junior se fue con mucha más pena que gloria, y una esposa despampanante.
Sin hacer ruido cayó en el Figueirense de Brasil. Pero como avión que entra en barrena, allí tampoco pudo pararse. De vuelta en Colombia, el Once Caldas le abrió las puertas en 2017. La plata escaseaba y el nombre Michael Ortega aún era codiciado. “El que juega bien juega bien”.
De blanco amagó con que volvía a ser. De vez en cuando levantaba una pared, reventaba la malla rival. Quizá, tuvo mala suerte, pues le tocó estar en una de las etapas más pálidas de la historia del Caldas. Su promesa jamás se hizo realidad y no lo bajaron de pechofrío. “De vez cuando”, así podríamos ponerle a su carrera.
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En el primer semestre del 2018 dizque lo vieron jugando en el Pasto. Doce partiditos, dicen. Ahora, dicen también, que anduvo por Emiratos Árabes. Baniyas, Banayas, Banuyas, ni idea, algún equipo de esos que debe pagarle un cojonal antes de firmar contrato con un equipo de la Liga de Chipre. Lástima, pues sabemos que está para algo más. Por eso, si lo ve, si de casualidad se lo encuentra, dígale que los treinta son los nuevos veinte y que todavía tiene la vida por delante. Que vuelva, que acá en la Liga Águila le abrimos un espacio. Muchos darían lo que fuera por tenerlo en sus filas y verlo, de vez en cuando, tirar jugadas mágicas como lo hizo en la Selección.