El primer paso para perder el poder es la soberbia…
El que quería ganar se hacía hincha del Barça. Esa fue la premisa durante muchos años. Era simple: uno empezaba a venerar a Messi y Guardiola como dioses, hablaba del tiki-taka como si fuera el nuevo catolicismo y predicaba en un español mal hablado, emulando el Catalán. “Mes que un club”, decían orgullosos los nuevos hinchas ávidos de títulos; si me lo preguntan, para mí lo único que es “más que un club” es un bar con terraza, pero eso ya es alejarse demasiado del tema.
El caso es que quién decidía irle al Madrid, lo hacía por masoquista, por bruto o por terco. Yo fui los tres al mismo tiempo: pudiendo ser del Barça de Guardiola y de Messi, el todopoderoso, me incliné por el Madrid del que se reía todo el mundo, el que se gastó casi 200 millones en CR7, Kaká y Benzema, y lo único que pudo ganar fue el Trofeo Santiago Bernabéu. Toda esta carreta para aclarar que yo no me volví del Madrid por los títulos sino a pesar de ellos. Por eso es que me emputa tanto que ahora, después de que el Madrid volvió a ser el amante preferido de la Orejona, la falta de humildad esté llevando al Madridismo por el mismo camino que llevó hace unos años a los Culés (otro término catalán que merece una carcajada aparte).
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Este verano fue uno de los más placenteros en años. James se fue para el Bayern (a triunfar, ojalá) y le quitó un peso al Madridismo: ya nada más de “¡Calvo hijueputa, meta a James!”… se pueden ver los partidos en paz, sin sufrir porque Jamesito está en la banca. Además, en Barcelona montaron un melodrama más entretenido que las novelas turcas que pasan por Caracol en las tardes. Neymar, en vez de quedarse como dijo Shakiro, decidió irse a París y dejó tirados a Bartomeu, Messi y compañía. 222 millones en la cuenta y Barcelona nada que era capaz de fichar; mientras tanto, el Real seguía una política coherente y austera, sellando la contratación de jóvenes talentos y dándole salida a James, Morata, Mariano y Danilo, que (a excepción del delantero español) ya habían cumplido su ciclo con la camiseta blanca.
Para completar, el Madrid le pegó una tunda al Barcelona en la Supercopa que dejó a medio mundo convencido de que no había quién le hiciera frente a los Merengues en LaLiga. Lo único, de verdad lo único, que hacía falta era completar el fichaje de otro delantero que pudiera servir de recambio de Benzema. No tenía que ser Mbappé, no, podía ser otro delantero que ocupara la punta cuando no estuviera disponible el francés, un “Manolito” Adebayor, un “Chicharito”, algo por el estilo… pero nada de eso. Vale, es cierto que repescaron a Borja Mayoral del Wolfsburgo… pero el joven canterano, que trajo apenas 2 goles de su viaje por Alemania, es el reemplazo de Mariano, no el delantero llamado a ocupar el puesto de Morata. El Madrid mismo se creyó el cuento de que tenía LaLiga ganada antes de que empezara a jugarse y pensó que no necesitaba llenar el hueco que había abierto la partida de Morata. Al Madrid le faltó hambre, le faltó humildad.
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Es la soberbia, maldita sea, la que acaba con los grandes equipos. Le pasó hace unos años al Barcelona y ahora le pasa al Madrid. La soberbia de no fichar: no reforzarse es el primer paso para dejarse robar el trono. Han pasado apenas tres jornadas de Liga y el Real ya la tiene cuesta arriba; Benzema lesionado, Bale bajo de forma, Cristiano suspendido y una distancia de 4 puntos frente al Barcelona, que obliga al Madrid a tomar medidas pronto. Morata hace goles; Mbappé hace goles; Mariano hace goles; y el Madrid sufre para romper un maldito empate contra el Levante. ¡No hay derecho!
Si el mismo Zidane reconoció que el Madrid es peor sin Morata, ¿por qué carajos no ficharon un reemplazo de garantías? No, no, carajo… qué dejen la soberbia, que se metan la mano al bolsillo y hagan lo que han hecho toda la vida: fichar, traer al mejor goleador que haya por ahí dando vuelta. El Madrid es mucho más que esto que está mostrando, mucho más que un club, ¡mucho más que un bar con terraza!
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