En los últimos años, la Selección Colombia Femenina ha llenado al país de alegrías. Sin embargo, después de los Juegos Olímpicos, muchos salieron a criticarlas y a cuestionarlas. En este artículo, María Alejandra Veláquez le cuenta por qué, más allá de los resultados, estas jugadoras siempre serán Chicas Superpoderosas.
No deja de sorprender a muchos que, como mujer, no tenga ningún problema en apoyar a Jorge Valdano en eso de que el fútbol es la más importante de las cosas menos importantes. Para mí, en definitiva, es el deporte más lindo del mundo. Tuve la fortuna –aunque siendo hincha de Millos, por estos días pareciera un infortunio– de seguirlo desde pequeña, pero, además, la increíble oportunidad de jugarlo.
No me dediqué al fútbol, porque tuve otras oportunidades y porque, así lo hubiera deseado, mis habilidades no me lo habrían permitido. Aun así, viví de cerca las latentes discriminaciones que debe soportar una mujer que juega fútbol. “Marimacha”, “eso es para hombres”, “las mujeres no saben jugar fútbol”: tan sólo una pequeña muestra de lo que muchos, hombres y mujeres, están dispuestos a decir.
Este texto fue motivado principalmente por un profundo sentimiento de desasogiego. Un desasosiego que tiene raíz en las conclusiones de unos cuantos que tras el paso de la selección femenina por los Juegos Olímpicos de Río -desde el sofá y sin despeinarse- salieron a decir que están muy gordas para jugar, que son muy malas y que deberían dedicarse a otra cosa. Por eso, he decidido escribir esto. Porque creo que merecen un reconocimiento, porque creo firmemente que las jugadoras de la Selección Colombia sí son Chicas Superpoderosas.
…creo firmemente que las jugadoras de la Selección Colombia sí son Chicas Superpoderosas.
Para el ciudadano de a pie, pensar en fútbol es pensar en un mundo de posibilidades, en patrocinios, en grandes negocios y salarios. Un imaginario que, en su totalidad, corresponde al fútbol masculino. No viene al caso discutir aquí las diferencias abismales que separan al fútbol femenino del fútbol masculino colombiano en términos de apoyos y subsidios; con esto simplemente pretendo arrancar diciendo que, aunque se trata de un mismo deporte, las condiciones favorables y ese imaginario glamuroso e hiperprofesionalizado no aplica para nuestra selección femenina.
Para comenzar, en Colombia no hay una división de fútbol profesional femenino. De las 23 jugadoras que hicieron historia en el Mundial de Canadá 2015, tan sólo una era profesional. Es decir, que, para ese momento, una de ellas vivía del fútbol. Las otras 22 tuvieron que dejar en pausa sus estudios, trabajos y demás obligaciones para viajar a representar a su país. En Río, aunque la cuota aumentó, sólo cuatro de las 18 convocadas juegan actualmente de manera profesional.
En 2015 se hizo historia a pesar de que, por una presunta falta de presupuesto la Federación Colombiana de Fútbol (FCF) no asumió el costo de todos los traslados aéreos en Canadá. Las jugadoras, además de recibir viáticos miserables, tuvieron que hacer recorridos terrestres de más de 12 horas para cumplir con sus partidos. Aun así, ahí estuvieron para ganarle a Francia, para hacer el primer gol colombiano en la historia de los mundiales femeninos y para clasificarse a unos inéditos octavos de final.
Tras una presentación para la posteridad, la selección volvió al país. Y con la misma velocidad y habilidad con la que Lady Andrade le había pisado el balón a las inglesas, así mismo la FCF les incumplió a las colombianas el pagó de un premio de diez millones de pesos a cada una por haber alcanzado los octavos de final. Pero ni siquiera esto rompió la ilusión de nuestras niñas por volver a representar al país en unos Juegos Olímpicos.
En los primeros microciclos que se realizaron para comenzar a perfilar el equipo de Río 2016, comenzó a extrañarse la convocatoria de Daniela Montoya: la primera mujer en marcar un gol para Colombia en un mundial y una de las mejores jugadoras del equipo, pero también la valiente que, en nombre de todas sus compañeras, había exigido los premios prometidos, pero jamás entregados. Daniela, al final, no fue convocada para ir a Brasil.
La Selección Colombia llegó a Río sin Daniela, castigada por un cuerpo técnico cobarde, y sin Yoreli Rincón, a la que una cruel lesión la dejó casi seis meses por fuera de las canchas. Sin dos de sus máximos referentes, Colombia tenía la difícil tarea de enfrentar a tres potencias del fútbol femenino: Nueva Zelanda, Francia y Estados Unidos.
Yoreli Rincón renunció a su equipo en Europa para venir a Colombia y prepararse para representar a Colombia en Río. Eso es ser Superpoderosa. ¿O no?
En el primer partido cayeron 4-0 contra Francia y entonces saltaron los expertos -y los no tan expertos- a señalarlas, a decir que están gordas, que son muy malas, que qué vergüenza. Estimados dueños de la razón y conocimiento futbolístico –aquí les hablo de frente: nuestra selección, sin gran apoyo económico, fracturada internamente y “apoyada” en una Federación que no se cansa de darle la espalda, perdió contra Francia, un equipo conformado por jugadoras profesionales y cuyo once titular es la base del Olympique de Lyon campeón de la Champions League Femenina. No recuerdo que hayan sido tan enfáticos cuando, seis días después, las Chicas Superpoderosas (¿ahí sí?) le empataron a Estados Unidos, las actuales campeonas del mundo.
Al terminar el partido contra Estados Unidos la capitana de la Selección Colombia rompió el silencio y dijo lo mismo que le costó a Daniela Montoya ser apartada del equipo. Natalia Gaitán fue clara: la selección femenina necesita apoyo de la Federación, del Gobierno, pero, además, necesita un cuerpo técnico que las respalde.
¿Qué más tienen que hacer estas heroínas para recibir el apoyo que se merecen? ¿Cuántas alegrías más nos tienen que dar? Los logros de este grupo no son recientes, este es un proceso que se viene cultivando desde hace ya varios años: desde el cuarto puesto en el mundial sub-20 de 2010 hasta la excelente presentación en Canadá 2015, nuestras mujeres –con las uñas– han dejado en alto el fútbol del país. El apoyo y el subsidio, sin embargo, siguen siendo insuficientes. Los premios por los que tanto luchó Daniela Montoya todavía brillan por su ausencia.
Los premios por los que tanto luchó Daniela Montoya todavía brillan por su ausencia.
Por eso son Superpoderosas, porque, como muchos otros deportistas colombianos, alcanzan sus logros “a pesar de”. Como Caterine Ibargüen, quien nos acaba de regalar una medalla de oro, estas jugadoras deben buscar su futuro deportivo en otros países. No es Colombia el país que las arropa. El apoyo, el verdadero, viene de oportunidades en el exterior. Y, sin embargo, ellas siguen dispuestas a dejar lo suyo por representar a un país que nunca les ha dado la mano. Yoreli Rincón, por ejemplo, renunció a su equipo en Europa para representar a Colombia en Río. Eso es ser Superpoderosa. ¿O no?
Natalia Gaitán, Yoreli Rincón, Catalina Usme, Lady Andrade, Daniela Montoya, Nicole Regnier, todas deportistas que tienen que lidiar con la corrupción, la rosca, el menosprecio y los egos de los dirigentes para representar a Colombia, un país desagradecido que las glorifica en el triunfo y las abuchea en la derrota. Y ahí siguen. Juegan cada partido sin ningún reproche más que las exigencias lógicas y propias del trabajo que realizan. Ahí siguen, alcanzando nuevos logros, haciendo historia. Entonces sí, sí son Superpoderosas.
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