En Colombia la muerte es una muletilla. Nos hemos acostumbrado a la violencia en todas sus formas. Pero morir así, por una meada, es una historia que debe contarse una y mil veces más.
“Y todo por una meada”, fue el titular de un diario caleño para explicar lo sucedido en el templo del fútbol vallecaucano aquel 17 de noviembre de 1982. Nadie podía creer que tan poco tiempo después de lo sucedido en Bucaramanga e Ibagué, la muerte volviera a ser protagonista en uno de los estadios del país. Tal vez lo más triste de todo fueron las circunstancias en las que llegó la tragedia.
Fue el clásico del Pascual, el histórico, en el que no se puede empatar. El equipo verde de Bernardo Redín y Willington Ortíz contra la leyenda de Julio Falcioni, que a partir de ese año lideró a ‘La Mechita’ a un pentacampeonato histórico. Fue un partidazo: al minuto 6′ los verdes ya ganaban, pasó a estar 3-1 para el América antes del minuto 30′ con goles de Batagglia y Penagos, y terminó en tablas con un gol de Mosquera en el 73′ y un agónico empate de Nadal en el 85′. Noventa minutos de fútbol de verdad.
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Por su parte, los aficionados vivieron los últimos minutos con nerviosismo, pero con satisfacción. A pesar del empate habían visto un buen espectáculo, golazos y rendimientos tremendos de las figuras de lado y lado. Dicen que lo único fuera de lo común fue un rumor de sabotaje al Cali. La comida en el hotel donde concentró dejó a una parte del equipo con cólicos y diarrea.
Pero cuando faltaban solo cinco minutos para que el árbitro argentino Teodoro Nitti pitara el final del partido, comenzaron a sonar gritos debajo de la rampa de la tribuna sur del estadio. La gente se estaba mojando pero lo que caía no era lluvia, un grupo de hinchas en la parte alta de la tribuna comenzó a orinar a los que estaban abajo. Se armó el caos. Se formó una estampida humana de aficionados que trataba de esquivar como fuera la meada.
El sonido de los huesos rompiéndose se escondió detrás de los alaridos de los que estaban tirados en el piso pidiendo que alguien los ayudara o que los matara para no sufrir más. ¿El saldo? 24 muertos y unos 100 heridos (en su mayoría provenientes de barrios populares de la Sultana). Una estúpida meada de borracho configuró la peor tragedia en la historia del FPC. Macondo en todo su esplendor.
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Fue tal la cantidad de afectados que las reservas de sangre se acabaron en la ciudad, pero gracias a la movilización impulsada por los medios la gente salió a donar. También hubo marchas masivas recordando a los muertos; al menos hubo solidaridad y vergüenza colectiva.
¿Los responsables? Bien gracias, en total impunidad. Igual que el torneo, que siguió como si nada. ¿Cómo carajos se iba a dejar de jugar?
Terminé con otro texto del autor: el romance del reggaetón colombiano y el fútbol europeo.