Gascoigne, la presión y la noche

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Hace un par de semanas el legendario Paul Gascoigne se internó en una clínica de rehabilitación para superar su alcoholismo. La noticia llega bien, sin embargo, haberlo visto tan maltrecho no solo nos arrugó el alma, nos obligó a preguntarnos ¿será que el fútbol destruye hombres?

 

La noche siempre será un dolor de cabeza para los directivos de los clubes y cualquier entrenador de fútbol: la fiesta inherente a la fama; las y los chupatalentos que merodean en busca de peligro; y por supuesto los vicios que se naturalizan cuando se esconde el sol. El problema es tan grande que, hay casos en los que incluso se contrata a algún ‘anónimo’ para que haga de “guardaespaldas” de los jugadores en las noches y vaya por ellos a los reservados y a las zonas V.I.P. donde mujeres (y hombres seguro) se pelean por estar allí al precio que sea.

 

Por ejemplo, se dice que al final de la era Rijkaard al frente del Barcelona, el club contrató los servicios de Dani El Rojo, antiguo ladrón de bancos, expresidiario y tal vez el gánster más famoso de la Barcelona de los setentas, ochentas y noventas. Él era el encargado de sacar a las estrellas blaugranas por la puerta trasera de las discotecas para no despertar rumores ni sospechas. Llamadas de madrugada desde cualquier parte de Barcelona a las que Dani acudía para resolver cualquier lío de faldas, pagar facturas con varios ceros a la derecha, tranquilizar novios celosos o simplemente calmar y llevar a casa a borrachos insoportables. Sin embargo, el caso Paul Gascoigne es diferente ya que hablamos de una leyenda viva. Un crack. Un genio.

 


¿A quién se le ocurre sacarle tarjeta amarilla a un árbitro en medio de un partido de Liga? A todos nosotros. ¿Quién es capaz? Solo un tipo con las agallas de Clint Eastwood, la irreverancia de un Sex Pistol y el sentido del humor de Jaime Garzón. Pero el alcohol lo ha destruido por completo. Y hoy toda Inglaterra y el fútbol mundial unen fuerzas para salvar a este Beatle. Lo curioso es que así como él hay muchos jugadores refugiados no solo en la noche y el alcohol sino encerrados en sí mismos presos del miedo al fracaso y al escarnio público. Algunos ya no están como es el caso de Robert Enke, otros deambulan como zombies caso Pambelé, otros continúan su recuperación como Adriano y los más atrevidos siguen jugando al valiente noche tras noche retando a los medios y a la sociedad para que de una vez por todas se rompan con esos paradigmas hipócritas llamados moral y ética.

 

Hoy se habla de varios casos de “salidas nocturnas hasta altas horas de la noche” en equipos españoles, colombianos, ingleses, italianos, brasileños, etc. Sin embargo, no es necesario salir de la concentración para divertirse un rato como lo comprobaron los jugadores del Defensor Sporting, quienes pocos minutos después de haberle ganado al Atlético Nacional en Libertadores, ya estaban con mujeres y cocaína en el hotel.

 

No se trata de ‘justificar’ o no el vicio. Pero es que soportar -porque la palabra más adecuada es esa- la presión de jugar al fútbol bajo las normas que imponen los clubes no solo laboralmente sino social y culturalmente, es muy difícil. Acostarse sobre las siete de la noche todos los días, viajar de una punta a otra del globo terráqueo a jugar un amistoso con cambio de horario incluido, hacer mil horas de vuelo al mes, marcar goles cada fin de semana, quinientas ruedas de prensa y avisos publicitarios al mes, no salir de noche ni a cine ni mucho menos tomarse una cerveza, prohibido jugar fútbol con los amigos porque pone en riesgo la inversión del club en sus patas, (caso Riquelme a quien le pusieron un detective privado para que lo siguiera y avisara a Boca en el momento exacto en que a Román le diera por jugar fútbol en su barrio).

 

Y sigo: sonreír siempre a la cámara, no escupir, firmar todas las camisetas que aparezcan en los viajes, ser víctima de doscientos titulares al día buenos y malos, verdaderos y falsos, constructivos y dañinos, sinceros y malintencionados, etc. Imposible. Pobres hombres. Y lo peor de todo: el cuentico ese de “déjense de pendejadas y jueguen al fútbol que para eso les pagan, o ¿acaso no ven que les pagan por divertirse y hacer lo que todos quisiéramos?”.

 

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Un hombre auténtico en un mar de posudos. Foto: SickChirpse

 

Todo eso es falso: no se divierten porque precisamente les pagan millones y millones con los que no logran vivir tranquilos. Y el caso Gascoigne es la prueba. Un hombre que se enfrentó solo a una maquinaria institucional en la que nadie podía salirse de las reglas y él lo hizo. Y así pudo sobrellevar su amor por el fútbol sin dejar a un lado su vida. Y ahora es víctima de eso porque nadie puede romper las reglas sin pagar un precio. Y el precio que está pagando Gascoigne es muy alto. Pero así es nuestra manera de consumir ídolos y dejarlos solos en la basura como a la naranja recién exprimida.

 

En mi opinión, el que se salvó de toda esta inmundicia fue Gascoigne, otra cosa es que la “decadencia humana” y la “degeneración” con la que se nombra su bravura, es la mejor manera de aleccionar al individuo ejemplificando las consecuencias de ser un rebelde. Y por el contrario, su esfuerzo y atrevimiento no significan absolutamente nada para casi todo el mundo. ¿Sera cierto aquello de su pelea contra Liam Gallagher? Solo me resta dar gracias al Dios del Fútbol por este hermoso provocador (y también por haber puesto a Vinnie Jones en su camino para provocarlo aún más). Ojalá salga de esta.

 

Foto:

PaulGascoigne.net


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