Andrés Alba está cansado de los jugadores artificialmente inteligentes que no solo deben jugar al fútbol, también deben mantener su postura cual políticos en campaña. En este Balón de Papel, le abrimos el espacio para que nos contara por qué Teo Gutiérrez, el irreverente, el atrevido, el demagogo, es un jugador que vale la pena admirar.
En tiempos en los que la filiación de los futbolistas es estigmatizada como motivo de vergüenza; en épocas en las que la preferencia de un jugador por algún equipo es tipificada en el código del periodista como un delito bajo la falsa premisa del profesionalismo; en estos días, aquellos quienes desafían los cánones de lo ‘políticamente correcto’ en la cancha, son una especie de sobrevivientes, como Teo Gutiérrez.
Genio de la demagogia, Teófilo Gutierrez es por antonomasia el futbolista hecho a la medida de la América Latina de las idolatrías, los mecenazgos y el culto a la personalidad. Maestro del populismo, conduce como pocos las orquestas de radicales para que entonen su nombre: conoce bien cómo grabar su legado, poco o demasiado, en las tribunas del continente.
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A bien ha venido entonces su incontenible manía de cambiar más seguido de casaca que de cepillo de dientes. Alargar su permanencia en un mismo lugar es activar una bomba de tiempo y, como los alimentos procesados, a Teo es mejor disfrutarlo con prontitud antes de que pierda sus propiedades.
Incomprendido por muchos, odiado y amado por igual, su carácter es el límite de su talento. Hoy, Teo representa un atractivo exótico. En medio de la revolución industrial del fútbol, las fábricas de jugadores se esmeran por reducir a una mínima expresión el riesgo propio de la inventiva, buscando siempre la seguridad antes que el lujo. Quieren multiplicar por cero la espontaneidad con la pelota para eliminar el margen de incertidumbre. Procuran con ahínco reproducir a escala jugadores artificialmente inteligentes que cumplen con lo debido y no van más allá de lo sensato.
Pero bien saben los colectivos fanáticos que no basta con que besen sus símbolos en público para hacerse con sus favores; siempre será necesario asumir la responsabilidad superior de recordarle al rival de tradición por qué son tan distintos. De nada serviría entonces llevar tatuada en el alma la banda roja de River Plate sin notificárselo personalmente a la parcialidad de Boca Juniors.
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Irresponsable y pendenciera, la actitud de Teo el pasado domingo en La Bombonera merece castigo, escarmiento que sin embargo, cualquiera sea su versión y dimensión, será un costo ínfimo frente a la satisfacción de los peñistas “millonarios”. Ellos, espectadores ajenos al episodio mencionado, son ahora feligreses un poco más fervientes del prodigio de las calles empolvadas de La Chinita, Barranquilla, y como la cristiandad con el ungido, esperan su regreso.
Teófilo Gutiérrez es una forma del hincha fuera de su hábitat natural: enfrente de la tribuna, en la cancha. Y su talante es razón suficiente para inspirar a las masas de su cuadro de turno.
Así, gracias a sus maneras, tendrá siempre un lugar reservado en el mausoleo popular de los más dignos portadores de los colores que ha defendido y, por supuesto, a su nombre quedarán designados varios puestos en los rankings de villanos de quienes han sido víctimas de sus gracias. Qué pocos villanos quedan, qué pocos como Teo hay.
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