La semifinal de Copa de Italia estuvo a la altura de sus protagonistas. Un Milán con menos herramientas terminó, con diez, jugándole golpe a golpe a la imperial Juventus.
Para avanzar a la semifinal, Allegri apostó por un 4-4-2. Norbeto Neto al arco; Bonucci y Rugani de centrales, de lateral derecho Barzagli, por izquierda Asamoah; de volante de equilibrio Khedira en dupla con Pjanic, Juan Cuadrado de carillero por derecha, Manzukic pegado a la banda izquierda; Dybala flotante e Higuaín de nueve.
Montella, para asaltar el Juventus Stadium, optó por su habitual 4-3-3. Donnaruma fue el arquero; reapareció Zapata de central en dupla con Romagnoli, Antonelli de lateral izquierdo y Abate de lateral derecho; Locatelli como equilibrio, en triángulo con Kucka y Bertolacci; Suso de extremo derecho, Bonaventura de extremo izquierdo y Bacca de punta de lanza.
El primer tiempo fue una clara muestra de que en estas instancias finales la jerarquía tiene un valor altísimo. Pues Montella ordenó un equipo ambicioso, arrojado, con la intención de incomodar al local y de romperle los circuitos, además de ser el dueño del balón. Suso, Bonaventura y Bacca tuvieron la orden de comenzar la presión alta, secundada por el triángulo de la mitad. Además, Zapata y Romagnoli buscaron adelantar líneas y jugar lejos de su arquero, Abate y Antonelli tuvieron rienda suelta para soltarse, Locatelli buscó siempre la pelota y Kucka intentó romper líneas. En definitiva, el Milan fue a Turín con ambición y desparpajo, pero careció de jerarquía.
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Aunque lo tuvo, el Milán no supo qué hacer con el balón, labró una posesión inocua y desnudó su falta de imaginación. Bacca la tocó una vez en el primer tiempo, y Suso y Bonaventura fueron salmones derrotados por la corriente. Al visitante ser el dueño del balón casi que le hizo daño. No logró saltar líneas, ni inquietar el arco de Neto.
La Juve, en cambio, más vertical, más eléctrica, fue un equipo corto, muy sacrificado pero imperialmente peligroso. Aprovechando la lentitud de Abate, Allegri sobreexplotó a Asamoah. El africano fue un lateral larguísimo que desde el vamos le abrió una herida al Milán llegando al fondo…y centró y centró y centró.
Con Asamoah suelto en ataque, Manzukic abandonó la banda izquierda para ser segundo delantero. Además, de atrás, llegaban Cuadrado y Dybala. A veces Pjanic, a veces Khedira. Esa fórmula fue oro para la Juve y veneno para el Milán. De un centro por la izquierda llegó el gol de Dybala, una clarísima de Higuaín y otra de Cuadrado. De una falta generada por Asamoah llegó el 2-0 de Pjanic al ángulo.
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La astucia por la izquierda, el vértigo por la derecha y la sincronización para replegarse al perder el balón le bastaron al local para irse feliz a los camerinos.
El segundo tiempo se convulsionó temprano cuando Bacca –en el segundo balón que tocó en el partido– cambió un rebote por gol. Con escasez ofensiva, el Milán se metió en el partido, soñó. Pero al sueño, rápido, le vino la realidad: la expulsión de Locatelli.
Con diez hombres y con 36 minutos por jugar, El Milan parecía condenado a sufrir el partido. La Juventus le ensanchó la cancha y con la misma apuesta eléctrica por las bandas lo hizo sangrar, lo rellenó de centros. Con un Cuadrado que cerró un enorme partido, con un Manzukic fenomenal (tanto de segundo delantero como volante de ida y vuelta), con Pjanic y Khedira turnándose para pisar el área, la Juventus generó muchas opciones de gol. Debió haber goleado.
Sin embargo, el Milán hizo lindo el partido porque se dejó la piel. Con diez mutó a un 4-4-1 y, lejos de resguardarse, buscó empatar el partido. Montella lo intentó todo: reforzó la mitad con Pasalic e hizo a Kucka lateral derecho para poder mantener sus extremos, hizo debutar a Deulofeu para buscar electricidad, incluyó a Honda, probó de afuera, logró encontrar a sus extremos. Hizo de todo, menos el gol.
Ganó el imperio. Pero el Milán de Montella, con menos, fue puro corazón. Y es el corazón, justamente, el órgano clave para volver a pisar fuerte. Esta vez no le alcanzó, pero va por buen camino.
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